Al-Attiyah ganó el rally Dakar en dos ocasiones. (Foto: EFE)
Al-Attiyah ganó el rally Dakar en dos ocasiones. (Foto: EFE)
Miguel Giusti

El Perú tiene el dudoso privilegio de ser este año el único país que ha dado acogida al rally Dakar. No es casual esta elección, por supuesto. Quizás se deba a que somos conocidos en el mundo entero por albergar todavía complacientemente formas insólitas de despilfarro, maltrato del medio ambiente y desinterés por el patrimonio cultural. Estos no son los únicos daños que produce el curioso espectáculo del que hablamos, pero bastan al menos para empezar. Tomemos conciencia primero de que quedan pocos lugares en el mundo en los que se puede llevar a cabo, por razones que no nos dejan necesariamente en la mejor posición.

Hay quienes defienden la realización del Dakar en nuestro país, el propio gobierno por ejemplo, por razones de rentabilidad económica y de prestigio nacional. Lo primero es una reflexión muy ingenua o descaradamente miope, porque, hechas simplemente las sumas y las restas, es obvio que los daños financieros que ocasionará esa loca aventura (ambientales, sociales, arqueológicos, paisajísticos, urbanísticos) serán sin lugar a dudas mucho mayores que sus beneficios. Lo segundo, que esto podría procurarnos algún prestigio como país, es exactamente al revés: reforzará la idea ya internacionalmente difundida de que somos un país bananero, en el que campean el desorden y la informalidad, escenario ideal para la circulación de esos bólidos que buscan lugares así porque solo aspiran a romper reglas o a aprovecharse de su inexistencia. Se confirmará nuestra reputación de país retrógrado, desconectado de la cultura cívica internacional responsable y desinteresado en promover un desarrollo integral.

—La aventura de los guerreros—
Pero no es al problema de la rentabilidad al que quisiera referirme en esta columna, sino al problema de su significado simbólico. ¿Somos verdaderamente conscientes de qué tipo de espectáculo estamos acogiendo festivamente en nuestro país?, ¿de qué significa el Dakar?

El Dakar es en realidad una representación simbólica. Es la escenificación de un ideal de vida que consiste en la aventura de un grupo de guerreros (naturalmente de fuerza muy masculina) que se lanzan intrépidamente a atravesar con furia los parajes más salvajes, arrasando con todo lo que encuentren a su paso, montados en máquinas ruidosas y derrochadoras de energía sin el menor escrúpulo (mientras más mejor: tanto de ruido como de consumo inútil de energía) y dispuestos a dejar la vida o a quitarla en el camino, porque siempre son causa de muertes (un centenar en su historia, entre pilotos y espectadores). Es un ideal cultural de virilidad avasalladora, irresponsable y destructiva, que no acepta límites ni criterios de mesura, sino al revés: los desafía todos porque hace del ‘salvajismo’ un entretenimiento pasajero. Terminada la carrera, los pilotos vuelven a sus villas bucólicas en la campiña francesa, italiana o española a retomar su vida sofisticada y a cultivar sus jardines.

Esa simbología del Dakar es anacrónica y patética. Es anacrónica, anticuada, porque nos revela el grado de distorsión al que pudo llegar, en épocas pasadas, el elogio de la fuerza sin la menor consideración de los efectos destructivos que ella sembraba a su paso: en vidas humanas, en contaminación del ambiente, en generación de desorden, en destrucción de sitios arqueológicos, en alteración del paisaje, en exhibición del narcisismo tanático y falocéntrico de la cultura tecnológica. Y es patética, porque semejante falta de conciencia ecológica y desorden ético ya son solo posibles en sociedades o en países de ostensible precariedad institucional.

Dakar Perú 2019 tendrá una extensión de 5 mil kilómetros. Una dura prueba. En la nota conocerás los datos más importantes de este rally. (Foto: ITEA Photo)
Dakar Perú 2019 tendrá una extensión de 5 mil kilómetros. Una dura prueba. En la nota conocerás los datos más importantes de este rally. (Foto: ITEA Photo)

—Naturaleza y cultura—
El Dakar tiene una historia de más de 40 años. Quien desee puede consultar en la web cuántas controversias ha desatado esa diabólica y hoy ridícula empresa en los medios europeos. Desde hace décadas, muchos periodistas ilustrados se preguntan, especialmente en Francia, por qué la carrera no podría realizarse, por ejemplo, en el propio continente europeo: de Cádiz a Oslo, digamos. Eso sería absolutamente impensable, no solo porque la sociedad europea no toleraría en modo alguno la destrucción de sus paisajes ni la alteración de su orden ambiental, sino porque consideraría además ya políticamente incorrecto el exhibicionismo consumista, machista e irresponsable.

En efecto, parte importante del anacronismo del Dakar es que trae consigo, con los ruidos, los motores y el consumo, un mensaje de racismo. Es en los países salvajes en donde debe llevarse a cabo el rally. Su entorno ideal es una sociedad primitiva, en la que la ‘naturaleza’ siga siendo agreste y en la que no haya ‘cultura’ que impida la irrupción de sus máquinas potentes ni de su despliegue destructor.

No sigamos haciendo el ridículo internacional. Despidámonos para siempre de este pernicioso y patético anacronismo.

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