Cuando le apagan el sonido a la escena local
Es difícil ignorar la música de El Aire. Cuando apareció su disco debut, en 1996, la propuesta sorprendió por su atrevimiento: era exploración, era concepto, era un nuevo sonido. Celebrar sus veinte años, además de un merecido homenaje, era una fiesta necesaria.
Y así se planeó. El viernes 24 de junio se realizó el evento “Gorila Amarillo” en el Sargento Pimienta de Barranco. La banda estelar era El Aire, que se presentaba con su legendaria formación original: José Javier Castro (guitarra y voz), Manolo Barrios (guitarra), César Zamalloa (bajo) y Constantino Alvarez (batería).
Sin embargo, antes de terminar el concierto, la administración del local apagó los equipos de sonido. Se ha dicho mucho sobre este incidente en las redes sociales, pero dejamos que el propio J.J. Castro nos cuente su versión:
Yo creo que así como el artista tiene libre albedrío sobre su arte, un empresario tiene derecho a manejar su negocio como lo desee. La tónica y conceptos que le dé a su gestión, sus usos y procesos, no me compete cuestionarla. Tal vez en un contexto cordial pueda comentarla, pero esta no es la ocasión. Menos aún si tiene el derecho ejercer su contrato.
En mi vida he aprendido que no se es más o mejor profesional por ser más exigente o taxativo a la hora de manejar un contrato, aunque sea saludable y recomendable ser así en la mayoría de casos. Yo creo que justamente lo profesional es el arte de saber manejar el contrato en consistencia con lo que sucede para un buen término.
Un evento como el del viernes 24 así lo proponía, y esto no por los protagonistas de la noche, sino por el público que estaba totalmente encendido. El público que estaba entregado a lo que sucedía. Tengo que decir, como lo piensa mi amigo Fernando, que estoy en contra del fariseísmo que la situación ha generado. Pienso que todos tienen libertad de expresar su opinión, pero hay gente que no fue y está algo lejana de entender lo ocurrido –y en algunos casos se han tomado juicios y emiten sentencias que no corresponden–.
Primero tendríamos que explicar que, con amistad o no, para esta administración del local [Sargento Pimienta de Barranco] El Aire estaba considerada dentro del grupo de bandas que no pasan la valla de estilo musical y capacidad de convocatoria deseados o definidos para su negocio. Y es cierto: El Aire podrá ser una banda muy valorada –y de referencia y relevancia artísticas probadas–, pero también somos muy claros en reconocer que no somos masivos o direccionados o posicionados como comerciales.
Tampoco es la idea ser distintos; sabemos y valoramos nuestra carrera. Esto, muy al margen de relaciones o historias previas con el Sargento. Entendemos que la actual administración se maneja a cifras y flujos duros y mínimos de consumo estudiados y previstos como necesarios para su negocio, y esa es su prerrogativa. Guste o no, no me corresponde cuestionarlo.
Cuando dialogamos la posibilidad de reunir a la formación original con Miguel y Mauricio, los productores del evento “Gorila Amarillo”, conocimos y reconocimos la condición de la banda con respecto al local y por ello no fue una primera opción, pero tratando de ceñirnos a la historia –además del cariño por esa casa y por rememorar esa estupenda fecha que hiciéramos en los años 90– decidimos probar una coordinación especial con el Sargento Pimienta y ver si aceptaban generar una fecha diferente. Lo cual, finalmente ocurrió.
Entendemos que Joaquín [Chaparro] cedió a favor un poco, por tratarse de quiénes estaban involucrados. Carlos Saldarriaga, administrador del local, se reunió con Manolo y conmigo y se aceptó hacer la fecha, lo cual agradecimos. Entonces, nos pusimos a trabajar en ello.
También se debe decir que fuimos conscientes de las condiciones pactadas. En los previos al evento, hicimos bastante publicidad en redes sociales (alguna incluso pagada por nosotros mismos) y fue muy grato recibir coberturas especiales de parte de la prensa escrita. Es cierto que no muchas bandas pueden volver a ofrecer sus inicios en la forma como lo hace El Aire y con el total beneplácito de la formación actual. De lo cual, estoy agradecido.
La noche del evento empezó realmente lenta para mi gusto: el público demoró en llegar, pero nosotros estábamos tranquilos y listos para subir [al escenario] cuando nuestro equipo técnico lo indicara. Debo decir que, salvo por el trato incorrecto de algún representante de seguridad, las cosas fueron muy cordiales; y Carlos [Saldarriaga] fue más que amable y positivo en todo momento. Si bien habíamos planteado subir a las 11, imaginé que –como es usual y por las características tan especiales de la fecha– todo se estaba manejando en consistencia con ello y se estaba esperando un poco el momento de público prudente para empezar (esto, obviamente en coordinación con el local).
El punto es que cuando nuestro equipo nos indicó que subiéramos, así lo hicimos. Ahora bien, hasta ese momento, el grueso de los presentes –entre invitados y público pagante– evidentemente estaba volcado a la experiencia de El Aire. Estábamos cómodos los cuatro, tocando a toda máquina y sintiendo un trabajo de sonido excepcional, con un público entregado en pleno a la ejecución del disco.
Llegado el antepenúltimo tema, “Cigüeñal”, me sorprendí al quedarme sin voz en el sistema. Pensando que tal vez el pogo o algún otro inconveniente originó ese problema, continuamos en forma instrumental. Es en medio de esto que nuestro ingeniero de sonido, no alguien del Sargento, se acercó al escenario para decirme que el local había ordenado apagarnos la consola. Y es aquí donde tengo un serio problema con la forma de hacer las cosas.
Era una noche especial, con una banda especial y con un público que quería escucharla y terminar de escucharla. Si era tan crítico para el local que paráramos, al margen de horario, era absolutamente obvio que no debía apagar así el sistema en medio de una canción. Además entiendo que trataron a nuestros profesionales técnicos de forma inaceptable. Creo que por un mínimo de consideración –debido al tremendo momento que estaba viviendo el público– se debió darnos la opción de terminar bien. Solo nos faltaban dos temas. Quizás pudimos haber omitido uno y pasar al cierre con “Terminal”.
Pero solo después fui consciente de que el local quiso ejercer la cláusula contractual, que ya nos habían dado suficiente tiempo extra y que su solución era cortarnos en medio de un tema. Vaya, si tan “crítico” era eso, merecíamos por lo menos –y como toda la vida se ha hecho– un aviso. Un “oigan, ya pasamos la hora pactada y necesitamos terminar”; y nosotros lo hubiésemos hecho. Sin embargo, se olvidó y no se tomó en cuenta a la variable más importante: el público.
El solo hecho de apagar el equipo en medio de un tema, y luego ordenar el corte de voltaje en el escenario, fue el detonante para que el público tomara el lugar de la banda como protagonista; cantando conmigo a capella –y con el soporte de César y Constantino (Manolo había bajado del escenario a tratar de solucionar el impasse)– los dos temas finales del disco. Para suerte nuestra, el amplificador del bajo estaba conectado a otro circuito que tal vez el local no podía cancelar. Se generó así esta versión de “Terminal” con bajo y batería, una versión que paradójicamente fue celebrada por los asistentes.
No entiendo el criterio que se aplicó para esa noche. Si era menester finalizar porque les impedíamos vender trago o porque les ahuyentamos otros clientes (cosa que dudo bastante, por lo que vi). Todo se pudo manejar dentro del marco de respeto al público y a la banda, algo que no se hizo. Era una fecha diferente y se requería también un manejo diferente. Era obvio, además, que el público no iba a ceder. Si nos hubieran dejado terminar –o por lo menos coordinar el término en forma digna–, eso habría beneficiado al local y a la fiesta de “Gorila Amarillo”, y no habría motivado la reacción negativa de parte del público, que se fue después de la banda, y la más que predecible reacción en redes sociales y la nuestra como músicos.
Me parece que ese fue un tremendo error táctico. Cabe decir que, al abandonar el escenario, ningún representante del local habló conmigo o con nosotros para al menos cerrar el incidente como gente. Personalmente, esto no cambia mi respeto, aprecio y valoración por nuestro gran Eduardo “Mono” Chaparro, a quien conozco desde que tenía el pequeño local en Miraflores; tampoco por Carlos, quien hasta ese momento fue impecable conmigo; o Joaquín, quien en todos estos años que nos hemos visto ocasionalmente nunca me evitó o quitó el saludo cordial donde me viera (y espero que no lo haga después de esto).
Solo lamento tremendamente el criterio, las decisiones y las actitudes que se tomaron en un contexto que era especial y distinto, y que se olvidaran de lo más importante: el respeto. Respeto para nuestro cuerpo técnico, la banda y –sobre todo– respeto a un público que no se merecía que les cortaran el momento por el cual estaban pagando. Público que, de haber terminado feliz como lo merecía su entrega, habría consumido y celebrado en el local como seguramente lo tenían previsto, y estarían celebrando en las redes el concierto y al local como en sus mejores épocas y como yo recuerdo se merece.
Pero como mencionó Mauricio –en su declaración a nombre de “Gorila Amarillo” –, al apagar el suministro de esa forma, apagaron mucho más que solo voltaje. La soberbia y la insensibilidad nunca, nunca son buenas. Yo lo sé. Aquí volteo la página. Espero que esto sirva a la gerencia del Sargento Pimienta como una reflexión, y espero de ellos una disculpa mejor que la que hemos leído, que parece forzada y redactada por un abogado. No sé si yo, pero César, Manolo, Constantino, Roo, Pancho y Rafo la merecen.
Para nuestros amigos en redes: les manifestamos que si bien somos apasionados y explícitos en nuestras formas y convicciones, en El Aire no odiamos a nadie, ni siquiera a quienes nos aborrecen o nos dedican epítetos complejos y soterrados, o procuran minimizarnos. Eso no es importante para nosotros, pues cada quien es dueño de sus aciertos y errores. Nuevamente, agradecemos al público y al periodismo por la solidaridad y el magnífico regalo que nos dieron esa noche. Pese a quien le pese, seguiremos adelante. Como siempre. Lo siento mucho para quienes deseen lo contrario.
Luego de los hechos, la administración del Sargento Pimienta también dio su descargo. Las razones que aducen son meramente contractuales.
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La reflexión que nos dejan las versiones consignadas es la siguiente: si a una banda emblemática y consagrada como El Aire le apagan los equipos de sonido, ¿qué les queda a los artistas emergentes? Es evidente que carecemos de aquello que fortalece a cualquier movida musical: la unidad y solidaridad de todos sus individuos. Artistas, promotores, administradores, prensa, público.
Da pena decirlo, pero el hecho de que le hayan apagado el sonido a El Aire –y a todos aquellos músicos que han padecido tal falta de respeto en otros espacios–, ¿no es acaso la más grande metáfora de nuestra áspera y poco generosa escena local?
** Crédito de foto: Carlos Quinto