En exclusiva, una charla con Jonathan Franzen, uno de los grandes autores de nuestro tiempo, e invitado estelar de la próxima FIL Lima. [Foto: Getty Images]
En exclusiva, una charla con Jonathan Franzen, uno de los grandes autores de nuestro tiempo, e invitado estelar de la próxima FIL Lima. [Foto: Getty Images]

Por María José Caro y Gabriel Meseth

No será la primera expedición para recorrer el Perú en la que Jonathan Franzen se embarque. Lo hizo cuando escribía una crónica sobre el secuestro de carbono para The New Yorker. Su inmersión en la biósfera del Manu le permitió descubrir su hotspot preferido para la observación de aves. “Vi más especies en esa visita que en cualquier otro viaje que he hecho o haré”, recuerda antes de volver. Lo hará como invitado estelar de la 23 Feria Internacional del Libro de Lima, a celebrarse del 20 de julio al 5 de agosto. Su agenda incluye rueda de prensa, firma de libros y charla sobre la novela posmoderna, actividades a las que se compromete con el estoicismo de un gigante literario. Aunque, si por él fuera, estaría desde el aterrizaje con los binoculares colgados del cuello.

Nuestra cita ocurre vía Skype. Franzen aparece desde su escritorio en Santa Cruz, pequeña ciudad al extremo norte de la bahía de Monterrey, sobre la cual parece haber caído un hechizo de tiempo que la hace lucir como la California de principios de los setenta: una burbuja que repele cualquier asomo de modernidad, como evidencian el diseño de casas pintorescas y uno de los parques de atracciones más antiguos del país, que se oxida frente al mar. “Hace más de 20 años conocí a mi compañera, la escritora Kathryn Chetkovich”, explica sobre la adopción de un hogar tan lejano a la meca editorial, con la vastedad del territorio norteamericano como un muro de contención que le permite jugar tenis, tocar guitarra y, sobre todas las cosas, dedicarse al birdwatching. “Empecé a pasar largas temporadas aquí y, cuando le pregunté a Kathryn si viviría conmigo en Nueva York, me dijo que no. Mudarme aquí fue una decisión gradual, no un gran cambio”.

El aislamiento californiano no es excluyente. En la última entrevista que le concedió a The New York Times, Franzen detalla su reciente colaboración con el oscarizado Todd Field y el actor Daniel Craig, unidos en la empresa de adaptar Pureza (2015) para la cadena Showtime. Es la segunda vez que Franzen se empecina en llevar uno de sus libros a la pantalla chica luego de que la miniserie de HBO basada en Las correcciones nunca viese la luz, herida de muerte por obstáculos de producción. La historia parece repetirse, pues el destino de Pureza es hoy incierto. “Iba a ser una bella película de 20 horas, pero el hecho de que costaría 250 millones de dólares empeoró las cosas”, reconoce Franzen. “Es una historia larga, de varios personajes, argumentos y saltos en el tiempo; los protagonistas iban a necesitar de muchos actores para ser interpretados”.

Hay algo quijotesco en el intento de filmar la obra de Franzen, dotada de complejidad, alcance y ambición. ¿Es siquiera adaptable? “Tengo una cierta satisfacción de que mis libros no sean filmados”, se consuela. “Tengo la esperanza de que nunca lleguen a una pantalla, para que así se mantengan como novelas: no todo tiene que ser dominado por la televisión”, dice quien se asume fanático de Breaking Bad (la ha visto dos veces) y Better Call Saul.

Franzen no se incomoda con las analogías entre el oficio del novelista y el del showrunner, ambos en control de una visión panorámica para conducir sus historias, como también de las minucias de cada personaje. Aunque no terminar convertido en uno de ellos es precisamente una de las razones para tranquilizarse si Pureza no llega a la tele. “Debe ser terrible lidiar con un equipo de cientos de personas; muchos de ellos, actores. 40 años de mi vida como escritor ¿para eso?”.

Franzen practica la ornitología desde 1999, tras la muerte de su madre, influenciado por su hermana y su cuñado, ambos ornitólogos. [Foto: AFP]
Franzen practica la ornitología desde 1999, tras la muerte de su madre, influenciado por su hermana y su cuñado, ambos ornitólogos. [Foto: AFP]

                                — Cómo estar solo —
“Me siento una persona con suerte”, conviene Franzen. “Descubrí desde muy chico para qué servía. Tengo este prejuicio de que para ser escritor tienes que ser muy bueno con las palabras. Ser capaz de oírlas, saber cómo suenan. Se parece mucho a la música, por eso no toco la guitarra profesionalmente: lo disfruto, pero sé que no soy muy bueno. Podría practicar ocho horas al día y jamás lo sería. Pero cuando tenía 14 años sabía que era especialmente bueno escribiendo, mi maestro me lo dijo. Lo que era difícil para otros no lo era para mí”, detalla.

Fue así como este hijo de Western Springs, Illinois, descendiente de escandinavos, trazó objetivos para vivir de sus fabulaciones. “La primera historia que escribí, lamentablemente la recuerdo. Me inspiré en las canciones de Grateful Dead, que hablan sobre las tradiciones del Viejo Oeste. Al escucharlas, pensaba que conocía ese mundo. Así que escribí un cuento acerca de una partida de póker, llena de alcohol, cerca de la frontera con México. Aunque tenía 17 años, sabía que no era un buen cuento, así que lo fondeé en un cajón y ahí está hasta hoy”.

Se estrellaría con los sinsabores de la vocación mientras escribía su ópera prima, Ciudad veintisiete (1988). Hoy, cuando esta sátira con ecos de thriller celebra su trigésimo aniversario, su acercamiento a la intriga política, la migración y el terrorismo adquiere un aura premonitoria. Pero entonces sería recibida con tibieza. Reacción similar a la provocada por Movimiento fuerte (1992), libro arriesgado donde ciencia y religión antagonizan con violencia. Franzen mezcla el conservadurismo provida con desastres telúricos, asunto del que aprendería en sus años como asistente de investigación en el Departamento de Ciencias Terrestres y Planetarias de Harvard. El lanzamiento no produciría réplicas, aunque Stephen King se rendiría ante su autor. “Hay algo que tiendo a olvidar”, cuenta Franzen sobre sus inicios. “Era un hombre soltero muy pero muy pobre. Mi declaración de impuestos no arrojaba más de seis mil dólares. Y claro que odiaba a los ricos: era un joven furioso”.

Kathryn Chetkovich retrata el punto de inflexión en “Envy”, brillante ensayo donde explora qué se siente ser mujer, narradora y novia de un autor sobre el cual empiezan a llover las “comparaciones con escritores muertos y con escritores vivos cuyas reputaciones están tan establecidas que bien podrían estar muertos”. ¿Cuál es su versión de los hechos sobre aquel momento cuando “encontró su llave”, esa transición de ser un escritor en apuros al artífice de la primera obra maestra del nuevo milenio? ¿Cómo se veía ante el espejo?

“La versión corta es que lo disfruté, y me relajé por primera vez en mi vida adulta”, vuelve al advenimiento de Las correcciones (2001). “Lo cierto es que engordé por todas las cenas a las que me invitaban cuando estaba en el tour promocionando el libro, y me demoró como 15 años perder todo ese peso. Pero también significó que podía tomarme una semana, un mes o hasta un año para hacer otras cosas, como dedicarme a la no ficción. Sentí que me habían dado lo que deseaba, y que era reconocido por lo que podía hacer”.

El retrato tragicómico de los Lambert, familia disfuncional en crisis por la enfermedad degenerativa del patriarca y los fracasos de cada hijo, reunida para celebrar una última cena de Navidad que se dirige hacia la catástrofe con la determinación de un avión kamikaze, llegaría a librerías en la semana previa a los atentados del 9/11. Se vería en Las correcciones un anticipo del nuevo modo de vida estadounidense, de los miedos y valores que iban a regir en un tiempo desconocido. Jonathan Franzen se convirtió en leyenda: el National Book Award, entrevistas en Charlie Rose, la famosa invitación al Oprah’s Book Club que devino en contienda mediática tras la negativa de Franzen para incluir el logo del talk show en la portada. Incluso prestaría su voz a un episodio de Los Simpson, en el que se va a los puños con Michael Chabon (“Tu nariz necesita correcciones”, amenaza el autor de El sindicato de policía yiddish antes de propinarle un derechazo).

Franzen atribuye a la experiencia su paso del thriller posmoderno al drama familiar, género que lo consagraría tras la publicación de Libertad (2010). “Estoy seguro de que la edad tiene que ver con los temas que uno explora”, responde. “Disfruto mucho más creando personajes y explorando la psicología, el interior y las emociones”.
La saga de los Berglund a lo largo de varias décadas —con la guerra de Iraq, el gobierno de Barack Obama y otros hitos como telón de fondo— confirmó la escala del proyecto de Jonathan Franzen, de mirada tan íntima como épica. La revista Time lo retrataría en su portada con el rótulo de “gran novelista americano”, hazaña improbable para cualquier escritor. “Me alegró que fuera yo y no otro”, acepta con sencillez. “No soy muy partidario de esa idea de la gran novela americana. Fue un poco vergonzoso, pero ¿a quién no le gusta ver su foto en una revista importante?”.

Franzen ha dicho en alguna entrevista que piensa en el lector cuando escribe, pues considera importante ver cómo la gente acepta lo que él ofrece. [Foto: Nprint]
Franzen ha dicho en alguna entrevista que piensa en el lector cuando escribe, pues considera importante ver cómo la gente acepta lo que él ofrece. [Foto: Nprint]

Advierte que su rutina de escritura ha variado en el curso de los años. “Creo que poco a poco voy mejorando en esto de escribir novelas, aunque siento que me estoy quedando sin tiempo: ya tengo casi 60”, dice. “Parece obsesivo, pero trabajo los siete días de la semana y está todo siempre ahí, dando vueltas en la cabeza mientras me estoy duchando, o cuando me despierto a mitad de la noche. Lo repaso una y otra y otra vez, tratando de afinarlo. Creo que sé lo que va a ocurrir, pero no sé cómo va a ocurrir. La escritura es ir descubriendo cómo los personajes se pueden encontrar ante situaciones extremas. Son cosas con las que me obsesiono por años antes de sentarme a escribir”.

También revela una receta creativa: “Empiezo por el título, me ofrece algo para ver hacia dónde trabajo. Es como si compusiera sinfonías y sintiera que es hora de componer algo en re menor; el título es como una escala musical que le da al libro un tono y un contexto”.

Cuenta que Pureza (2015) es la novela más parecida al libro que había imaginado. “Cambiaron algunas cosas, pero el planteamiento básico está ahí”, cuenta sobre esta epopeya que atraviesa desde los tiempos de la Alemania Oriental hasta la tormenta de los wikileaks. Franzen está de acuerdo con la noción de que cada novela suya encierra varios libros. “Era algo que pensaba cuando escribía Las correcciones, la cual imaginaba como cinco novelas cortas. Cada historia funcionaba como un libro independiente, con su propio arco dramático. Básicamente hago eso: escribo novelas cortas dentro de un gran libro. Me han dicho que estoy loco: Las correcciones pagaría cinco veces más si la partiera en libros pequeños. Pero me gusta el libro grande”.

                                       — Más afuera —
¿Existe la jubilación para un escritor? “Bueno, claro: Philip Roth lo hizo”, responde sobre la noticia de su retiro. “No quiero hacerlo. No quiero pasar un día sin escribir algo, pero una novela consume mucha energía. Pensaba que Pureza iba a ser la última. Y ahora, con este nuevo libro, me digo ‘OK, esta vez sí puede ser’”. Tras la muerte de Tom Wolfe y Philip Roth —una acaecida días después de la otra—, Franzen fue visto como el sucesor al trono de la narrativa americana, aunque este anuncio eclipsa el escenario futuro. “Wolfe y Roth tuvieron la fortuna de vivir lo suficiente para tener carreras completas, y sin tener que preocuparse de que la gente dejaría de leer por estar pegados a sus teléfonos”, lamenta. “Me da un poco de envidia, y me parece triste”.

Su siguiente novela retratará la época presente. “No estoy muy interesado en la política para mi ficción; creo que la política es simplista, pero me interesa el fenómeno Trump, la división que existe hoy, y lo que la tecnología le está haciendo a este país. Todo eso estará ahí”, advierte. “Luego seguiré haciendo periodismo y, quién sabe, podría escribir más guiones”, bromea.

Asomarse fuera del terreno de la novela es una de las grandes fortalezas de Franzen. A través del ensayo ha rumiado el dolor propio y defendido sus ideas sin huirle a la controversia. A través de la no ficción ha removido los recuerdos del alzhéimer de su padre, o ha vuelto a su relación con David Foster Wallace, sobre cuyo suicidio escribió: “Cuando su esperanza en la ficción murió, tras años de lucha con una nueva novela (El rey pálido), no hubo otro camino más que la muerte”. Se trató de una de las grandes amistades literarias, signada por “comparaciones, contrastes y fraternal competencia”. Sobre la misma escribiría una de sus crónicas más celebradas, “Más afuera”, que detalla su agenda secreta durante una visita al archipiélago Juan Fernández, frente a la costa chilena.

En su búsqueda del rayadito (Aphrastura masafuerae), ave endémica de la isla Alejandro Selkirk, mientras releía Robinson Crusoe, Franzen buscó el lugar idóneo para echar las cenizas de Wallace, confiadas por su viuda. “Me di cuenta de que estaba en el lugar más dramáticamente bello que había visto jamás… El viento tomó el polvo y se desvaneció en la bóveda azul del cielo, soplando por el océano”, recuerda en el artículo. ¿Qué opinaría David Foster Wallace sobre el momento que atraviesa Estados Unidos hoy? “Creo que estaría más molesto que yo”, sospecha.

El Jonathan Franzen habla con el editor de The New Yorker David Remnick durante el Festival del New Yorker 2011. [Foto: AFP]
El Jonathan Franzen habla con el editor de The New Yorker David Remnick durante el Festival del New Yorker 2011. [Foto: AFP]

En su próximo libro de ensayos, The End of the End of the Earth (2018), Franzen se centra en dos temas espinosos: el cambio climático y las redes sociales. “Se burlaban de mí porque criticaba a Facebook y Twitter, o no se me tomaba en serio cuando me quejaba de que el planeta se está calentando. Ahora la gente es mucho más suspicaz respecto a las redes y mi visión sobre el calentamiento global es más aceptada”, confirma. “Es la oportunidad de volver a ese momento y decir: ‘Oye, tenía razón’”.

Pareciera un libro para la administración Trump, aunque Franzen cree que ningún libro lo sea. “No son famosos por leer”, remata. “No me gustaba George W. Bush, pero cuando miro atrás parece el paraíso”. Frente a ello, el birdwatching es más que un paliativo para Franzen, quien ha comparado sus recompensas con el sexo. “Hay un factor sorpresa: no sabes cómo será tu día. Si vas a la Galería Uffizi en Florencia, sabes a qué cuadros atenerte; pero, si vas al Manu, no tienes idea de lo que encontrarás. Es una aventura”.

Mientras investigaba sobre la reinita cerúlea (Setophaga cerulea), que aparece en Libertad, su amor por las aves creció en proporción a su inquietud por ellas, cada día más amenazadas. Franzen se convertiría en un feroz detractor de la caza de pájaros cantores, de fachadas de vidrio y otros atentados contra la naturaleza. “Jamás, ni remotamente, me había visto tan comprometido con una causa”, confiesa. “Mi esfuerzo por defender las aves tuvo que ver con la fama. Si hubiera sido un activista en 1990, a nadie le habría importado. De pronto la gente empezó a escuchar lo que tenía que decir”.

Tras haber peregrinado por los siete continentes en busca de nuevas especies para su lista, Jonathan Franzen promete seguir visitando el Perú. “No he paseado por la costa norte”, cuenta. “Por ejemplo, nunca he visto un zarcillo”. Se refiere al Larosterna inca, gaviotín oscuro con dos plumas blancas en el rostro rizadas cual bigote de Dalí.

Franzen puede haber encontrado el éxito frente a su escritorio, pero es entre criaturas aladas donde alcanza la pureza y la libertad.

Jonathan Franzen en la FIL Lima

• Sábado 21, 19:00 – El buen vecino: de Las correcciones a Pureza. Entrevista con Alonso Cueto (auditorio Blanca Varela-Fundación BBVA Continental).
• Domingo 22, 18:30 – Firma de libros.
• Lunes 23, 18:00 – La novela en la posposmodernidad: vigencia y relevancia narrativa. Diálogo con Claudia Salazar Jiménez y Giovanna Pollarolo (auditorio Blanca Varela-Fundación BBVA Continental).

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