"Pogba, el mejor de todos", por Ricardo Montoya (Foto: AFP)
"Pogba, el mejor de todos", por Ricardo Montoya (Foto: AFP)
Ricardo Montoya

No es hasta observar la forma de dirigirse a sus compañeros en el camarín, antes de enfrentar a Argentina y Croacia, que Pogba ha logrado convencerme de que ha sido el mejor jugador del Mundial. No tengo dudas. En esta Francia reactiva, utilitaria y pragmática que edificó Deschamps, él fue quien mejor interpretó el mensaje y lo llevó a cabo. Una especie de director técnico dentro del campo de juego.

Sin embargo, no han sido sus palabras, en ocasiones procaces, “vamos a matar a los argentinos”; o el contenido de su discurso con sabor a revancha, “esta vez no vamos a dejar que nos quiten lo que es nuestro”, lo que ha influido en mi elección. La ascendencia de un guía sobre los demás no se mide por el alcance de sus palabras, sino por la atención con que es escuchado por sus colegas.

Los compañeros de Pogba lo oían, como quienes están siendo testigos de una revelación de Estado. Lo escuchaban en silencio, pero tratando que algo de su energía los alcance. Ese Pogba, ceremonioso y motivador, se contrapone totalmente al hombre pueril que no para de festejar después, como un loco, el título del mundo. Esa fascinante multiplicidad de rasgos que lo habitan es también parte de una personalidad ganadora que seduce a sus compañeros. Antes del Mundial, uno de los puntos flacos que se le adjudicaban a este plantel francés era la falta de carácter deportivo. No había, y era el argumento para defenestrarlos, como en el 98 un Blanc, un Zidane o un Deschamps para solventar los proyectos. Es entonces, en este grupo acéfalo de líderes visibles, que aparece este talentoso ciclotímico y desgarbado, para echarse el equipo al hombro y llevarlo a alturas insospechadas.


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Todos estos atributos intangibles, para ungirlo como el mejor de Rusia, tienen también un asidero en su rendimiento en la cancha. Repasemos: contra Australia el servicio a Griezmann, para el penal que devendría en el primer gol, nace de sus pies. Y luego, es él también quien elabora la pared que terminaría con el pobre Bezich impulsando la pelota a su propia meta. Contra Perú, sobre todo en el primer tiempo, Pogba plantó su bandera en la mitad del terreno y manejó los hilos del partido a voluntad. Y en la segunda parte, cuando los de Gareca se envalentonaron buscando la hazaña, él no tuvo problemas en ponerse el overol y apoyar en la defensa. En el pacto de no agresión con Dinamarca, Pogba no fue de la partida, y Francia acabó por ofrecer su versión más deslucida de todo el torneo. Frente a los argentinos supo ser comparsa de la descomunal exhibición de Mbappé dándole siempre un destino criterioso al balón. Con Uruguay, nuevamente fue el administrador del ritmo del juego. Con Bélgica, en el lance más duro de los franceses, fue un león en tareas defensivas. Y en el partido decisivo, anotó el tercer tanto de su elenco, el que terminaría por desbaratar las esperanzas croatas.

En suma, Pogba nos mostró a un atleta dúctil, con la asombrosa capacidad de liderar, futbolística y emocionalmente, a un grupo exuberante en sus virtudes.

En el terreno subjetivo de las preferencias, Luka Modric y Eden Hazard acumularon sobrados méritos para ser elegidos los mejores, Sin embargo, ninguno de los dos pudo alcanzar la gloria colectiva. Pogba, en cambio, sí la consiguió.

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