Alfredo Thorne afirmó que no renunciará. Indicó que el Parlamento puede censurarlo o darle su confianza. (Archivo El Comercio)
Alfredo Thorne afirmó que no renunciará. Indicó que el Parlamento puede censurarlo o darle su confianza. (Archivo El Comercio)
Gonzalo Carranza

En la película “Up in the air”, Ryan Bingham, el personaje interpretado por George Clooney, es un consultor especializado en reestructuraciones empresariales que viaja constantemente por Estados Unidos con un gran anhelo en la vida: ser la séptima persona en la historia -y la más joven- en obtener 10 millones de millas de viajero frecuente.

La metáfora de las millas me vino esta semana a la mente ante la voceada idea del Gobierno de victimizarse frente al Congreso por la probable censura (y el injustificable maltrato) al ministro de Economía Alfredo Thorne.

Cada vez, más miembros del Ejecutivo -no todos- están convencidos de que les ha tocado lidiar con un Legislativo obstaculizador de sus políticas, censurador serial de ministros y sin voluntad alguna de negociar. Un ánimo liderado por Fuerza Popular, pero al que bancadas minoritarias como el Frente Amplio, el Apra y Acción Popular se suman con gusto. Ante ello, habría cierta vocación del Gobierno -no es factible llamarla aún una estrategia- de ir publicitando el balance de agravios desde el Parlamento, registrando en una suerte de cuenta de pasajero frecuente cada incidente.

Una censura como la de Jaime Saavedra equivaldría a un vuelo trasatlántico, que acumula una gran cantidad de ‘millas’ de victimización. Los decretos legislativos derogados y los proyectos de ley a los que el Gobierno se ha opuesto con vehemencia, por el contrario, son como un vuelo nacional: no tienen la prensa o el consenso suficiente para despertar la indignación y la empatía de la opinión pública que busca el Ejecutivo. Y un conato de censura, como el de Martín Vizcarra, se queda en el medio.

Desde este punto de vista, se entendería la decisión de prolongar la agonía política de Thorne negando la posibilidad de una renuncia. Ello a pesar de lo riesgoso que es para el Ejecutivo mostrarse débil. Para los agentes económicos, sería una invitación a prolongar la parálisis; para los poderes informales, un incentivo para seguir con los lobbies más oscuros; y para aquellos que buscan perturbar el orden y la paz social, una invitación a tomar calles, plazas y carreteras a la primera oportunidad.

Para que ese riesgo valga la pena, el Gobierno debe tener claro que no tiene sentido regodearse en las millas acumuladas, a lo Bingham. Algún día tendrá que usarlas. Y le corresponde tener clara cuál es la línea roja para un canje total (en la forma de una cuestión de confianza, por ejemplo), así como un plan coherente para poner ese canje en marcha.