(Foto: El Comercio)
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Como a las películas de Chaplin, a la se le mira muchas veces en blanco y negro. Por un lado están quienes solo denuncian la apertura de mercado de los últimos 25 años, acusándola de vicios tanto propios como ajenos; por otro, quienes la celebran con entusiasmo acrítico y tildan de velasquista cualquier intento por tocar el ‘modelo’. 

Ambos enfoques tienen el mismo maniqueísmo, aquel que asume que existe una única manera de hacer las cosas. No existe una receta secreta para el desarrollo, como lo muestran las trayectorias disimiles de países como , y

La razón para ello es sencilla pero profunda a la vez: cada uno de estos son países diferentes, tanto en recursos como demográfica y políticamente. Pretender copiar el sistema de los países escandinavos de manera acrítica es tan ingenuo como utilizar la industrialización del sureste asiático como si fuera un manual de indicaciones. Ya el propio Jorge Basadre advirtió hace mucho que “ninguna de nuestras soluciones nos vendrá, pues, cocida y masticada de otros países, aunque sean hermanos, primos o prójimos”.

Asimismo, los períodos en los que cada economía empezó su camino al desarrollo varían: la en la que alcanzó el desarrollo, plagada de limitaciones en términos de transportes y comunicaciones, es radicalmente opuesta a la era de globalización en la que vivimos hoy, por ejemplo. 

Una consecuencia de ello es que la , otrora líder del progreso económico que concentraba grandes fracciones de la producción y el empleo, viene reduciendo su participación no solo en las economías más ricas, sino también en aquellas en vías de desarrollo. 

Dani Rodrik ha caracterizado esta tendencia como “de industrialización prematura”, señalando acertadamente que la industrialización exportadora como receta para el desarrollo parece estar perdiendo efectividad. 

Todo esto no deja bien paradas a las voces más extremistas del debate económico en el Perú, tanto de uno como de otro lado. 

Quienes menosprecian el rol de las actividades extractivas en el desarrollo pierden de vista la importancia central que estas han tenido en la prosperidad de países como Canadá, Australia o la antes mencionada Noruega. En cambio, aquellos que consideran que la apertura comercial basta y sobra para generar una diversificación espontánea subestiman las formas en las que la globalización viene socavando la antigua receta aplicada por los países del sureste asiático.

El debate económico en el Perú parece estar estancado entre estas dos recetas obsoletas. Naturalmente, es importante resaltar el bienestar que el equilibrio fiscal y la mesura monetaria han generado. Al mismo tiempo, sin embargo, es también necesario reconocer que gran parte del ‘boom’ del crecimiento peruano (2006-2014) responde a condiciones externas (léase precios de los metales) y no a méritos específicos de la política macroeconómica.

Ni república bananera ni estudiante estrella de la OCDE, ni blanco ni negro. A la economía peruana hay que entenderla en una escala de grises. Optar por seguir haciendo las cosas como las venimos haciendo, por lo tanto, es una estrategia conservadora.

Sin duda, tiene el mérito de preservar lo avanzado y evitar el regreso al desfalco de las décadas pasadas. No obstante, por sí solo el ‘modelo’ como viene siendo practicado no basta para alcanzar el desarrollo.