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Inés Temple

De las cosas más importantes –y más difíciles– que he aprendido a hacer en mi vida, hablar desde el corazón es una de ellas. Para mí, hablar desde el corazón es atrevernos a decir lo que debe ser dicho. Es expresar las cosas como son, como las sentimos, como sabemos que debemos decirlas en un momento dado, sin distorsiones ni tapujos que puedan confundir el mensaje central. Es conectar con quien tenemos al frente a un nivel más profundo, más personal, más humano y decir con claridad –y muchas veces sin guion– aquello que es relevante o central para la comunicación en una situación dada. Es atrevernos a mencionar al elefante en la habitación.

Por ejemplo, reconocer el buen trabajo de un subordinado, colega, hijo, amigo o pareja –según sea el caso– requiere que hablemos desde el corazón y le digamos muy abiertamente el orgullo y la satisfacción que sentimos. Igual cuando debemos dar retroalimentación y plantear temas importantes que deben ser dichos en beneficio del crecimiento de las personas, pero que son potencialmente delicados o difíciles de escuchar. O cuando lideramos a nuestra gente o familia frente a situaciones complicadas o de cambio que requieren alineamiento efectivo y comunicación valiente, o para señalar sin miedo lo importante de la situación, sus riesgos o consecuencias. También es vital hablar desde el corazón cuando hay que regañar o reencauzar a alguien. Debemos hacerlo con cariño, pero con firmeza y claridad.
Pero muchas veces no hablamos desde el corazón por la inseguridad que pueda causarnos mostrar nuestra vulnerabilidad, quedar expuestos, ser juzgados o criticados. Otras veces no lo hacemos por temor a confrontar o terminar antagonizando con alguien, quizá por malas experiencias frente a situaciones que no salieron bien o desbordaron su cauce. La mayoría de las veces simplemente no lo hacemos para no salirnos de nuestra zona de confort.

A mí me preocupa mucho tener siempre tacto, tino y la necesaria sensibilidad de no herir u ofender jamás a nadie. Por eso, cuando hablo desde el corazón, busco hacerlo siempre con un máximo de respeto y cuidado del otro, porque no todos estamos siempre listos o dispuestos a escuchar la verdad de manera directa. Hablar desde el corazón también requiere claridad de propósito, saber bien lo que vamos a decir y entender por qué queremos comunicarlo en un momento dado. ¡Y ponerse siempre en los zapatos del otro de antemano!

He aprendido que decir con transparencia y autenticidad lo que sentimos, sin añadirle, quitarle o cambiarle nada a la verdad, es la mejor forma de generar positivas interacciones de confianza mutua. Hacerlo facilita que la otra persona también se sienta cómoda de expresarse con libertad, apertura, seguridad y confianza.

He aprendido también que hablar desde el corazón requiere de autoconfianza y seguridad personal. Es aventurarse a ser uno mismo, con coraje y hasta valentía. Pero tratar de ser uno mismo siempre –y así comunicarlo desde el corazón– nos cambia la vida para bien y nos da, sobre todo, paz con nosotros mismos y los demás.

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