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Francisco Melgar Wong

En 1950, el matemático inglés Alan Turing lanzó una profecía: “Cuando este siglo se acabe, uno podrá hablar de máquinas pensantes sin que nadie lo contradiga”. Aunque la predicción de Turing no llegó a cumplirse, los intentos por crear una máquina pensante continúan hasta el día de hoy. Hace apenas cinco días, el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) anunció que invertirá mil millones de dólares en crear una facultad especializada en inteligencia artificial (IA), la cual abrirá sus puertas en setiembre del próximo año. Rafael Reif, presidente del MIT, destacó que era necesario crear un centro especializado en IA y datos debido a la forma en que estas disciplinas están cambiando el mundo, desde los diagnósticos médicos hasta las playlists que Spotify crea basándose en los datos que los mismos usuarios introducen en los algoritmos que las producen.

Según el filósofo Alex Byrne, podemos hablar de dos tipos de IA: la débil, que señala que la computadora puede simular distintos procesos mentales, y la fuerte, que indica que la mente es al cerebro lo que la computadora es al equipo informático. Esta segunda forma de IA señala que, programada de un modo adecuado, la computadora puede tener estados mentales como los seres humanos. Pero ¿es realmente posible programar una máquina para que tenga la capacidad de pensar como nosotros?

Un robot lee un periódico durante una exposición en el World Economic Forum del 2016. [Foto: AFP]
Un robot lee un periódico durante una exposición en el World Economic Forum del 2016. [Foto: AFP]

                            —La prueba de Turing—
La carrera por crear una máquina pensante se remonta al 12 de noviembre de 1936, cuando Alan Turing publicó el artículo “Sobre números computables” en la revista de la Sociedad Matemática de Londres. En este artículo, escrito cuando tenía 24 años, Turing presentó una máquina universal de memoria ilimitada —el primer boceto de las computadoras actuales—, que, en principio, podía ejecutar cualquier operación mecánica como, por ejemplo, resolver sumas y restas, o traducir una frase del inglés al español al mejor estilo de Google Translate. Como era de esperar, el artículo de Turing causó un gran impacto entre los ingenieros y matemáticos de su tiempo. 12 años después, su idea se materializó en una máquina tangible, conocida como el ‘cerebro electrónico de Manchester’. Fue en esa época que Turing empezó a tomarse en serio la idea de una máquina pensante. De hecho, esta sería la idea central de su siguiente artículo: “Computing Machinery and Intelligence”, publicado en 1950 por la revista Mind. En este texto, considerado uno de los más influyentes en el área de la IA, Turing presentó el célebre test que hoy lleva su nombre. Este consiste en una persona que interroga a otras dos entidades que permanecen ocultas, una de ellas es un ser humano y la otra, una máquina. Después de un determinado lapso, la prueba acaba y el interrogador decide cuál de sus dos interlocutores es la máquina. Si no logra distinguir a la máquina del ser humano, esta habrá pasado la prueba.

Un test de Turing podría basarse en las siguientes preguntas: ¿cuánto es 34.957 más 70.764? ¿Qué hizo el sábado por la noche? ¿Cuál es su disco favorito de David Bowie? Si tengo un rey en rey 1 y ninguna otra pieza, y usted tiene rey en rey 6 y peón en peón 1, ¿cuál sería su jugada? ¿Cuál es el significado de la vida? Según Turing, si una máquina puede responder preguntas de este tipo y hacernos creer que es humana, entonces tiene la capacidad de pensar. Pero ¿realmente es así? ¿No podríamos imaginar un artificio programado para que sus respuestas nos persuadan de que es inteligente, aunque en realidad se trate solo de una computadora diseñada para imitar mecánicamente el comportamiento de un ser inteligente? Desde esta perspectiva, el test de Turing no parece ser el mejor método para descubrir si hay máquinas pensantes. Quizá, si queremos averiguar si este tipo de aparatos existen, debemos proponer otro tipo de preguntas.

En Tokio, niños juegan con perros robots. La interacción entre ambos parece ser bastante natural. [Foto: AFP]
En Tokio, niños juegan con perros robots. La interacción entre ambos parece ser bastante natural. [Foto: AFP]

Justamente, a comienzos de los años noventa, el filósofo estadounidense John Searle planteó el problema de otra manera. En su artículo “¿Es el cerebro un programa de computadora?” (1990) identificó las máquinas pensantes con computadoras que ejecutan programas. Estos programas pueden ser “creer que Alan Turing es el autor de ‘Computing Machinery and Intelligence’”, “saber que Rafael Reif es el presidente del MIT” o cualquier otro que lleve algún tipo de información. No es casual que Searle identifique pensar con tener en mente información. Al fin y al cabo, cuando los seres humanos piensan, tienen en mente información, y, por su parte, cuando ejecutan algún programa, las computadoras procesan y almacenan información. La pregunta de Searle es si, basándonos en este parecido, podemos afirmar que las computadoras y los seres humanos piensan cuando almacenan y procesan información.

La respuesta de Searle, en el caso de las computadoras, es no. No basta almacenar y procesar información para que una computadora piense. El razonamiento de Searle es el siguiente: al ejecutar un programa, la computadora manipula símbolos, pero estos símbolos no tienen ningún significado para ella. Cuando la computadora asocia los símbolos “2 + 2”, “=” y “4” no tiene idea de que su significado es que dos más dos es igual a cuatro. Ni siquiera tiene idea de que el símbolo “4” se refiere al número cuatro. La máquina solo emite símbolos luminosos provocados por impulsos eléctricos que siguen una ruta planteada de antemano por un manual de programación, pero de ningún modo está pensando que dos más dos es igual a cuatro. Searle intenta persuadirnos de que emitir señales eléctricas según las pautas de un manual de programación no equivale a pensar. Pensar, es cierto, tiene que ver con la emisión de señales eléctricas, pero también con tener algo en mente al momento de hacerlo.

El auto del futuro, cada vez más cercano, tendría la capacidad de manejarse sin chofer. [Foto: Bloomberg]
El auto del futuro, cada vez más cercano, tendría la capacidad de manejarse sin chofer. [Foto: Bloomberg]

                             —Máquinas que piensan—
El argumento de Searle es de gran utilidad si queremos evaluar la posibilidad de que realmente existan máquinas pensantes. De hecho, la carrera por crearlas sigue en pie. En su libro más reciente, 21 lecciones para el siglo XXI, Yuval Noah Harari especula que la música sería la primera de las artes en sucumbir a la IA. De hecho, el 2016 salió a la luz la primera canción escrita por una IA; se trató de “Daddy’s car”, un tema inspirado en la música de The Beatles que bien podría pasar por un nuevo tema de Paul McCartney o The Beach Boys. Claro, hay una noción de música —o de arte— que admite la posibilidad de que los robots reemplacen a los músicos, o a los pintores, o a los poetas. En este caso, hacer música, pintura o poesía solo necesitaría introducir en la máquina los sonidos, colores y palabras que serían procesados según un algoritmo creado por quienes hayan programado el aparato para que el resultado sea interpretado por nosotros como arte.

Según esta noción, arte sería cualquier producción de formas que uno pueda identificar como tal. Pero esta supuesta identificación plantea un problema: ¿acaso la máquina identifica los objetos que produce como arte? Otra noción, quizá más interesante, concebiría el arte como un fenómeno que solo termina de hacerse cuando alguien percibe estas formas como arte. Y, hasta donde sabemos, esta es una conexión con el mundo que las máquinas no poseen. John Searle podría visitar a los creadores de la IA que compuso “Daddy’s car” y advertirles que su máquina nunca sabrá que las señales sonoras que produce son música. ¿Cómo podría la máquina saber lo que hace? La máquina no sabe qué hace. Solo hace.

La máquina conocida como el ‘cerebro electrónico de Manchester’ fue gran avance del matemático Alan Turing.
La máquina conocida como el ‘cerebro electrónico de Manchester’ fue gran avance del matemático Alan Turing.

PKD, VÍCTIMA DE LA IA

Un grupo de ingenieros de la Universidad de Memphis creó, hace más de una década, un robot con la apariencia del escritor Philip K. Dick (PKD). Autor de culto, sus novelas y cuentos han sido fuente de inspiración para películas como Minority report, de Steven Spielberg; El vengador del futuro, de Paul Verhoeven; y Blade runner, clásico de Ridley Scott que es una adaptación de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968).

El robot del escritor se materializó gracias a David Hanson, escultor y experto en robótica, y Art Graesser, especialista en inteligencia artificial. La réplica del escritor, poseedora de un sofisticado tejido cutáneo, estaba programada con transcripciones de su bibliografía completa y de cientos de entrevistas, por lo que el androide podía entablar conversaciones con autonomía, coherencia y profundidad. Cuando Isa Dick, hija del escritor, se entrevistó con el androide, la máquina tuvo un arrebato acerca de su exesposa y entró en detalles muy personales sobre su di

Un robot con la apariencia del escritor Philip K. Dick. [Foto: AFP]
Un robot con la apariencia del escritor Philip K. Dick. [Foto: AFP]

EL AVANCE LA IA EN LA CIENCIA Y EL ARTE

1641

En sus Meditaciones metafísicas, el filósofo René Descartes lanza la hipótesis de que un genio maligno nos hace creer que llevamos las vidas que parecemos llevar, pero que en realidad nuestro mundo no es más que el conjunto de pensamientos que este genio inserta en nuestra mente. De aquí surge el conocido experimento mental del ‘cerebro en la cubeta’, en el que se plantea la posibilidad de que un cerebro conectado a una computadora pueda creer que lleva una vida que en realidad no tiene.

1936

En un artículo publicado por la revista Proceedings of the London Mathematical Society, el lógico y matemático Alan Turing diseñó un dispositivo que, siguiendo un conjunto de reglas, es capaz de manipular símbolos para responder preguntas. Este mecanismo abrió la posibilidad de que una máquina pudiera reemplazar a un ser humano al momento de responder un cuestionario y que, de hacerlo correctamente, se le pueda considerar inteligente.

1969

La idea de las máquinas inteligentes llega al cine con 2001: a space odyssey, película de ciencia ficción del director británico Stanley Kubrick, basada, a su vez, en la novela de Arthur C. Clarke. En ella, una supercomputadora encargada de dirigir la nave espacial Discovery, HAL 9000, cambia su comportamiento y decide eliminar a los astronautas al darse cuenta de que pretenden desconectarla. Vuelve a surgir la pregunta: ¿puede un robot ser inteligente?

1980

En el artículo “Mind, brains and programs”, el filósofo John Searle encierra a alguien en un cuarto sin otra cosa que un manual que le permite responder a las preguntas que, desde afuera, le hace un grupo de chinos. El hombre dentro del cuarto no sabe ese idioma, pero la impresión que produce en los chinos es que sí lo conoce. Al parecer, esto es lo que ocurriría con la máquina de Turing: estaría programada para responder preguntas, pero no tendría idea de qué significan sus respuestas.

2011

Watson, una supercomputadora programada por IBM para responder preguntas, superó a sus oponentes humanos en el popular show televisivo Jeopardy!

2013

Her, la película escrita y dirigida por Spike Jonze, tiene como personaje a Theodore Twombly, un hombre solitario que interactúa con un sistema operativo llamado Samantha (la voz es de Scarlett Johansson), de quien termina enamorándose.

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