Ilustración: Víctor Aguilar.
Ilustración: Víctor Aguilar.
Redacción EC

La columna que Alberto Vergara publicó hace unas semanas en este Diario (una de las mejores de este año, a mi juicio) ha generado múltiples reacciones, y en particular una respuesta de Franco Giuffra en estas mismas páginas [ver notas relacionadas al final de esta columna].

Un aspecto de este debate que ha llamado mi atención es la relación que este último plantea entre y . Incluso si se reduce “desarrollo” solo a “crecimiento” (conceptos que no son equivalentes, como bien apunta Enzo Defilippi), atribuirle demasiado peso al entusiasmo del empresariado es un error.

La relación entre confianza empresarial y crecimiento es compleja, y no basta simplemente con revisar “índices mundiales” para extraer conclusiones: así como la confianza empresarial podría generar crecimiento, la causalidad bien podría correr en dirección opuesta, con el crecimiento generando confianza.

Si la confianza es causa o síntoma del crecimiento, es equivalente a preguntar quién fue primero, si el huevo o la gallina. A esto se añade un problema adicional: la relación entre crecimiento y confianza no es lineal –es decir, depende del contexto–.

Una mayor confianza empresarial bien puede ser una fuente de crecimiento en una situación de crisis, como la del Perú hace más de 25 años: En estos casos la confianza refleja expectativas sobre inflación y monetización de déficits fiscales, riesgos de expropiación y seguridad jurídica, y otros aspectos que alteran materialmente la rentabilidad de las inversiones.

En cambio, en una situación “normal”, mejoras en confianza pueden llegar a significar muy poco: si la confianza se debilita porque el presidente y la lideresa de la oposición conversan o no es mucho menos relevante, porque el impacto que esto tiene es mucho más acotado sobre las oportunidades de inversión.

Elevar las expectativas de y hacer felices a los empresarios son dos cosas muy distintas. ¿Esto significa que el optimismo por invertir y contratar debe ser ignorado? Por supuesto que no.

Los indicadores de confianza empresarial son instrumentos útiles porque pueden ser recolectados sin rezagos, cosa que no sucede con datos más ‘duros’ como la inversión y el consumo. Asimismo, mantener una relación fluida y constructiva con el empresariado es muy importante.

Sin embargo, priorizar la confianza empresarial como un objetivo en sí mismo conlleva sus propios riesgos. Uno de ellos es descuidar la lucha contra la corrupción; otro, priorizar el “destrabe” de proyectos incluso si existen buena razones para las demoras en algunos casos.

La derecha requiere un programa que vaya más allá de proteger la confianza empresarial, pero hasta el momento, tras sucesivos períodos en el poder, no ha sido capaz de elaborar uno. Porque algo que debe quedar muy en claro es que la derecha sí ha gobernado el Perú, y que por eso mismo guarda una deuda pendiente en materia de reforma política y del Estado.

Pretender lo contrario con base en definiciones puristas de qué es o no es ‘derecha’ se asemeja al discurso marxista de que el comunismo ‘real’ nunca se ha aplicado. Y eso tampoco es verdad.

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