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Lolo Fernández
Miguel Villegas

Gaspar Mena esperó 90 años para aprender a volar. A su edad, lo sabía todo, lo había hecho casi todo: hijo responsable en su casa de La Unión, en Piura, fue futbolista amateur, se casó con Esperanza, tuvo 10 hijos y un día de 1953 se ganó el premio mayor de la lotería. Ese año, entusiasta hincha de Lolo Fernández, leyó en un diario que se sortearían los chimpunes con los que jugó su último partido -el clásico con Alianza-, compró tres boletos y fue bendecido. Nunca antes había ganado nada. 64 años después, con las únicas fuerzas que le quedan, aceptó viajar a Lima para mostrarle a los hinchas de Universitario esos botines, el mismo día en que Lolo hubiera cumplido 104 años. Fue el último sábado 20 en Hualcará, la tierra donde nació Lolo. Se trataba de un homenaje organizado para el ídolo de la U pero claro, también a él: casi 3 mil fanáticos viajaron en buses, autos, caravana. Casi el doble de los que viven en Hualcará, según datos de INEI. El homenaje lleva un nombre místico que le arrancó una sonrisa a don Gaspar: La Ruta de Lolo. Cuando lo llamaron ni siquiera lo dudó. Era, posiblemente, la gran aventura de su vida.

–Alista mi mejor terno, Gaspita, le dijo a su hijo el último viernes, antes de subirse al vuelo LA2309 en Piura.

Puso en una bolsita de franela los chimpunes, dobló sus pañuelos, los puso en la maleta y listo. De la mano de su esposa se sentó por primera vez en un avión para aprender volar. En Lima -él aún no lo sabía-, los organizadores de La Ruta de Lolo lo esperaban para nombrarlo Protector de la Memoria de su ídolo. Un título nobiliario para el futbolista que resume su pasado y su futuro: 23 años consecutivos jugando por la misma camiseta. Son las cosas que el fútbol produce, inexplicables y honestas.

Con esa elegancia y con su mayor tesoro, viajó don Gaspar. A los 90 años. Así deberíamos irnos todos al cielo.

Lea la nota completa este sábado en Somos.

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