(Foto: Anthony Niño de Guzmán / El Comercio)
(Foto: Anthony Niño de Guzmán / El Comercio)

En el Perú, la conexión entre la economía y la política parece concentrarse en el tan mentado . Esta mirada cortoplacista es un error. No es que sea saludable generar ruido de manera innecesaria, pero tampoco hay que tenerle un miedo sobredimensionado a la supuesta furia de los mercados.

El último anuncio del presidente Vizcarra parece haber desatado estos temores. La decisión de plantear la cuestión de confianza para el día de mañana, bajo la advertencia implícita de que cerrará el Congreso si no apoya sus propuestas de reforma política, ha generado nuevas advertencias sobre el impacto que esto tendría sobre la actividad productiva. El enfrentamiento entre los poderes del Estado, nos advierten, pone nerviosos a los inversionistas.

Sin embargo, la pugna entre el Ejecutivo y el Legislativo es propia de toda democracia. La división de poderes involucra pesos y contrapesos –lo que hace que los choques entre ambos no sean solo previsibles, sino incluso saludables–. Esto sucede en EE.UU. con la reforma migratoria de Trump, en Francia con la flexibilización laboral de Macron, en el Reino Unido con el ‘brexit’.

El temido ruido no les impide a estas economías ser exitosas, y la razón es simple: para los mercados en estos países, los resultados políticos de corto plazo no son tan importantes para el desempeño de la economía. De hecho, de acuerdo con el analista de riesgo político Ian Bremmer, esta distinción es la que divide a los mercados desarrollados, como los mencionados anteriormente, de los mercados emergentes, como el Perú.

El problema de fondo, por lo tanto, es nuestra fragilidad política. Un sistema de justicia cooptado por intereses particulares genera mucha más incertidumbre para el inversionista extranjero que los titulares de los principales diarios.

Un Congreso que elabora leyes sin sustento técnico genera un deterioro mucho mayor en el clima de los negocios que un cambio de mando en el MEF. La principal debilidad del Perú es que es un país en el que las reglas no se cumplen o no se cumplen para todos, que es lo mismo.

Aun así, desde el 2000 tanto el Ejecutivo como el Legislativo han optado por ignorar esta realidad, muchas veces citando el temor a generar ruido. Esta parálisis nos está saliendo cara: como he señalado en estas páginas, la reforma política es la más importante de todas. Sin ella, ninguna otra política pública clave (reformas laboral y educativa, diversificación productiva, etc.) podrá sostenerse en el tiempo.

Es innegable que el proyecto del Ejecutivo tiene serias deficiencias. Desafortunadamente, en vez de utilizarlo como punto de partida y responder con sus propias propuestas, el Congreso parece empeñado en bloquear la reforma.

Nuestra economía nunca ingresará al Primer Mundo si nuestro sistema político se mantiene anclado en el subdesarrollo.

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