¿De qué sirve ser anfitrión olímpico?, por Jorge Barraza
¿De qué sirve ser anfitrión olímpico?, por Jorge Barraza
Jorge Barraza

Como acontece con casi todos los megaeventos deportivos internacionales que no se celebran en Europa, la prensa europea o anglosajona es ácida, cuando no incendiaria o apocalíptica en sus críticas al dueño de casa. A veces con razón, en otras exagerando la nota. Pasó con Corea/Japón 2002, donde se dijo que el Mundial “era un monstruo de dos cabezas”, sin embargo fue un torneo grandioso. Lo mismo sembraron el pánico con la inseguridad en Sudáfrica 2010, pero resultó un excelente Mundial, muy seguro y eficientemente organizado. En cambio la reciente Eurocopa se disputó en Francia entre medio de dos actos terroristas que costaron la vida a cientos de personas. Uno de ellos, en Niza, cuatro días después de finalizado el torneo. Nadie está a salvo de problemas. Hay que entender que todos los torneos no se pueden disputar en Alemania o en Inglaterra. Y aún allí también se detectan deficiencias. El imaginario popular piensa que en Alemania 2006 uno apretaba un botón y aparecía Beckenbauer, pero no… Había fallitas.

En este caso, tratándose de Sudamérica, los no podían ser la excepción. Por el contrario, la crisis político-económica y la insatisfacción social que vive Brasil es un caramelo imperdible para la severidad periodística. “Los Juegos, una ruina económica para Brasil”, es el encabezado de una columna de Josep María Casanovas, del diario Sport, de Barcelona. “Si el Barón de Coubertin levantara la cabeza y viera la cantidad de problemas que amenazan a los Juegos de Río, seguro que preferiría no verlo”, se escandaliza el catalán. El 7 de julio, Vanessa Barbara, brasileña ella, escribió para el The New York Times un artículo titulado “La catástrofe olímpica de Brasil”. Y el título es lo más suave. Todo el escrito es un balde de gasolina.

Andrés Oppenheimer, desde Miami, se pregunta: “Río de Janeiro, ¿un desastre olímpico?”. Y En su nota cita a un experto economista deportivo que cifra en 20.000 millones de dólares el costo de las olimpíadas cariocas. Chico Maia, del diario O Tempo, de Belo Horizonte, es cáustico también. “El legado queda para Río, la cuenta para todo el país”, sentencia. Y agrega: “Una medalla de oro, una de plata y una de bronce en los seis primeros días de competencia es la cosecha más pobre para un anfitrión en 48 años”.

Cientos de artículos se han publicado en el mismo tenor. Todos bien argumentados y documentados. No obstante, lo que se ve por televisión es muy bonito, cuando no imponente, la ceremonia inaugural espléndida, los escenarios magníficos, prolijidad en las competencias.

Javier Lanza, colega argentino de Pasionfutbol.com que está cubriendo los Juegos, nos traza una pintura positiva desde adentro: “Las distancias son un poco largas entre un escenario y otro, el transporte tiene algunos problemitas y el tema de los voluntarios es deficiente, deben indicar a dónde ir para tal o cual prueba y la mayoría no sabe. Fuera de eso, todo funciona muy bien y los Juegos son fantásticos, La infraestructura es monstruosa, el Parque Olímpico es increíble. Todo está muy controlado, la seguridad es muy grande, sólo hubo una agresión a un bus de prensa que pasó por una zona un poco complicada y le tiraron piedras, pero eso no empaña a los Juegos, que son excelentes”.

Más allá de una visión o de otra, nos preguntamos: ¿De qué sirve ser anfitrión olímpico? ¿Qué gana un país haciendo un gasto tan colosal para un evento que dura 17 días y del que una semana después no se acuerda nadie? ¿Qué utilidad van a tener luego esas gigantescas instalaciones deportivas? ¿Quién las va a mantener y cuánto le costará…?

Antes era un orgullo ser sede olímpica, daba prestigio, era una plataforma de lanzamiento para que el país fuera conocido y respetado a nivel mundial, para introducirse en el juego grande de la geopolítica y los negocios. Hoy no cumple esa función, el planeta está globalizado. ¿Se piden los Juegos por apariencia…? En el caso de Brasil, Lula (el factótum) lo vendió al mundo como una superpotencia económica, pero ahora, justo cuando llegan los Juegos, tiene problemas de efectivo, los números no le dan. Porque las sedes se piden con mucha antelación y a veces llegan en el momento menos oportuno. Es como dar una gran fiesta en casa cuando no tenemos ni para pagar la tarjeta de crédito.

Es lindo darse los gustos, pero este gusto sale carísimo. ¿De qué le sirvió a Grecia, un país fundido hace tiempo, alojar los Juegos de Atenas en 2004…? ¿El mundo tiene una mejor imagen de Grecia por ello…? Los olímpicos son un gran trastorno organizativo. Cuestan un dineral, el mundo se queja de que todo está mal, la prensa resalta los errores y nunca los aciertos, las obras por lo general quedan abandonadas (más en América Latina), sobre todo porque hay muchos deportes que en el país anfitrión no se practican habitualmente y entran en desuso.

Un Mundial de fútbol es más simple que unas Olimpíadas, abarca todo un país, no una sola ciudad, y los estadios al menos los usan luego los clubes locales. El gigantismo olímpico es un problema cada vez mayor, indominable. En Brasil hay que atender a más de 11.000 atletas de 41 disciplinas, a ellos sumarles otros miles entre entrenadores, jueces, delegados, oficiales, directivos, periodistas, voluntarios. Brasil destinó 67.500 policías y 22.000 soldados para resguardar la seguridad en una ciudad acechada por el delito. Y esto sin contar las construcciones, el transporte, la villa olímpica, las comunicaciones, la hotelería, los aeropuertos, etcéteras varios.

Tampoco atraen a millones de turistas; las olimpíadas son cada vez más televisivas. Se ve más y mejor. Y sobre todo es menos incómodo. Es preferible invertir dinero en construir estadios o recintos que sean realmente necesarios y en el desarrollo de más deportistas. Y luego ir de visitante a los Juegos a ganar medallas. En un futuro cercano es posible que no haya muchas postulaciones para hospedar las Olimpíadas y que el Comité Olímpico deba salir a ofrecerlas. Incluso sería lógico que el COI cediera los derechos de televisión, ese gran pastel, a los países sedes. O al menos compartirlos al 50% con ellos. De lo contrario, los invitados se van y el local, que pone todo, se queda con la casa dada vuelta y la cuenta por pagar.

Las Olimpíadas dejaron de ser una fiesta de paz y alegría. Que se hagan en Europa, Japón, Australia, China, Rusia, Estados Unidos. Conviene más formar atletas. Cuesta muchísimo menos y da más satisfacciones.

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