.
.
Max Hernández Calvo

Mapas emotivos de la ciudad, de Erika Vásquez Larraín, presenta una cartografía afectiva de sus recorridos por Lima y su respuesta anímica al entorno en cinco partes.

“Mapa mental”, una pieza conceptual hecha con texto en vinilo sobre pared, es un punto de partida para entender la muestra. Hecha con distintas tipografías dispuestas como un crucigrama, la obra parece dibujar un callejero formado por palabras como contenido, periferia, caos, centro, poder, caminar, ruido, dirección, tierra, miedo, exclusión, entre otras, sugiriendo un deslizamiento de asociaciones intelectuales y emocionales precipitadas por el recorrido del espacio.

En ese sentido, esta pieza (que en su presentación actual sobre una columna no logra desplegar su implícito carácter expansivo) permite extrapolar la experiencia íntima de la ciudad vivida por la artista al ámbito de lo compartido. Así, este presunto diagrama urbano se abre a una reflexión de las dinámicas de convivencia y sus ideologías subyacentes: desde el individualismo al borde de la sociopatía (el grado de civilización de la gente se mide por su capacidad de respetar un cruce peatonal) hasta el machismo imperante —evidente en la referencia al miedo de cara a la realidad del acoso—.

La idea de recorrido espacial queda plasmada en “Fluido urbano”, una suerte de mapa hecho en alambre, extendido sobre una mesa. El espacio trazado por el alambre adquiere distintos sentidos a partir de sus múltiples densidades, que dependen del grosor del alambre, el tipo de amarre usado y la volumetría y relieve de sus áreas (que varían en altura e inclinación).

Esta pauta es desarrollada también en “Urbanocardiograma”, una elegante y delicada pieza cuyas cualidades estéticas podrían resaltarse más con otras opciones de montaje. Fabricada con malla metálica, la obra evoca rutas y zonas recorridas mediante el cosido y el bordado de las mallas con alambre. Vásquez crea así un esquema del territorio que recuerda la abstracción informalista, pero transformando la carga gestual expresiva de los brochazos en formas reflexivas vía el laborioso trabajo de tejido empleado.

“Territorio emotivo” es un particular collage compuesto por piezas de cemento, metal, papel (el que se usa para dibujar planos) y mapas impresos. La obra se despliega por el piso y sube por la pared, remarcando la esquina de la galería y, por ende, rompiendo con la idea del mapa como representación (es decir, separado del lugar al que se refiere), al señalar también su propio espacio de presentación. Esta es otra idea clave que la obra revela y que es desarrollada con especial fuerza en “Despliegues/Encierros”, una intervención site specific en la línea de las instalaciones que presentó en su primera individual, “Espacios de convivencia”, el 2016.

Esta última pieza —un ensamblaje de madera que ocupa una esquina de la sala de exhibición, formado por varias vigas clavadas unas con otras y diversos elementos de maderas, grandes y pequeños— opera tanto como una referencia al mundo real en el que se inscribe, y como una representación de un mundo mayor. En cuanto a lo primero, la pieza demarca el espacio físico de la galería, recorriendo sus paredes y ocupando ese espacio interior (digamos que lo ‘habita’). En cuanto a lo segundo, la obra evoca espacios grandes exteriores como una representación a escala de ellos, por ejemplo, mediante algunos elementos que recuerdan maquetas de edificios o en aquellos tramos en que la obra evocan un mapa. En esa línea, cabe resaltar cómo la obra puede también parecer una estructura de apoyo para la construcción, es decir, como un soporte de albañilería. De esa forma la artista alude a la vez a los diseños arquitectónicos (las maquetas), los modelos urbanísticos (el plano de un desborde anárquico), los métodos de construcción (el encofrado) y la construcción misma (la galería).

Con esta muestra, Erika Vásquez Larraín reafirma su capacidad para abordar sus preocupaciones en forma poética (“Urbanocardiograma” es el más claro ejemplo), pero también rotunda (como “Despliegues/Encierros”); dos líneas diferentes de trabajo que merecen ser exploradas por separado.

Siendo esta mi última columna, agradezco a los lectores y lectoras que me hayan seguido, y al diario y sus editores por su apuesta por difundir el arte a través de esta página. Agradezco especialmente a Fernando Berckemeyer, quien me instó a aceptar el reto.

Contenido sugerido

Contenido GEC