El análisis estuvo basado en el estudio de la información extraída de 594 reportes previos. (Foto: Tumiso en Pixabay. Bajo licencia Creative Commons)
El análisis estuvo basado en el estudio de la información extraída de 594 reportes previos. (Foto: Tumiso en Pixabay. Bajo licencia Creative Commons)
Oswaldo Molina

En una fantástica charla TED, el recordado divulgador científico sueco Hans Rosling nos muestra cuán poco sabemos de los significativos cambios que ha experimentado el mundo en las últimas décadas. Para ello, hace diversas preguntas al público sobre la evolución de las condiciones de vida y, al contrastar sus respuestas con las correctas, nos demuestra cómo la tiende a equivocarse y a ser pesimista.

Así, tendemos a creer de manera generalizada que nunca hemos estado peor y que las condiciones materiales de la mayoría de la población mundial han empeorado, cuando en realidad estas han mejorado como nunca antes en la historia de la humanidad. Solo para darnos una idea de la magnitud de la transformación experimentada, se estima que hace dos siglos –un período de tiempo cortísimo para la historia–, el 94% de la población mundial vivía en condiciones de pobreza extrema, mientras que actualmente solo el 10% sufre de ese nivel de carencias. 

Tendemos entonces a concentrarnos en eventos específicos y negativos, dejando justamente de percibir las señales características de los cambios estructurales. En buena cuenta, dicho problema se debe a la manera como los medios transmiten la información, que se caracteriza por resaltar las malas noticias. Y esta situación contrasta con la actual abundancia de información. 

En la apertura de su nueva obra, Yuval Harari, autor del celebrado libro “Sapiens”, justamente toca estos temas. Para él, vivimos en un mundo inundado de información irrelevante. El verdadero poder viene por tanto de tener la suficiente claridad para distinguir, en medio de dicha abundancia, los hilos que nos lleven a las principales madejas. Y es que gracias a nuestra actual capacidad para interrelacionarnos en las redes sociales, casi cualquiera podría intervenir en los debates de los problemas fundamentales de nuestro tiempo; pero, como el autor israelí resalta, esto no ocurre, porque ni siquiera nos percatamos de los elementos claves del debate y su urgencia. 

Hoy nos encontramos en un momento decisivo: nos enfrentamos a grandes transformaciones que pueden dibujar decididamente el rostro del futuro. Así, debemos estar atentos a transformaciones como el cambio demográfico –por primera vez la mitad de los países tiene una tasa de natalidad tan baja que hará que su población se reduzca–, el cambio climático –los expertos nos señalan que estamos cercanos a un punto de no retorno– y el ascenso de la automatización e inteligencia artificial –con sus consecuencias sobre el mercado laboral del futuro–. 

Frente a ello, no podemos dejar de considerar cómo nuestras acciones y los eventos individuales que parecen inconexos, como los resultados electorales o cuán exigentes somos con nuestras autoridades para que enfrenten los riesgos medioambientales, pueden influir en dichos procesos. El rol, crítico o distraído, que tengamos frente a estos temas determinará el rumbo que tomen. Y es que, parafraseando a Harari, si el futuro se decide en nuestra ausencia, porque estábamos distraídos en Facebook, tendremos igual que asumir sus consecuencias.