MARÍA JOSÉ FERMI @Majofermi Enviada Especial de El Comercio a Tailandia

A Ángela Leyva no le gustaba el vóley. Tenía nueve años y no quería jugarlo porque le dolían los brazos cuando la pelota le caía en ellos. Hasta que su talla la traicionó. A pesar de estar en cuarto grado, era una de las más altas de toda la primaria y el profesor de vóley de su colegio la buscaba y buscaba, queriendo convencerla para jugar. “Yo no quería, pero mi mamá me dijo que fuera para probar. Ya nunca más me fui”, cuenta Angelita, una de las piezas claves de nuestra selección en el Mundial de Tailandia.

Solo un año después ya la habían jalado para un club, Camino de Vida, y su propio rumbo empezaba a definirse cerca de la net. Su nuevo equipo le pagaba el colegio y un ‘sueldo’ por jugar con ellos. La cosa iba poniéndose más en serio y Ángela le daba mucha importancia. Para los 11 años ya formaba parte de la selección nacional infantil, con chicas de categoría Sub 16, y a los 13 fue convocada al conjunto de menores con compañeras de la Sub 18.

En esa selección conoció a Natalia Málaga. “Yo era de las más chiquititas, pero ‘Nati’ me llevó a una gira de casi un mes por toda Europa. Imagínense, para mí era muy emocionante pero también muy duro porque estaba lejos de casa y me agarraban de recogebolas”, cuenta riéndose. Ser la menor en un grupo de chicas y tener a una entrenadora exigente no fue nada fácil en un principio. “Yo lloraba mucho; estábamos haciendo un ejercicio y cuando me caía un pelotazo se me ponían los ojos llorosos. Odiaba defender”, confiesa Angelita.

PURA FUERZA Hoy, las que deben llorar con los mates de Ángela son sus rivales. Ya tiene 16 años, mide 1,80 m. y mete unos balazos. La peruana es la cuarta mayor anotadora en lo que va del Mundial: ha hecho 73 puntos en cuatro partidos, 62 de ellos matando. “Siempre he sido buena en el ataque, ahora estoy trabajando en mi recepción, que es lo que menos me sale”.

Y es que Ángela es así: responsable y severa consigo misma. Pero, también con las demás. En la cancha les exige a sus compañeras. Si ve que se están cayendo, les mete su café para despertarlas. Pero también sabe cuándo es momento de bromear con las palomilladas en grupo (como meterse con todo el equipo en el ascensor y saltar hasta que parezca que va a caer).

Las chicas la respetan. Y eso se ve dentro y fuera de la cancha. Nadie se agarra su sitio en el bus y todas le hacen caso. Por eso Natalia la hizo capitana. “Es una jugadora que se sobrecarga de trabajo y, llega un momento en que no queremos saturarla, pero ella no quiere descansar sino seguir entrenando. Ángela es una chiquita que ha crecido muchísimo, marca una diferencia. Prácticamente es el soporte de las menores”.

Ahora, en Tailandia, Angelita no piensa nada más que en el Mundial. “En mi cabeza está metida la idea de que quiero una medalla. Para los octavos de final saldremos con todo. Confío en que vamos a poder ganar. Cada una pone lo suyo en la cancha, y tenemos garra y ganas”. Una verdadera guerrera.