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Batalla de Miraflores: rescatando al reservista Alfaro - 2

El 4 de agosto de 1880, el contador Juan Alfaro se casó con María Roldán en la iglesia de Los Huérfanos del Cercado de Lima. En diciembre del año anterior había regresado de Chile luego de permanecer prisionero en San Bernardo junto con el resto de sobrevivientes del monitor Huáscar. Un acuerdo entre el gobierno peruano y el chileno permitió que deje el cautiverio al ser canjeado por Juan Goñi, el contador de la corbeta Esmeralda, preso en Tarma desde el combate de Iquique.

Mientras recibía la bendición del cura y volteaba a mirar a María, quizá recordó el miedo que lo dominó aquel 15 de mayo de 1879, antes de zarpar para dar inicio a la campaña naval: el de perderla y no poder conservar “incólume a la patria”. Quizá el contador del Huáscar volvió sobre la amargura que sintió luego del 8 de octubre, mientras enterraba sus esperanzas en Mejillones junto con los cuerpos de Elías Aguirre, Diego Ferré y José Melitón Rodríguez.

Casarse en medio de una guerra agita siempre sentimientos contradictorios. Es un guiño al futuro cuando resulta incierto alcanzarlo. Aun así, Alfaro celebró. Los abrazos no dejaron de llegar al terminar la ceremonia, entre ellos los de mi tatarabuelo Pedro Mariano Alfaro, su hermano menor. La alegría, sin embargo, no pudo prolongarse por mucho tiempo. Las derrotas del Ejército del Perú en el sur, la destructiva expedición de Patricio Lynch por el norte y el dominio chileno del mar hicieron inminente la invasión a Lima.

 

—Vienen los chilenos—

En medio de las noticias trágicas que traían los telegramas, Juan Alfaro se enteró de que María Roldán estaba embarazada. A pesar de ello, decidió enrolarse nuevamente en el Ejército para defender la ciudad. No fue suficiente para él haber alimentado el mito del Huáscar. Tampoco haber sufrido prisión. Volvió a empuñar su rifle Remington y, con el grado de capitán, se unió al Batallón N.° 8 del Ejército de Reserva.

La mañana del sábado 15 de enero de 1881 cruzó sembríos, potreros y tapiales para posicionarse entre el fundo La Palma y La Calera de la Merced, lugar donde estuvo ubicado el Reducto N.° 5, centro de operaciones que le fue asignado a su batallón. Atrincherado en el pozo interior, a lo largo del día fue testigo de la tensa calma abierta por el armisticio, del torbellino de fuego que brotó en la derecha peruana por el sorpresivo inicio de las operaciones, del desplome de sus compañeros por los certeros disparos enemigos, de la angustia por la carencia de municiones, de la huida desordenada de otros batallones y de la posterior embestida chilena gracias al terreno cedido.

Al anunciarse la retirada y caer la noche, los sobrevivientes regresaron a Lima con el alma en un costal y la luna proyectando sus sombras. Juan Alfaro no estaba entre ellos. El “entendido i arrojado capitán”, como lo describió uno de los testigos (Pascual Ahumada, Tomo V), había muerto en combate.

Según la versión que María Roldán le transmitió a las siguientes generaciones, el cuerpo de Alfaro fue recogido por Fela, su sirvienta. Rodeado de gallinazos que se disputaban los cadáveres regados en el campo de batalla, ella lo encontró sentado, con el hombro apoyado en un árbol y una bayoneta incrustada en el estómago, cerca del Reducto N.º 2 y no del N.º 5, como suele afirmar la historia oficial. Tenía consigo el estandarte del Batallón N.º 8 del Ejército de Reserva de Lima, conservado hasta hoy por los descendientes de Consuelo Alfaro Roldán, la hija que no llegó a conocer. La defunción fue registrada el 23 de enero de 1881 por su hermano mayor, Benjamín Alfaro, en la iglesia de Los Huérfanos, el mismo lugar donde meses antes habían celebrado juntos.

La Guerra del Pacífico no suele ser abordada desde la perspectiva de sus protagonistas, muchos de ellos civiles, como los reservistas que se batieron en la batalla de Miraflores. A diferencia de lo que sucedió en Chile, en el Perú la prensa no convirtió las historias personales de los combatientes en folletines de consumo masivo. Tampoco llegó a formarse una industria editorial de diarios, memorias o cartas de los soldados ni a desarrollarse una política pública que alimentase la memoria colectiva con biografías ajenas a sucesos militares.

Por esa razón las fuentes testimoniales publicadas han tenido poca difusión. Ese es el caso de Impresiones de un reservista, de Manuel González Prada, o del folleto Recuerdos de la Guerra con Chile (Memorias de un distinguido), de José Torres Lara. Otras, por la misma causa, se mantienen ocultas en archivos familiares, tal como sucedió con la carta de JuanAlfaro a su novia que acompaña este texto, hasta ahora inédita.

 
Soldados chilenos retratados en 1881 con la batería Alfonso Ugarte. Durante la batalla de Miraflores, la batería combatió contra las naves chilenas, entre ellas, el monitor Huáscar, capturado en octubre de 1879 en el Combate de Angamos. (Foto: Archivo Renzo Babilonia)

Soldados chilenos retratados en 1881 con la batería Alfonso Ugarte. Durante la batalla de Miraflores, la batería combatió contra las naves chilenas, entre ellas, el monitor Huáscar, capturado en octubre de 1879 en el Combate de Angamos. (Foto: Archivo Renzo Babilonia)


—La historia contada en primera persona—

Acercarse a periodos violentos a través de voces en primera persona permite conocerlos y entenderlos sin la distancia con la que solemos aprender los hechos históricos. Esas voces nos invitan a sumergirnos en el mundo interior de los personajes que les dan nombre a nuestras calles y a reconocer en sus miedos o angustias una humanidad compartida.

A la vez, las experiencias personales de una guerra son una vía para rastrear sus ecos en el presente. La biografía de Juan Alfaro motivó que escarbe en mi genealogía y descubra que, según su acta de defunción, su hermano Pedro Mariano, mi tatarabuelo, murió el 25 de junio de 1886 por un arma de fuego. ¿Fue este un delito común o se trató de la consecuencia de alguna reyerta entre los dos bandos formados tras la firma del Tratado de Ancón, Cáceres versus Iglesias? Uno de sus hijos, Federico Alfaro, mi bisabuelo, abandonó a su esposa e hijos durante años. ¿Tuvo algo que ver en esa decisión el hecho de que haya crecido sin padre? ¿Qué destino habrían tenido Juan, Pedro y toda mi familia si no hubieran sufrido las consecuencias de la Guerra con Chile?

¿No somos, acaso, herederos de las alegrías y sufrimientos de nuestra ascendencia? ¿No replicamos, sin saberlo, patrones de comportamiento y condiciones de existencia? ¿No está inscrita en nosotros la vida y la muerte de nuestros antepasados?

La historia de una guerra no es, pues, solo la de un puñado de líderes militares ni la de las implicancias y consecuencias de esta en la economía o la política. Es también la historia de las experiencias y emociones vividas por los ciudadanos y los combatientes que la sufrieron, y es también la historia de las familias que vieron partir a sus miembros, que se reestructuraron en esa ausencia, que lucharon sus propias batallas para sobrevivir a sus muertos. 
 

Carta de Juan Alfaro dirigida a su novia, redactada antes de zarpar a la campaña marítima

Nunca olvidada María:

No sé lo que pasa en mí, solo sé que voy a partir y me encuentro dominado por una doble impresión que por consiguiente inexplicable. Tan solo tengo presente a mi patria y a ti y es lógico que quisiera que la primera se conserve incólume para que así pueda tenerte a ti; pues a ella pertenece mi vida y con su pérdida me habré también perdido. Mas Dios es muy justo y no podrá abandonar a sus hijos, cuando estos sacrifican lo que tienen por seguir los principios que él mismo nos ha dictado, esto es, reconociendo siempre su voluntad, pues sin ella no habría descifrado estos caracteres.

En fin, María, extenderme sería temerario, pues así solo conseguiría aumentar los sufrimientos que nos son mutuos. A tu mamá que es la mía también, acaríciala cual debes por ti y por mí.

Te escribo a última hora y bajo la influencia que es natural que me domine en este duro trance como te lo he explicado, pero en fin repito que Dios es muy justo y por esto me proporcionará la dicha de ver a mi patria salva y encontrarme nuevamente a tu lado.

Hasta mi vuelta que espero será muy pronto.

Tuyo,
Juan

Mayo, 15 de 1879

 

La carta y la versión de María Roldán sobre la muerte de Juan Alfaro me fue proporcionada por Gonzalo Maguiña, uno de sus descendientes.

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