¿Qué jugada o momento es el más icónico de cada disciplina? Este ejercicio arbitrario intenta señalar aquellos momentos sublimes. (Foto: AFP)
¿Qué jugada o momento es el más icónico de cada disciplina? Este ejercicio arbitrario intenta señalar aquellos momentos sublimes. (Foto: AFP)
Ricardo Montoya

Este es un ejercicio periodístico tan arbitrario como hermoso. Magnánimo y plural el deporte nos permite intentar una búsqueda, acaso imposible, de una jugada única que personifique a cada disciplina. No necesariamente la mejor. Ni la que mayor grado de destreza atlética requiriese, o la que estéticamente nos asombrase. No. El subjetivo criterio al que apelamos es el de la representatividad. Buscamos la acción o el momento de cada deporte que hubiera hecho que, metafóricamente, crezcan flores dentro del aficionado. Buscamos aquella jugada que, en suma, nos invite a reparar en la fabulosa existencia del fútbol, del básquet, del tenis, o de cualquier disciplina deportiva.

Es extraño que, siendo el balompié una oda permanente a la polémica, la decisión haya sido sencilla. Por contexto geopolítico, por belleza artística y por su trascendencia, el gol de Maradona a los ingleses se yergue sobre la magia de Pelé en Suecia o el agónico tercer tanto de Rahn al ballet magyar en la proeza alemana de Berna 54. El gol de Diego en el Azteca es el recordatorio de que el futbol también puede jugarse sobre un edredón de sueños.

En el baloncesto, en plena Guerra Fría, los soviéticos derrotaron en el último segundo a los estadounidenses en Múnich 72, propinándole a los ‘gringos’ su primera derrota desde que participaron en los Juegos. La controversial canasta del pivote Alexander Belov, en el tercer tiempo extra, no puede hacerle sombra al doble salto de Michael Jordan en el concurso de Slam Dunk en 1988. La postal del ‘23’ de los Bulls etéreo, desafiando las leyes de la gravedad, forma parte de la iconografía del deporte universal.

En el boxeo, curiosamente, el elegido es un golpe que jamás fue lanzado. Se trata del ‘remate’ que Muhammad Alí, nunca más grande que esa noche, reprimió en su victoria sobre George Foreman. Mientras ‘Big’ George, campeón del mundo, caía, Alí pudo finiquitar el trabajo asestándole un gancho definitivo. Pero decidió no hacerlo para proteger la integridad de su rival. Tampoco el quirúrgico uppercut de Ray Robinson sobre Gene Fullmer, ni la furiosa tormenta que desplegaron en el primer round Hearns y Hagler se pueden equiparar a la humanidad de ‘El Bocón de Kentucky’ en aquella calurosa madrugada de Zaire.

La final de Wimbledon del 2008, entre Nadal y Federer, fue un recital de virtudes sucesivas. Dos estilos antagónicos configuraron un encuentro inolvidable en el que el empaque de toro bravío de Nadal derrocó al rey Federer en su propio reino verde. Era el tenis en nivel poético interpretado por sus mejores ejecutantes. La emotiva consagración de Ivanisevic, en Londres en el 2001; la lacrimógena despedida de Agassi el 2006; el épico ‘tie break’ de Mc Enroe y Borg en el 80; y la campaña del viejo Connors en el US Open del 91 pertenecen también al cuadro de honor de la raqueta.

En automovilismo, el prodigioso retorno de Nikki Lauda a las pistas tan solo 42 días después del accidente de Nürburgring se lleva el premio mayor, superando al arrojo de Senna y a la conducción científica de Prost . El austríaco, todavía convaleciente, continuó en la brega para el asombro del mundo, ocupando la cuarta posición en su regreso.

Y si de recuperaciones inesperadas se trata, lo del último domingo de Tiger Woods fue inconmensurable. Tras varios tránsitos por el quirófano y la idea popularizada que debía retirarse, ‘La leyenda’ honró su estatus con una extraordinaria conquista en Atlanta.

En el fondismo, los éxitos de Abebe Bikila corriendo descalzo 42 kilómetros para obtener el oro olímpico en las maratones de Roma (1960) y Tokio (1964) parecen insuperables.

¿Cree usted en milagros? Relataba Al Michaels para la televisión norteamericana la asombrosa victoria en hockey de Estados Unidos sobre los soviéticos en los Juegos de Invierno del 80. El triunfo de ese equipo conformado por jugadores universitarios constituye la mayor sorpresa olímpica de deportes colectivos de la historia.

El primer puntaje perfecto en gimnasia fue obra de una adolescente sublime. Nadia Comaneci en las barras asimétricas de Montreal 76 obsequió con sus insolentes 14 años un despliegue acrobático de ensueño. Simone Biles asoma como su sucesora, pero carece de la frescura de la rumana.

La magistral demostración de Bobby Fischer en la sexta partida de su batalla contra Boris Spassky en Reikiavik es la pieza más emblemática del mundo de los trebejos. La esquizoide genialidad del norteamericano Fischer supuso un breve intervalo en la hegemonía ajedrecística de los soviéticos.

Y La lista es más extensa y se irá nutriendo de eventos nuevos. Está claro, que sin estas epifanías que le confieren su carácter épico al deporte la magia no podría no ser posible.

Contenido sugerido

Contenido GEC