River vs. Boca: "Se ha pintado un cuadro irreal, apocalíptico, como que en el estadio se ubican 30.000 mil salvajes". (Foto: AFP).
River vs. Boca: "Se ha pintado un cuadro irreal, apocalíptico, como que en el estadio se ubican 30.000 mil salvajes". (Foto: AFP).
Jorge Barraza

"Jugar un Boca-River fuera de Sudamérica es la vergüenza más grande que he visto como jugador de fútbol”. Lo escribió el brasileño Dani Alves en su cuenta de Instagram. Resume, pelo más, pelo menos, el sentir del universo futbolístico sudamericano. Como él se han expresado exfutbolistas, entrenadores, periodistas, hinchas. La decisión de sacar la superfinal del continente y llevarla a Madrid es un golpe al corazón. Más que deportiva o económicamente, afecta en lo sentimental.

Puede que termine siendo un gran espectáculo que vea el mundo y que honre la calidad del fútbol sudamericano. Eso lo sabremos el próximo domingo. Puede que el Bernabéu le dé vidriera intercontinental a la competencia, pero, en esta hora, nos invade una tristeza, una sensación de melancolía. Nos llevaron la final de la Copa, nuestra copa. También eso... ¿Era necesario...? Nos atropella un torrente de preguntas y amargas reflexiones sueltas.

Buenos Aires ha sido, durante una semana, el epicentro político y económico mundial congregando a centenares de líderes, presidentes, cancilleres, ministros, embajadores. Hospedó más que un partido de fútbol: la cumbre del G20. Pudo hacerlo. Tal vez podía con un partido también. Quizá no en River, como castigo, sí en Vélez, en Racing o en Independiente. Era cuestión de hacer las correcciones necesarias en seguridad. De última, ¿no había otro lugar en Sudamérica…? Esto es entregar el poco prestigio que queda en el tarro, decir “no somos capaces de organizar ni siquiera esto”.

Tampoco es que cuando juegan Boca y River se amontonan los muertos. Se ha pintado un cuadro irreal, apocalíptico, como que en el estadio se ubican 30.000 mil salvajes de un lado y 30.000 del otro y al final alguien cuenta los cadáveres. Nada que ver. El sábado eran 60.000 buenos y 300 malos (ganaron estos, claro). Jugaron en Boca y fue una fiesta. Esto parte de un incompetente que hizo el operativo de seguridad sumado a la agresividad e intolerancia de un grupo de marginales que tienen vía libre desde hace décadas.

La Conmebol sacó la final de la Argentina. Pero en menos de tres meses comenzará de nuevo la Libertadores, ¿no se jugará en la Argentina…? ¿Llevarán todos los partidos a Madrid…? ¿Y si Boca y River debieran enfrentarse en la próxima Libertadores, irán al Bernabéu también…?

“Los puntos se ganan en la cancha”. Sí, pero ¿en cuál cancha…? ¿en cualquiera…? ¿Hubo, de verdad, ofrecimientos de ciudades sudamericanas para albergar esta final, caso Medellín por ejemplo…?
Viajar casi de urgencia a Madrid (lo cual encarece los precios), quedarse dos o tres días allí, puede costar entre 2.000 y 3.000 dólares. Como dijo alguien en Twitter: “La gente común no puede hacerlo, por razones económicas o porque debe trabajar, pero los barrabravas sí. A ellos les sobra la plata y no tienen otra cosa que hacer”.

La Federación Española se niega rotundamente a que el Girona-Barcelona se juegue en Miami, una idea de la Liga para internacionalizar su campeonato, pero aprueba con beneplácito recibir el River-Boca. Hay euforia en España por este regalo inesperado. "Nos sentimos orgullosos”, señaló sin vueltas la alcaldesa de la capital, Manuela Carmena.

Vimos las imágenes del pasado 5 de abril del bus del Manchester City llegando al estadio del Liverpool en una calle estrecha y con una atmósfera bélica, peligrosísima, entre medio de una multitud iracunda que le lanzaba proyectiles incluso delante de la policía (y estamos hablando del fútbol inglés). El bus era blindado, eso impidió que las agresiones se materializaran en los futbolistas visitantes. El bus de Boca ni siquiera tenía vidrios laminados. “Los vidrios laminados pueden llegar a resquebrajarse, pero el proyectil no pasa, no hay manera”, nos dice un experto. De haber pensado en ese detalle, no tan pequeño, se hubiese evitado todo este zafarrancho.

A River le cabe el triste honor de que la final emigre a Europa por un incidente ocurrido en un partido de local, en las adyacencias de su estadio y protagonizado por sus hinchas (lo cual nunca puso en duda).
Al ciudadano alemán que colocó la bomba en el bus del Borussia Dortmund en 2017 lo acaban de sentenciar a 14 años de cárcel. ¿Sabremos quién es la bestia que arrojó la piedra a la delegación de Boca…? ¿Se está investigando…? ¿Lo detendrán…? ¿Lo encerrarán…? ¿River lo está buscando para saber quién es el personaje que le arruinó este pastel…? Nadie lo informa. A propósito: ¿qué estará pensando el sujeto que arrojó esa maldita piedra…?

El fútbol argentino se quedó sin una final soñada, lo tiene merecido por su incompetencia, indolencia, irresponsabilidad. También por las irreductibles posiciones de River y Boca.

“Nos estamos dejando robar el superclásico”, protestó Gustavo Alfaro, DT de Huracán. Y ahí entra Claudio Tapia, presidente de la AFA, que es también vicepresidente de la Conmebol. No se le escuchó la voz en toda esta historia. ¿Hizo algo por pedir que se jugara en la Argentina dando las máximas garantías de orden y seguridad…?
La FIFA tiene un área de seguridad que revisa los protocolos antes de los torneos, toma conocimiento de cómo serán los operativos. ¿La Conmebol también…?

River no puede decir “nosotros no somos la policía, pagamos 23 millones de pesos por el operativo”. No alcanza con eso. Si voy a dar una fiesta y pongo guardias en la puerta quiero saber cómo van a actuar, en qué forma tratarán a los invitados, por dónde los harán pasar. La Conmebol igual. ¿A quién se le ocurre montar un evento tan multitudinario sin preguntar siquiera por la protección para el equipo visitante…? No todo es instalarse en el VIP, hay que trabajar también.
La sanción a River no suena convincente, cuesta entenderla. Ni siquiera se le suspende el Monumental, pero se le saca el partido. De esto se desprende que su responsabilidad fue grave, pero puede continuar jugando en su casa. Otro día…

En todo este escándalo hay mucho de la tragedia del Titanic: su viaje inaugural fue un gran acontecimiento arruinado por una serie de factores negativos aislados, que terminaron concatenándose. El acero de la carcasa no era del todo bueno, escaseaban los botes salvavidas, se desoyó la alerta de icebergs y se aumentó la velocidad de crucero, no se reportó a tiempo el pedido de auxilio por soberbia, etcétera.

Los futbolistas son nuestra materia prima, el gran activo del fútbol sudamericano. En los años ’20 comenzó una ola migratoria, primero tibia, luego más fuerte y ahora se van todos. Nos fuimos acostumbrando, tuvimos que hacerlo. La Copa es diferente, es como despojarnos de nuestro orgullo, una manera de reconocer nuestra incompetencia. Ya se llevaron la Copa América Centenario a Estados Unidos, ahora la final de la Libertadores a Madrid, ¿por qué…?

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