(Foto: Archivo)
(Foto: Archivo)
Inés Temple

Le dieron la noticia de manera brutal. Sin respeto, sin consideración, sin ningún profesionalismo. No solo lo dejaron sin trabajo de la noche a la mañana, sino que le destruyeron la autoestima y la dignidad de un plumazo. Lo ofendieron y lo culparon de todo lo que pasaba para justificar la razón por la que se tenía que ir. Siempre es más fácil culpar al que debe irse.

De la noche a la mañana, el mundo, como él lo entendía, se vino abajo. Sin aviso previo ni ninguna señal que lo alertara. De sentirse un profesional valioso y valorado, pasó a ser un hombre desesperado. Y sin ahorros.



Viviendo en el paradigma, donde se sentía seguro porque tenía un buen trabajo y una carrera ganada a pulso y esfuerzo, sin el sueldo no había dinero para la hipoteca. Tampoco para pagar los colegios. Las tormentas perfectas siempre llegan en mal momento: estaban terminando de remodelar la casa que habían comprado y a eso se habían destinado los ahorros.

No previó jamás llegar a una situación así. Su era bueno, sus bonos anuales crecían todos los años, junto con sus responsabilidades y su prestigio. Su éxito estaba asegurado. No había por qué guardar pan para mayo. Este tipo de cosas –siempre pensó él– no les pasan a quienes tienen años de carrera ascendente, reputación impecable y buenos contactos. Nada amortiguó la caída.

Pero pasó y le tocó enfrentarlo sin saber por dónde empezar, sin entender los demonios que se despertaban dentro de él. Cometió muchos errores que causaron más estragos, complicándole las cosas.

Repartió por calles y plazas. Frontal e indirectamente, pidió trabajo a sus amigos (y perdió a varios en el camino por eso). Pensó en hacer negocios, pero le faltaba aire por la angustia. Vivía el duelo, la rabia y el desconcierto. ¿Por qué a mí? ¿Qué pasó con mi vida? ¿Qué vamos a hacer? ¿Dónde voy a trabajar? ¿Quién soy ahora? ¿Quién querrá contratarme? ¿Por qué fracasé así? ¿Por dónde empiezo?

Yo no fui de gran ayuda. Estaba muy asustada y también cometí muchos errores. Quien ha estado en ese camino sabe de los estragos que la incertidumbre y la ansiedad causan en todos. De la impotencia que se siente, de la lucidez que se pierde. Pero aprendí a reconocer ese dolor luego, en quienes pasan por esos procesos para tratar de mitigarlo.

Me impresiona cómo todavía hoy aún hay tantos que así dejan ir a su gente, sin ningún respeto ni consideración. Como si ya no doliera ni importara, solo pensando en hacerlo así rapidito nomás y a la ligera, sin darles siquiera alguna ayuda para enfrentar lo que sigue.

Esto se volvió mi vida y mi vocación, guiar y sensibilizar a que el respeto y la consideración sean claves al comunicar las salidas de todo nivel, en cada caso y con cada persona. Y luego, que se ayude siempre a quienes están en ese camino para que no tengan que pasarlo tan mal ni tengan que cometer los mismos errores. Sigo en esto y vamos avanzando, pero aún falta más respeto, más empatía y, a veces, hasta más humanidad…