(Foto: AFP)
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Inés Temple

Hay personas y empresas que actúan de maneras que ofenden la dignidad de otras personas con las que interactúan. Muchas lo hacen sin mala intención, sin quererlo, pero igual terminan dañando irremediablemente la relación de respeto y confianza, y toda posibilidad de interactuar positivamente. Y, por supuesto, afectando su en el camino. En el mundo del trabajo, ¿qué es lo que más ofende la dignidad de las personas? Probablemente la falta de respeto y de consideración a nuestro valor intrínseco como seres humanos merecedores justamente de eso, de respeto y consideración, independiente del nivel jerárquico, cargo o la condición de cada quien.

Muchas de las ofensas a la dignidad son sutiles pero igual impactan duramente a quien las recibe. Algunas vienen de faltas de cortesía básica, de la falta de la valoración por el otro por distintos prejuicios y, sobre todo, del descuido y la indiferencia por el bienestar ajeno. Muchas de esas ofensas vienen de la necedad de poner ‘valores’ como el dinero, el poder o el ego por delante del respeto que merecen todas las personas por igual.

Por ejemplo, muchas organizaciones se afanan por tratar con especial cuidado a la gente “de más nivel” y descuidan torpemente al resto del equipo o a clientes “menos importantes”, haciéndolos sentir ciudadanos de segunda clase. Otros les faltan el respeto a sus colaboradores o clientes en “pequeñas cosas” como demoras innecesarias en atenderlos, personal mal entrenado, incumplimiento de promesas, pobres condiciones de trabajo, etc.

Otras también privilegian lo que entienden mal como ahorros o eficiencias –como los modelos “bajo costo”– y los confunden con maltrato, descortesía o arrogancia. Ahorrar no significa tratar a nadie con rudeza o poco respeto.

Hay quienes, al terminar el vínculo laboral –una situación particularmente delicada en la vida de las personas y las organizaciones–, cometen regularmente errores que ofenden la dignidad de las personas. Así, muchos improvisan en la comunicación de salida y lo hacen sin el respeto que cada caso merece en especial. Otros se refieren a las salidas usando términos irrespetuosos como “botar” o “sacar”. Peor aún, hablan mal de quienes salen de la organización y los señalan con expresiones denigrantes como “grasa organizacional” o “sobrantes”, etc., sin importarles el daño que causan a la autoestima, la dignidad y la marca personal de los que se van ni la moral y el compromiso de los que se quedan. Y después esas mismas organizaciones no entienden por qué no pueden atraer o retener talentos o clientes…

Por supuesto también hay muchas personas y organizaciones que se esmeran por hacer las cosas bien y que actúan correctamente con respeto y consideración. Y, claro, esas son las que repetidamente lideran las varias listas de las más reconocidas, admiradas y, además, más rentables en sus sectores. Son las que tienen la mejor reputación, las valoradas como las mejores empleadoras, aquellas donde todos quieren trabajar.

Con casi todas ellas me toca trabajar con orgullo, y soy testigo de que cuando de dignidad se trata, nada reemplaza al ejemplo de líderes coherentes con sus valores actuando con conciencia y respeto total a la dignidad y la autoestima de las personas de todos los niveles por igual. Y eso también lo saben el mercado, los clientes y sobre todo los trabajadores, que aprecian, valoran y reconocen con su preferencia, compromiso y lealtad a sus líderes y a sus marcas.

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