"Somos hijos de una época que sigue siendo racista"
Richard Leonardo
Profesor universitario e investigador literario
Nací en Arequipa, el 9 de enero de 1970. Estudié en la Gran Unidad Escolar Mariano Melgar. Seguí Derecho y Literatura en la Universidad Nacional de San Agustín. Luego hice la maestría y el doctorado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Por: Carlos Batalla
Richard cuenta que un día, en Arequipa, junto con su hermano mayor, fue a ver un partido entre Melgar y Alianza Lima. Todo iba bien hasta que empezaron los insultos racistas. Fue tal el miedo y luego la cólera que, al poco tiempo, se volvió hincha de Alianza. Quizás esa experiencia de infancia sea el remoto origen de su libro “El cuerpo mirado: la narrativa afroperuana en el siglo XX”, que presentó en la Feria Internacional del Libro de Lima.
— El indigenismo es un proceso complejo, y tuvo en Arguedas a su mejor exponente. ¿Qué pasó en la literatura afroperuana?
A finales del siglo XIX, las élites quisieron modernizar la sociedad peruana. Desde traer o motivar el ingreso de extranjeros hasta grupos que buscaban reivindicar a los “otros”, al indio y al afromestizo o afrodescendiente en paralelo. Yo me pregunté en el libro: ¿Por qué Enrique López Albújar escribió una novela sobre negros como “Matalaché” (1928), cuando en el proceso histórico que se vivía entonces lo que primaba era una literatura sobre indios? Él propone que el negro, el afrodescendiente, puede ser reivindicado siempre y cuando se mezcle, se mestice. Esto porque en esos años se creía que había “razas superiores”; en ese sentido, lo negro, es decir, lo débil, iba a desaparecer. Así buscaban incorporarlo.
-¿“Matalaché” fue la primera novela peruana que protagonizó un afrodescendiente?
En mis investigaciones he encontrado una novela titulada “Ildefonso” (1924), de Carlos Camino Calderón, en la que existe una representación sobre el afrodescendiente, pero no de una forma maniquea, sino que intenta reconocerle valores y cualidades humanas. Otra novela es “Renuevo de peruanidad” (1934), de Hildebrando Castro Pozo, quien plantea en el prólogo, a contrapelo de mucha gente de su época, que lo mestizo no es malo.
-La palabra ‘afroperuano’ suena eufemístico para muchos.
Sí, por eso algunos prefieren llamarse negros y lo expresan con orgullo. ¿Pero qué pasa cuando los artistas y escritores los representan eventualmente? Vuelven la mirada a los estereotipos con los cuales se ha fijado o estructurado su identidad. ¿Qué se decía y qué se dice hoy del afroperuano? Que son fundamentalmente cuerpo. Hipersexuales, conflictivos, fuertes y gritones. Aún no se ha escrito la narrativa o literatura que pueda mostrar cómo es verdaderamente el afrodescendiente. Este es un proceso inconsciente, pues todos somos hijos de una época que sigue siendo racista.
-¿Qué tan complejo es escribir olvidándose de ese archivo cultural discriminatorio?
Es muy difícil escapar del imaginario donde uno se desarrolla. Hay que aceptar que el Perú, a pesar de lo que dice la Constitución, sigue siendo
un país racista, sexista y homofóbico.
-Sin embargo, algo se ha avanzado. Al menos hay más capacidad de respuesta social ante abusos.
En la sociedad se ha aceptado lo afrodescendiente, pero solo la parte relacionada con el cuerpo. Un ejemplo: en un spot con la imagen de la cocinera Teresa Izquierdo se decía: “A ellos [los afrodescendientes] el talento les viene de los pies; a ellas [las afrodescendientes], de las manos”. Si te das cuenta, todo lo que vemos de aporte de los afrodescendientes para la cultura peruana tiene que ver con el cuerpo. La música, el baile y el deporte. ¿Cuándo empezaremos a aceptar que también han colaborado con el conocimiento en campos tan diversos como la medicina y el arte?
-Se escucha decir aún: “Nicomedes Santa Cruz no es poeta, solo es un recitador o decimista”.
Nunca lo reconocieron. Siempre fue el autor curioso y no un gran escritor. Pese a los cambios positivos en el país, hay todavía una resistencia al afrodescendiente. Pero nosotros debemos verlo como un sujeto fundamental en la cultura peruana y no como alguien accesorio a ella. Creo que aquí la literatura tiene un papel que jugar, en el sentido de que
hoy, si bien ya no funda naciones como en el siglo XIX, mantiene aún un poder intacto: el de representar.