El milagro tailandés. Cuatro de los 12 niños que fueron rescatados  esta semana de la cueva de Tham Luang Nang Non. [Foto: AFP]
El milagro tailandés. Cuatro de los 12 niños que fueron rescatados esta semana de la cueva de Tham Luang Nang Non. [Foto: AFP]

Por José Ragas

El 23 de junio, mientras la hinchada blanquirroja en Rusia, Perú y otras partes del mundo se recuperaba anímicamente de la eliminación del Mundial en Ekaterimburgo, un grupo de adolescentes entraba a la cueva de Tham Luang Nang Non (“La gran caverna de la Bella Durmiente”), en el norte de Tailandia, tras jugar un partido de fútbol. Una tormenta monzónica que suele presentarse en los meses de junio y julio inundó la caverna, haciéndoles imposible salir. El aviso de una de las madres y el posterior hallazgo de las bicicletas y las zapatillas usadas para el partido confirmaron a la policía local que los muchachos se encontraban atrapados.

La atención se desplazó entonces de los estadios rusos hacia las oscuras y enrevesadas cuevas tailandesas, y dio inicio a una operación de rescate que se ha extendido hasta el martes pasado. La dificultad misma de establecer una ruta fácil de extracción, así como las expectativas por rescatar sanos y salvos a los 13 integrantes del equipo Moo Pa (“Los jabalíes salvajes”) —cuyas edades oscilan entre 11 y 16 años—, incluyendo a su entrenador, en condiciones totalmente adversas y cambiantes, hicieron de esta operación una de las más complejas en lo que va del siglo.

Solo en los últimos días se pudo organizar la fase final que pudo rescatarlos en medio de repetidas amenazas de lluvias que hubieran provocado que la cueva se inundara con los sobrevivientes —y los buzos de rescate— dentro.

                                  —Drones y plegarias—
La tecnología ha tenido un rol importante en esta operación. Las condiciones no podían ser más adversas: no solo se esperaba que las lluvias inundasen las grutas. Cavar tampoco era una opción, ante el riesgo de que el terreno cediera y ocasionara derrumbes. Asimismo, la casi inexistente visibilidad al interior fue comparada con “nadar a través de café helado”. Como señala David Bressan en la edición de Forbes de la semana pasada, recién en 1988 un grupo de exploradores franceses pudo mapear el interior, y un pasaje hacia otra cueva fue hallado años después. Con esta escasa información, el equipo internacional puso en marcha un plan para ubicar a los niños y proceder a traerlos de regreso a la superficie.

Los alrededores de la cueva albergaron muy pronto a un numeroso grupo de personas de diversas partes que se ofrecieron a ayudar y traían consigo sus propios instrumentos. Ciudadanos de Israel, Australia, Reino Unido, Dinamarca, Estados Unidos, entre otros que enviaron ayuda desde el exterior, junto con autoridades y población local, formaron una comunidad de apoyo material y espiritual para los familiares de quienes se encontraban atrapados. Con el tiempo en contra por la posible pérdida de oxígeno y el progresivo debilitamiento de los chicos, hubo que coordinar una serie de equipos y habilidades técnicas para una situación extremadamente difícil. Drones y robots con cámaras termales fueron usados en una primera etapa para trazar una ruta interna y ubicarlos con exactitud.

La tecnología también se puso a prueba en Chile, en 2010, cuando 33 mineros fueron rescatados con cápsulas diseñadas por la NASA.
La tecnología también se puso a prueba en Chile, en 2010, cuando 33 mineros fueron rescatados con cápsulas diseñadas por la NASA.

No siempre se necesitó tecnología extremadamente sofisticada para sortear los problemas de rescate. Radios portátiles desarrolladas en Gran Bretaña hace dos décadas y que usan ondas de muy baja frecuencia demostraron ser muy útiles para establecer comunicación permanente entre los buzos. Los israelíes contribuyeron con otros equipos de comunicación, que permitieron que los muchachos atrapados pudiesen enviar mensajes a la superficie. El mérito principal recae, por supuesto, en los buzos que arriesgaron su vida para llegar al lugar donde estaban aguardando los sobrevivientes, y traerlos de vuelta a través de una serie de grutas muy estrechas. Uno de ellos, el tailandés Saman Kunan, perdió la vida cuando se quedó inconsciente luego de hacer llegar tres tanques de oxígeno al interior de la cueva. Tenía 38 años.

El rescate ofrecía una ocasión demasiado atractiva como para dejarla pasar, considerando la enorme atención que había concitado. Elon Musk, el controvertido gurú de las compañías SpaceX y Tesla, y promotor de la colonización de Marte, ofreció una cápsula que permitía poner a los niños dentro de estas y ser rescatados, además de sugerir una serie de alternativas desde su cuenta en Twitter. Pero su ayuda fue amablemente rechazada puesto que el minisubmarino no se ajustaba a los planes de rescate. El mismo Musk, que señaló haber visitado personalmente el teatro de operaciones, fue duramente criticado en redes como oportunista y por querer explotar una tragedia.

A medida que Musk se movía hacia otros asuntos, los medios israelíes aprovecharon el momento para resaltar la eficacia de sus equipos en las labores de ubicación de los niños y presentarlos como un triunfo nacional. The Economist, por otro lado, no ha perdido tiempo para recordar la larga tradición británica que se remonta al siglo XVIII en exploraciones de espacios subterráneos y su contribución en la actualidad.

Ante la ausencia de una carrera espacial o nuclear (y, antes, las exposiciones universales), donde los países solían exhibir sus destrezas, desastres como estos van a convertirse en una competencia entre Silicon Valley y las naciones ávidas de reconocimiento público internacional. Y, con ello, el riesgo de entorpecer la ayuda efectiva va a ser un problema más apremiante en el futuro.

                                     —Triunfos y fracasos—
El episodio de las cuevas de Tailandia no es, por supuesto, el primero en que se apela a la tecnología para efectuar rescates que parecen imposibles. Uno de los casos más famosos fue el de los 33 mineros atrapados en Chile el 2010 y recuperados sanos y salvos luego de 18 días. Los paralelos entre el caso de Tailandia y el de Chile no se han hecho esperar. No obstante, se puede sugerir que el rescate de los niños tailandeses fue mucho más difícil, debido a la edad de estos, su poca familiaridad con el entorno en que quedaron atrapados, lo inestable del terreno donde se realizaron las operaciones, y la poca comida con la que contaban inicialmente.

El elemento decisivo en el rescate de los mineros fueron las cápsulas Fénix. Diseñadas gracias a una colaboración entre la armada chilena y la agencia especial de la NASA, el Centro de Seguridad e Ingeniería (NESC), se produjeron cerca de 75 modelos antes de dar con el definitivo que permitiría sacarlos a la superficie. Las cápsulas debían transportar una persona a la vez, pero el detalle más importante estaba puesto en que no se atascasen durante el trayecto. De manera complementaria, un equipo de expertos, acostumbrados a trabajar con astronautas en espacios hostiles, proporcionó tanques de oxígeno, sistemas de monitoreo y permanente atención médica y psicológica. Debido al éxito del rescate, la cápsula estuvo en exhibición en el Museo Nacional de Historia Natural de Washington D. C.

Operación para rescatar a los miembros del equipo de fútbol juvenil tailandés "Wild Boars" dentro de la cueva Tham Luang. [Foto: AFP]
Operación para rescatar a los miembros del equipo de fútbol juvenil tailandés "Wild Boars" dentro de la cueva Tham Luang. [Foto: AFP]

Lamentablemente, no todas estas historias de colaboración en rescates tuvieron un resultado feliz. En noviembre del año pasado, el submarino argentino ARA San Juan fue dado por desaparecido durante su última misión a Ushuaia. Gracias a la colaboración internacional, un contingente de cuatro mil personas trató de encontrar algún indicio de los 44 tripulantes y la embarcación, construida en Alemania en 1983. Dos semanas después de la última noticia del submarino, la armada argentina concluyó oficialmente la búsqueda. Esta tragedia es también un recordatorio de lo difíciles que son estas operaciones, por equipos más avanzados que tengamos. Es cierto que, en comparación con décadas y siglos pasados, cuando un derrumbe o encierro similares significaba la muerte segura, hoy contamos con mayores recursos y podemos ofrecer mayores posibilidades a los supervivientes.

Por lo pronto, los niños tailandeses rescatados están recuperándose satisfactoriamente. Las últimas noticias señalan que han podido reunirse con sus padres, aun cuando se encuentran siendo sometidos a exámenes —a tres se les han detectado casos iniciales de neumonía— y al interior de un ambiente controlado. Su frágil condición ha hecho imposible que acepten una invitación realizada por la FIFA para que presencien la final del Mundial este domingo.

Hubiese sido una forma muy peculiar de cerrar un episodio que también comenzó con un partido de fútbol cerca de una cueva.

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