Las personas que lo conocieron o al menos tuvieron el gusto de extenderle la mano o la mejilla para saludarlo cuentan que nunca se hacía llamar José. Se presentaba siempre con el sobrenombre de “Titi” ante amigos y familiares en el norte y sur del Perú desde que a los seis años corrió su primera ola a bordo de una morey, la primera que llegó a nuestro país. Recién tres años más tarde, cuando era aún un niño flaco de nueve, tuvo su primera tabla hawaiana, con la que más adelante se convertiría en bicampeón nacional e inscribiría su verdadero nombre, José de Col, como una leyenda del surf peruano. Una leyenda que hoy nos ha dejado. “Titi” abordó una avioneta con destino a San Ramón (Junín) junto a su amigo Walter Braedt y se estrelló a la altura del kilómetro 130 de la Carretera Central, llegando a Ticlio, adelantando su muerte, su adiós, a los 44 años.

“Titi” era padre de tres hijos: Cristóbal, Nadja y Noah. Los dos primeros decidieron seguir sus pasos, siempre con una tabla bajo el brazo. El tercero también, aunque aún es muy pequeño para sobresalir. Cristóbal, a sus 20 años, es inclusive considerado como el mejor surfista peruano del momento. Su capacidad para maniobrar la tabla hawaiana es una lección aprendida, en parte, gracias a los consejos de su padre. Tanto Cristóbal como Nadja aprendieron a correr olas en la playa Los Órganos, en Talara, donde “Titi” había comprado una casa en busca de convivir más cerca con las olas del norte del país, pero sobre todo porque había encontrado un trabajo como arquitecto, su profesión. Allí vivió desde 1995 hasta 1998 con Marcela Monje, su esposa desde hace 22 años. Luego se mudaron a La Encanta de Villa, en Chorrillos, aunque siempre visitaban la vieja casa del norte con un único objetivo: “Preferimos estar en el mar que en tierra firme”, dijo alguna vez “Titi” en declaraciones a la revista Caretas.

A los 44 años ha dejado de existir “Titi” de Col, un hombre y padre ejemplar. Tío de cariño de Sofía Mulanovich, la campeona mundial peruana y deportista a la que admiraba por ser “la mejor del mundo”, como reconoció en una entrevista pasada al portal “OlasPerú.com”. “Titi” estaba extremadamente vinculado con el océano, a tal punto de considerar que no podría vivir sin tener al lado ese pedazo inmenso de mar que tanta tranquilidad le daba, y que fue testigo del momento en que decidió cambiar la morey por la hawaiana porque se dio cuenta que era “mucho más chévere estar parado sobre una tabla”. Esto se lo inculcó a su hijo Cristóbal, otro tablista que admiraba, más allá de la relación padre e hijo. ¿Por qué lo admiras?, se le consultó una vez. Y respondió: “Por ser mi hijo, por ser tan surfer y por el hecho de aprender tan rápido”.

La noticia de una leyenda que promovió la práctica del surf durante 30 años ha llegado hoy vestida de tragedia. Alguna vez “Titi” había estado cerca de la muerte, cuando una ola en Pico alto lo arroyó causándole la rotura de una costilla. “Me cayó una serie de ocho olas de siete metros y no podía tomar aire, ni remar en mi tabla. La hice de milagro”, contaría años más tarde. “Titi” nos he dejado hoy con el recuerdo de un hombre que vivía en el mar. Este es el consejo que alguna vez dejó para los más jóvenes y que reproducimos en su totalidad. Hasta siempre “Titi”.

“El surfing es para toda la vida, no malogres tu cuerpo con alcohol ni drogas, no llevan a nada, el deporte te da longevidad, lucidez, fuerza, sabiduría y amor al prójimo, a la vida y al planeta. Es una forma de vida increíble. Ah, pero si te pegas mucho al surfing, sin ver los caminos para lograr ser alguien con tu futuro y tener una familia, serás un huevero para siempre. El surfing es muy adictivo. Visualiza tu situación, porque si te ordenas y sacrificas tiempo de surfing por chamba o estudios, siempre hay ocasiones para correr las mejores olas del mundo”.