Hace meses que me recomendaban con insistencia una serie ‘antigua’ sobre abogados. Imaginaba Perry Mason, 1960. La tremenda corte, 1966, con el inmortal Leopoldo Fernández “Tres Patines”. Inclusive los sketches de don Alex Valle como el aceitable Doctor Chantada, arquetipo de todos los Hinostrozas del mundo en el Risas y salsa histórico de los ochenta. Pero no. Cuando ahora dicen antiguo es para referirse al 2011. Esa prehistoria aún fresca.
Se trataba de la serie Suits1, juego de palabras que en inglés alude tanto a las demandas judiciales (lawsuits) como al código de vestimenta de lujosos ternos (suits), recurso sartorial propio del abogado que sabe que el fee entra por los ojos.
Entonces aparecieron los audios. Era una señal: había que ver esa serie. No era solo sobre abogados, sino también sobre la frontera porosa de la ley, por citar a otro doctor2. Verla suponía una manera articulada de aproximarse a las entrañas del Orabunt causas melius3 por dentro. No imaginaba la tamaña decepción por venir.
La trama es acerca de un joven intelectualmente superdotado que jamás estudió leyes. Se llama Mike Ross y alevosamente acaba ejerciendo la profesión desde un poderoso bufete neoyorquino. Eso de arranque ya es delito: fraude.
A esto se le suman la arrogancia y tendencia a doblar la ley de su mentor, el dandi picaflor Harvey Specter. La contraparte bufonesca viene de parte de Louis Litt, el colega brillante pero insoportable por traidor, ganso y torpe. Así como debe existir un Litt en cada estudio de abogados, hay uno en todos los oficios del mundo. Son legión.
La narrativa inesperada con que el guion resuelve los conflictos legales es hipnótica y adictiva. Supone interpretaciones legales alambicadas pero plausibles, acojonantes movidas financieras al filo de la navaja, así como maquinaciones que se valen de algún secreto oscuro de jueces, querellantes y querellados. Es el punto de apoyo para lograr una sentencia favorable. No necesariamente justa, pero siempre legal.
Pero entonces aparecieron los audios. Qué decepción, Suits. Qué vergüenza, Netflix. La sofisticada trama de la serie entre escenarios de poder lubricados con malta Macallan 18 años para digerir power lunches, mientras se cierran tratos bajo la mesa, se disolvió en una amanerada cursilería de salón. Nada tenían que hacer al lado del primito y el hermanito intercambiando absoluciones para violadores de menores en la vida real. Eso es jarcor.
Entre el magma de diminutivos con olor a sobaco y la construcción de un candidato emergente analfabetamente funcional para perpetuar el funcionamiento de un sistema operativo corrupto, estos documentos sonoros generan una masa crítica de cohecho y pendejada apabullante. A su lado, Suits es un té de tías tan falso como los paisajes de Nueva York que se ven por las ventanas de ese bufete ficticio: son cortinas con gigantografías de rascacielos. La serie se filmó en Canadá.
Habría que ver a los counselors Specter, Ross y Litt, impecablemente vestidos con sus ternos de tres piezas, litigando en Palacio de Justicia. El audio entre doctorcitos fluiría natural:
—Hermanito, llegó la carne blanca. ¿Te encargas tú o me encargo yo?
1 El 18 de julio arrancó su octava temporada.
2 Montesinos Torres, Vladimiro.
3 Lema del Colegio de Abogados de Lima, verso de La Eneida que dice: “Defendemos causas justas”. En la jerga gremial la traducción libre es “en las causas, vamos a medias”.