El futuro de Huaiquito, por Jaime Bedoya
El futuro de Huaiquito, por Jaime Bedoya
Jaime Bedoya

Debió haberse anticipado la señal que vino del mar. Los ladrillos de macoña que aparecieron flotando en Punta Hermosa, estableciendo una vía de escape verde y alucinatoria hacia ninguna parte del horizonte, eran la señal de que las aguas llegarían en sentido contrario.

Algunos surfers hicieron de sus wetsuits el resguardo donde alojar estas guías herbales del destino: hay por lo menos 11 de aquellos bloques premonitorios de marimba que la policía nunca contabilizó. Y cuyo consumo, hasta donde se tiene noticia, ofrece sueños de lodo, vértigo y —esto es lo más extraño— asocia la naturalmente hambrienta culminación de sus efectos con la degustación de una carne suave, de oportuna y sabrosa grasa, y de crocante masticación salada.

Es hora de hablar de qué es lo que le espera a Huaiquito, el lechón sobreviviente del huaico de Punta Hermosa.

Mientras la marihuana besaba las arenas de la playa, el pequeño cerdo aún sin otro nombre que el científico, Sus scrofa domesticus, olfateaba la tierra en compañía de sus congéneres anticipando el alimento que sus propietarios se disponían a repartirles. El animalillo vivía felizmente ajeno al ciclo natural del chancho peruano que tenía por futuro: crecer, engordar, y acabar dorado al palo, acompañado de papa sancochada y cebollita con rabanito.

Entonces la tierra habló. Y lo hizo alzando la voz y tragándose todo y a todos en su camino. Personas, chanchos, vacas, esperanzas. Revisando con calma las estremecedoras imágenes de Evangelina Chamorro llegando a la boca del túnel del desfogue del huaico en Punta Hermosa, se puede advertir detalles decisorios que la urgencia pudo haber pasado por alto. El destino no deja nada al azar.

Un container tenebroso y masivo arrastrado por las aguas ralentizó el flujo del aluvión, creando un remolino que puso a la vaca bañada en lodo a girar pausadamente en círculos. Este ritmo acumuló restos de madera a manera de falsa isla, soporte flotante que brindó la pausa necesaria a doña Evangelina para salvar su vida.
Ella atribuye el hecho a Dios.

La mujer no había hecho sola ese tétrico viaje de barro de casi tres kilómetros. La vaca giratoria eventualmente se detuvo. Detrás de la señora Chamorro, un chancho adulto y un par de lechones alcanzaban tierra firme. Y debajo de ella, camuflado por un baño de tierra líquida, sosteniendo con su lomito la acumulación de maderas, aparece un lechón inadvertido en su persistente afán por vivir. Ese pequeño cerdo podría ser quien en cuestión de horas sería bautizado como Huaiquito.

Jaime Málaga, puntahermosino que la misma noche de ese día inaugurado con marihuana marina regresaba a casa conmocionado por los hechos, divisó en su camino un ser solitario caminando a solas por la oscura Panamericana Sur. Era un lechón adobado en barro. Lo llevó a casa, lo bañó y se convirtió en Huaiquito.

Huaiquito debe estar por encima de los 20 kilos, por lo que debidamente bañado en cerveza y sal, acomodado sobre aromática brasa de huarango, debería dar de comer hasta a una familia e invitados. Y es aquí que se presenta el dilema ético-culinario que se cierne sobre su futuro: ¿Huaiquito debería volver a manos de sus legítimos dueños, o convertirse en símbolo intangible de la esperanza peruana? ¿Le espera una adopción vitalicia por la familia Málaga, o la kilométrica cola del chancho al palo en el próximo Mistura? ¿Un cerdo puede morir dos veces?

Los ciudadanos con conciencia tienen la palabra. Hagamos de Huaiquito el lechón más sobrepreciado en la historia de la gastronomía peruana. Es la manera de hacer de su supervivencia un verdadero milagro para los Chamorro.  No solo de chancho vive  el hombre.

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