“Expulsión y embarque de los jesuitas de los Estados de España, por orden de S. M. C, el 31 de marzo de 1767”. Grabado en plancha de cobre, ca. 1800. [Foto: Wikimedia commons]
“Expulsión y embarque de los jesuitas de los Estados de España, por orden de S. M. C, el 31 de marzo de 1767”. Grabado en plancha de cobre, ca. 1800. [Foto: Wikimedia commons]


Por Jorge Riveros Cayo

Clemente XIV, ducentésimo cuadragésimo noveno papa, firmó en 1773 la supresión de la Compañía de Jesús, cediendo a regañadientes a las presiones que había soportado por años de parte de los reyes católicos de España, Francia y Portugal. Carlos III, llamado el Político —quien también fue rey de Nápoles y Sicilia— encabezó la expulsión de los jesuitas del Imperio español en 1767, incluyendo sus colonias en territorio americano. La gota que derramó el vaso fue, al parecer, el Motín de Esquilache, en 1766, cuando el pueblo español —alentado, según algunos historiadores, por nobles antagónicos a Carlos III y facciones religiosas encabezadas por los jesuitas— se alzó contra su rey.

La verdad es que la Compañía de Jesús siempre ha generado polémica. Fundada por el exmilitar y religioso Íñigo López de Loyola en 1534, sus aguerridos miembros se han distinguido por su lealtad incondicional al papa, así como por su gran influencia en los campos intelectual y político. Admirados y criticados, los seguidores de Loyola — científicos, filósofos, teólogos, pedagogos, artistas— destacaron en la educación y las humanidades a través de la fundación de colegios y universidades en Europa y América. También desarrollaron una actividad misionera muy activa en países asiáticos como India, China y Japón, y en Bolivia, Paraguay y Argentina a través de las reducciones. Exploraron y evangelizaron territorios vastos en Canadá y en las cuencas del Mississippi, en Norteamérica; y del Marañón, en la Amazonía peruana.

Hoy, a 483 años de su fundación, cumplen en nuestro país un papel protagónico en lo educativo y lo social a través de Fe y Alegría y Cáritas, respectivamente, además de la dirección de destacadas escuelas y centros superiores de estudios privados.

La iglesia de la Compañía de Jesús, levantada en la Plaza de Armas de Cusco. Esta iglesia de estilo barroco fue construida en 1576 sobre el palacio de Huayna Cápac. [Foto: archivo]
La iglesia de la Compañía de Jesús, levantada en la Plaza de Armas de Cusco. Esta iglesia de estilo barroco fue construida en 1576 sobre el palacio de Huayna Cápac. [Foto: archivo]

Pero decíamos que no siempre fueron admirados por todo el mundo. El inmenso poder que acumularon a través del conocimiento causó recelo en los reyes europeos. “Una monarquía cada vez más laicizada y más absoluta empezó a considerar a los jesuitas no como colaboradores útiles, sino como competidores molestos”, escribió el historiador español Antonio Domínguez Ortiz. Hoy nuestra visión es muy distinta. “El legado más grande de los jesuitas es la educación, pues manejan escuelas en toda Sudamérica”, opina Sabine Hyland, antropóloga y etnohistoriadora estadounidense especialista en el tema. “Así también en el estudio de las lenguas, ya que escribieron gramáticas, vocabularios y textos en varios idiomas nativos durante todo el periodo colonial. Sin los jesuitas, habríamos perdido el conocimiento de muchas lenguas indígenas”, agrega.

                               —Un chivo expiatorio —
En unas semanas Sabine Hyland, que ha visitado el Perú en numerosas oportunidades, participará en un congreso en Valparaíso, Chile, en el que se abordarán las investigaciones realizadas en torno a la Compañía de Jesús a propósito de los 250 años de su expulsión de los territorios hispanoamericanos. Coincide con el pontificado de Francisco, el primer jesuita en ocupar la Santa Sede; y con un creciente interés académico en la historia de la Compañía de parte de investigadores laicos de varias disciplinas.

El trabajo más deslumbrante de Hyland, no obstante, ha sido su investigación sobre la vida de Blas Valera, el primer mestizo en ordenarse jesuita, quien nació en territorio peruano y generó toda una controversia en su época.

Olvidado por siglos, se cuenta que Valera nació en Chachapoyas en 1544. “Es más probable que haya nacido en el pueblo de Quitaya, propiedad de su padre; un poblado que se ha perdido en el bosque enmarañado”, dice Hyland. Su padre fue Luis Valera, conquistador español y encomendero prominente; y su madre Francisca Pérez, según algunos historiadores una princesa inca en la corte de Atahualpa, aunque otros académicos sostienen que estaba relacionada a Cayo Túpac Rimachi, gobernador de Chachapoyas y sobrino de Huayna Cápac. Lo innegable es que Blas Valera creció en un mundo al servicio de su padre pero donde aprendió quechua y español. Seguramente fue testigo de los abusos cometidos por los conquistadores a la población local. En contraparte, fue oyendo historias y leyendas de los incas y sus ancestros de boca de su madre. “Francisca le heredó a su hijo un amor por los incas que mantendría durante el resto de su vida”, cuenta Hyland.

Valera se ordenó sacerdote jesuita a los 24 años. Cuando los primeros miembros de la Compañía de Jesús arribaron a Lima en 1568, tenían la intención de alentar las vocaciones de los mestizos (hijos de padres españoles con madres nativas. Lo contrario era impensable. N. del E.) porque se convertirían en los misioneros ideales, que combinaban la herencia cristiana y occidental con el conocimiento de la cultura y el lenguaje local. “Sin embargo, 14 años después de llegar a Sudamérica, los jesuitas cambiaron de idea y votaron de forma unánime en contra de que los mestizos se unieran a la Compañía. Esta legislación se mantuvo en pie hasta que fueron expulsados de Sudamérica en la década del setenta del siglo XVIII”, explica Hyland.

¿Por qué cambiaron tan drásticamente de parecer? A la especialista le intrigó el tema, pero particularmente la vida de Valera, de quien se sabía muy poco. “Algunos jesuitas en el Perú aseguraban que la prohibición se debió a las fechorías de Valera, que habían probado que los mestizos no estaban aptos para ser sacerdotes”. Pero ¿cuáles eran esos actos atroces que supuestamente había cometido? La Santa Inquisición lo había condenado por actos de fornicación, y lo sentenciaron a prisión, según relatos de los jesuitas de la época. Sin embargo, Hyland descubrió que este hecho era falso: “Se volvió muy claro para mí que Blas Valera había sido un activo defensor de los indígenas y que había dedicado su vida a recolectar leyendas, historias y mitos de los nativos”.

La antropóloga Sabine Hyland en la comunidad campesina de San Cristóbal de Rapaz, ubicado en la provincia limeña de Oyon.  [Foto: Archivo personal]
La antropóloga Sabine Hyland en la comunidad campesina de San Cristóbal de Rapaz, ubicado en la provincia limeña de Oyon. [Foto: Archivo personal]

                          — El conocimiento peligroso —
Blas Valera nunca fue enjuiciado o apresado por la Inquisición, sostiene Hyland, porque no hay evidencias ni documentos que lo confirmen. Habrían sido los mismos jesuitas quienes lo acusaron con cargos posiblemente falsos, y lo encarcelaron durante diez años —entre 1583 a 1593— no por haber fornicado, sino por sus enseñanzas de gramática y religión, y su posición proindígena.

Valera escribió, al menos, cuatro obras. La más importante casi se perdió en su totalidad porque fue quemada en el ataque pirata en Cádiz, donde fue herido mortalmente tras permitírsele embarcarse a España. Los fragmentos que se salvaron del incendio, explica Hyland, fueron llevados al cronista Garcilaso de la Vega. Él los tradujo y usó mucha de la información de Valera en sus Comentarios reales de los incas e Historia general del Perú. Garcilaso citó al jesuita en temas como el nombre del Perú, la religión inca, las ventajas del idioma quechua, la poesía oriunda, los quipus, el encuentro de Pizarro con Atahualpa, el antiguo gobierno y civilización; así como relatos de los reyes, incluyendo Atahualpa, a quien defendía, mientras Garcilaso, por herencia familiar, estaba del lado de Huáscar; y en torno a la guerra civil que los enfrentó. Pero Hyland sostiene, además, que gran parte de los Comentarios reales contienen información escrita directamente por Valera, es decir, que Garcilaso lo plagió.

Valera fue un riesgo para sus contemporáneos porque a través de sus escritos enalteció la cultura andina y su población, lo que ponía en entredicho la actitud colonialista de los españoles en las tierras conquistadas. Consideraba, por ejemplo, que el quechua “tiene la notable propiedad de poseer el mismo valor para los indios peruanos que el latín para nosotros”. El jesuita elogiaba el quechua por sus ventajas prácticas, espirituales e intelectuales. Estas, decía, eran bien conocidas por los incas, quienes extendieron el lenguaje a través de los Andes con la intención de elevar los niveles de unidad y civilización dentro del imperio. Hyland sostiene que Valera lamentaba la pérdida de unión entre los incas, provocada por la disminución del uso del idioma ante el dominio español debido a la falta de autoridad de unos, y de voluntad de los otros.

.
.

The Jesuit and the Incas
Sabine Hyland
Editorial: University of Michigan Press
Páginas: 269

Se entiende que los jesuitas tuvieron muchos enemigos —entre ellos la Inquisición—, y que un personaje como Valera solo los ponía en riesgo de que se cuestione su autoridad y de, eventualmente, ser expulsados, lo que sucedió.

Pero también se entiende, hoy en día, las contradicciones en las que entraron los seguidores de Loyola, quienes por un lado suprimieron a Valera, un intelectual brillante para la época; pero que a su vez tuvieron miembros lúcidos que contribuyeron a establecer logros extraordinarios en el terreno lingüístico. “Los jesuitas nos han dejado herramientas para recuperar e interpretar textos antiguos del mundo andino, como el Manuscrito de Huarochirí o los quipus que, quizá algún día, nos permitirán generar una filología radical, en la que las cosmovisiones andinas sean incorporadas verdaderamente en las humanidades globales”, sugiere Hyland.


Contenido sugerido

Contenido GEC