El politólogo Alberto Vergara y la historiadora Carmen McEvoy dialogaron sobre la patria, la república y la crisis a propósito de la coyuntura.
El politólogo Alberto Vergara y la historiadora Carmen McEvoy dialogaron sobre la patria, la república y la crisis a propósito de la coyuntura.

En los últimos días, los peruanos hemos sido testigos de un nuevo capítulo de la triste y larga historia de componendas dentro del Poder Judicial, que evidencia, por un lado, que la precariedad y la corrupción siguen enquistadas en nuestras instituciones tutelares, y que, si no se toman ya medidas drásticas —que comprometan a líderes y, sobre todo, a la ciudadanía en su conjunto—, la viabilidad del país que todos queremos seguirá siendo relegada.

Invocando los valores republicanos y liberales que fundaron nuestra nación, invitamos a la historiadora Carmen Mc Evoy y al politólogo Alberto Vergara, quienes presentarán sendos libros en la FIL Lima, a conversar sobre el asunto. La proximidad de las Fiestas Patrias anima la reflexión.

Con ustedes, un adelanto de esa interesante charla. Léala mañana completa en El Dominical.

Crisis y republicanismo

Alberto Vergara: Citando a Víctor Andrés Belaunde, podríamos referirnos a “la crisis presente”. Durante algún tiempo, era escéptico de hablar de crisis en el Perú. Me parecía que había malestar, un gradual deterioro, desde hace mucho, de las instituciones, pero lo de los últimos meses —de la coyuntura de fines del 2017 hasta ahora— sí nos enfrenta a una situación de crisis política. Es decir, que caiga un presidente, que entre otro, que Keiko Fujimori diga abiertamente que le robaron la elección, que se hable de cerrar el Congreso o de golpes (aun si alucinados), audios y videos que demuestran la bajeza de quienes hacen política, todo esto dibuja una situación de crisis política muy seria.

Aun más, es una crisis del sustrato mismo de la república. La república es la construcción conjunta de instituciones que se proyectan hacia el futuro. Guillermo O’Donnell decía que la democracia es un régimen de cooperación competitiva; es decir, requiere de un pacto en el que nos ponemos de acuerdo en que competimos entre nosotros, pero porque creemos en un largo plazo conjunto. Competencia en el corto plazo y cooperación en el largo. Y el problema central de la crisis presente es que ya solo nos queda la competencia. Hemos perdido la dimensión cooperativa.

Carmen Mc Evoy: A mí me gusta retomar el concepto de crisis presente, porque creo que la gran tragedia nuestra es la enfermedad del olvido y, por ello, el camino en círculos. En ese sentido, hace 20 o 30 años hemos empezado a descubrir que este edificio llamado República del Perú posee un vocabulario propio, un diseño político, cultural e incluso social imaginado por un grupo de compatriotas que participaron en la creación de la primera Constitución. Es el rescate de las voces de los ilustrados, muchos de ellos provincianos, lo que ha permitido cuestionar el viejo mito de una ‘Independencia concedida’, como si no hubiera existido una ideología propia e incluso una participación política activa de los peruanos en su liberación. Los que crearon la república con las mejores intenciones (justicia, felicidad, igualdad, etc.) fueron magistrados, profesores universitarios acompañados de un grupo de médicos (discípulos de Hipólito Unanue) y, obviamente, algunos miembros de las élites económicas. La salida de los primeros republicanos del escenario se debe a una fragilidad estructural que habría que analizar en profundidad. Pero sus ideas quedaron… hasta que entramos en una guerra civil intermitente, que se sirve del proyecto original e incluso lo reformula en su beneficio. Pienso en la idea de la república militarizada.

En la guerra el bien común y la dignidad del otro se olvidan, y las lealtades se desintegran. Al final del período de guerra a muerte (1834-1844) que sucede a la Independencia, llegó el guano, que sirvió de telón de fondo a la degradación de los principios y al predominio del dinero por sobre todo lo demás. Creo que ahí está la génesis de lo que estamos viviendo probablemente de forma más dramática, más abierta, porque antes había cierto pudor con las palabras, la gente trataba de disimular. Ahora parece que llegamos al nivel donde lo hamponesco se está imponiendo en el mundo de la magistratura, y eso es terrible. Estamos en un momento interesante para analizar el proyecto original y plantearnos la pregunta clave: ¿qué paso en el camino para llegar a este nivel de perversión tan inocultable?

Vergara: A propósito de esa mirada al pasado, en estos últimos meses o años, con el advenimiento del Bicentenario se organizan coloquios y proyectos, y tengo la sensación de que en ellos hay la tentación de ir a ver la Independencia como si ella fuera una semilla que ya contenía los 200 años que vinieron luego. Y a mí eso me parece epistemológicamente un error. Hay un texto de Basadre en el que habla, si recuerdo bien, de las muchas probabilidades de la emancipación peruana: esa me parece una manera más laica de abordar el tema de la república y de la Independencia. No veo razón para priorizar el estudio de tu nacimiento sobre lo que construyes luego. La democracia no refleja lo que somos, sino lo que hacemos. Creo que en algún sentido hay que ‘desindependizar’ la reflexión sobre el Bicentenario para pensar qué cosas hemos hecho a lo largo de la república.

Mc Evoy: Creo que el tema en cuestión es qué pasó con este plan original, donde había sueños, ilusiones, gente honesta que moría pobre, verdaderos servidores públicos de la talla de José Faustino Sánchez Carrión o Francisco Javier Mariátegui. ¿Cuáles son los enemigos de la república? ¿Son la corrupción y la anarquía, como sostenían sus defensores? Los dos grandes temas que marcan buena parte de la discusión del siglo XIX son la corrupción del guano y la ‘anarquía’ que causan las guerras civiles. Recuperando el plano de la casa y el vocabulario original será posible iluminar las fallas estructurales que debieron existir para que sigamos trabados en la misma discusión. Probablemente —y aquí lanzo una hipótesis— muchos se quedaron en la mera utopía y se olvidaron de construir el marco institucional para que las virtudes deseadas pudieran realmente brillar. Si comenzamos a seguirles la trayectoria a estos 200 años, vamos a poder ver en qué fallamos y si es posible retomar algunas iniciativas y descartar otras.

Otra cosa importante del modelo republicano es que se hace en la experiencia, como decía Sánchez Carrión. El problema es que tras cada guerra la gente se olvidaba de lo que pasó antes, y quería empezar todo desde cero. Al asunto de la memoria tampoco le hemos dado el protagonismo que deberíamos.

Vergara: En general, la literatura lo que ha tendido a decir es que la guerra es útil para el desarrollo político. Lo cual nos lleva a creer que en realidad no hemos tenido guerras, sino lo que Miguel Ángel Centeno llama “conflictos de baja intensidad”, que ni siquiera son buenas guerras, en el sentido de que en una guerra tienes que organizarte, cobrar impuestos, montar un ejército... Estás aludiendo a algo que se parece más a guerras civiles, que son, en el argumento de Centeno, aquello que destroza los países y solo deja deudas y sangre, el título de su libro.

Además, la guerra civil no deja espacio para lealtades de ningún tipo. Es decir, el tránsfuga es parte de nuestro elenco estable en el siglo XIX, mucho más que en el XX. En el XX surgen ciertos partidos, liderazgos, simpatías que construyen fidelidades. En ese sentido, el siglo XX es distinto al XIX. En el XIX, el que era un líder democrático se volvía dictador, los aliados se peleaban rápidamente… Había ya un oficio de tránsfuga.

Mc Evoy: El concepto de anarquía, que en la actualidad ya no se usa porque tan solo sirve para encubrir lo que no podemos o no queremos explicar, puede, sin embargo, llevarnos a explorar la herencia de una guerra —de diferentes intensidades—, que, si bien democratiza, descentraliza e incluso forja ciudadanía, va erosionando lo que en el siglo XIX se llamó “la moral pública”. El XIX se caracteriza por la traición más absoluta a los principios y a las personas. En medio del zafarrancho de combate casi todos mienten, engañan, nadie tiene palabra y mucho menos lealtad. Lo que va desapareciendo es el elemento fundamental para construir instituciones, que es la confianza.

Vergara: Cáceres, por ejemplo, moviéndose de su papel de líder heroico de la resistencia para convertirse en un presidente que ya no muestra ninguna actitud ni virtud republicana, que traiciona a su propia gente —matices más, matices menos—, es Humala gritando “No al oro” en la campaña, y diciéndole “Sí al oro” cuando llega al gobierno. Nuestra política hoy se parece más a la del XIX que a la del XX.

Mc Evoy: Sí. Por ejemplo, la meritocracia suscita una gran discusión en el XIX. Ahora tenemos a alguien que dice: “No son los mejores, sino los mejores amigos” —Walter Ríos—, que luego afirma: “Yo soy un ciudadano con conciencia”. Entonces tú dices: “¡Qué tal conciencia!”. Alegremente se apoderan de conceptos nobles para utilizarlos en sus propios propósitos.

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