Estatua de Martín Lutero ubicada en la plaza principal, frente a la Municipalidad de Wittenberg, donde el 31 de octubre de este año se celebró una serie de actividades en conmemoración del 500 aniversario de la Reforma protestante. [Foto: AFP]
Estatua de Martín Lutero ubicada en la plaza principal, frente a la Municipalidad de Wittenberg, donde el 31 de octubre de este año se celebró una serie de actividades en conmemoración del 500 aniversario de la Reforma protestante. [Foto: AFP]
Jorge Paredes Laos


Nunca se sabrá si Lutero midió realmente las consecuencias de sus actos. Lo cierto es que este obstinado fraile agustino, cuando se rebeló al poder del decadente papado del siglo XVI, encendió una chispa que terminó por transformar el mundo no solo de la fe sino también de las ideas, la economía y la política. Para decirlo de otra manera,
la Reforma fue un movimiento de carácter religioso que trajo consecuencias en todos los ámbitos de la vida europea.

Al cuestionar la capacidad moral de la Iglesia por lucrar con las indulgencias, Lutero rompió con la jerarquía eclesiástica y puso en entredicho su poder de mediación ante lo divino.

Este acto, en apariencia simple, golpeó una idea medular de su tiempo. Al decir que un hombre para relacionarse con Dios no necesitaba de un religioso o sacerdote sino solo de su fe, Lutero abrió las puertas de un poder laico desconocido a inicios del siglo XVI. Sin proponérselo, inauguró el pensamiento moderno y sembró una semilla de rebeldía de insospechadas consecuencias.

Tanto así que dos siglos después de la aparición de sus famosas tesis ya nada era igual. El poder absolutista —basado en la espada y la cruz— había desaparecido y en su lugar comenzaban a surgir diversos Estados nacionales; las ideas de libertad y fraternidad echaban raíces en la sociedad occidental y en el Nuevo Mundo se gestaba, además, una nación de inmigrantes puritanos y calvinistas, salidos justamente de esa Inglaterra anglicana, una de las religiones herederas del protestantismo. Y quizá lo más importante, se consolidaba una nueva clase social que había hecho suyos los valores de la Reforma protestante: la burguesía. Una clase de rígida moral y una fe puesta en el trabajo, con una mística especial que Max Weber explicó mejor que nadie en La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

Aunque en apariencia estos comerciantes no eran muy diferentes a los del pasado —vendían y compraban bienes como antes; por ejemplo,
lo habían hecho los fenicios—, Weber identificó en ellos algo diferente y nuevo: una especie de imperativo moral que los llevaba a generar riqueza y que convertía el trabajo —antes degradante— en virtud; y la usura, en algo natural. A esto el filósofo y economista alemán llamó “el espíritu del capitalismo”.

Según Weber, el factor religioso fue esencial para que algo así ocurriera. Justamente, una de las tesis centrales del protestantismo desarrollada por Juan Calvino —otro de los íconos de la Reforma y seguidor de Lutero— es la doctrina de la predestinación. De acuerdo a esta creencia, cada hombre nace con un destino fijado por Dios y solo algunos han sido elegidos para salvarse. Por eso lo que se debe hacer en esta vida es buscar los signos o las señales de esta predestinación a través de una ética que valore la disciplina, el trabajo incesante, la frugalidad y el ahorro. Para un calvinista no hay peor pecado que el ocio o —como escribió Weber— “la dilapidación del tiempo”.

1510. El teólogo y reformador alemán Martín Lutero , segundo desde la izquierda, con otros reformadores alemanes: Melancthon, Pomeranus y Crucige. [Foto: Getty Images]
1510. El teólogo y reformador alemán Martín Lutero , segundo desde la izquierda, con otros reformadores alemanes: Melancthon, Pomeranus y Crucige. [Foto: Getty Images]

A pesar de que el ensayo de Weber no fue desarrollado para explicar el auge de Estados Unidos —el pensador alemán apenas conoció este país en 1904—, sino para expresar la ética de la salvación individual del protestantismo, muchos académicos e intelectuales han coincidido en que sus tesis pueden ser leídas a la luz de lo ocurrido en la gran nación de norte.

Uno de ellos fue Octavio Paz. En “El espejo indiscreto”, un texto aparecido en la revista Plural en abril de 1976, Paz habló de una suerte de determinismo histórico que llevó en una y otra dirección a las Américas del Norte y del Sur. “Una, la de la lengua inglesa, es hija de la tradición que ha fundado el mundo moderno: la Reforma, con sus consecuencias sociales y políticas, la democracia y el capitalismo; otra, la nuestra, la de habla portuguesa y castellana, es hija de la monarquía universal católica y la Contrarreforma”, escribió el Nobel mexicano.

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Justamente, el otro hecho que desencadenó Lutero con sus tesis de 1517 fue la aparición desde el lado de la Iglesia romana de todo un movimiento enfocado en detener el avance del protestantismo en el mundo, y que fue bautizado como la Contrarreforma. En ese contexto se produjo la conquista de la América hispana y a los jesuitas les tocó cumplir un papel preponderante en la defensa de la fe católica.

“En el siglo XVI la institución eclesial estaba en crisis y era mal vista debido no solo a las indulgencias, sino porque hacía un ejercicio inadecuado del poder”, explica el padre Rafael Fernández Harth, decano de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanas de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. “Por eso la Contrarreforma debe ser vista como un proceso complejo en el que la Iglesia reacciona y trata de ir más allá de los reclamos luteranos. Se busca acercar a Dios a la gente a través de la renovación de la liturgia, de los sacramentos y de las imágenes, que son usadas desde ese momento para educar, evangelizar y movilizar el afecto”, agrega Fernández.

El religioso reconoce que uno de los grandes méritos de Lutero fue haber señalado los errores que cometía la Iglesia de su tiempo, lo que permitió su posterior reorganización. “Hay una frase que siempre he escuchado en teología y que dice ‘Eclessia semper reformanda’, es decir, la Iglesia debe estar en continua reforma, y eso empieza a ser posible después de Lutero”, añade.

1530. Martín Lutero clavando sus tesis en la puerta de la iglesia del Castillo, Wittenburg, Alemania.[Foto: Getty Images]
1530. Martín Lutero clavando sus tesis en la puerta de la iglesia del Castillo, Wittenburg, Alemania.[Foto: Getty Images]

El historiador y teólogo de la misma orden, padre Juan Dejo, dice que para entender el surgimiento del protestantismo hay que situarnos en el siglo XVI. “Lutero criticó una Iglesia feudal y la llevó indirectamente a renovarse”. Dejo antepone a Lutero la figura de san Ignacio de Loyola, quien también buscó reformar el catolicismo pero desde adentro, en una época en que la obsesión por la salvación dominaba el pensamiento del hombre. Algunos, como Lutero, buscaron hallar esta gracia en el trabajo terrenal; otros, como san Ignacio, apostaron por la misión evangelizadora. Dos maneras de entender y vivir el cristianismo que marcaron de forma distinta la cultura occidental.

protestantismo en el Perú
Los primeros protestantes que llegaron al Perú lo hicieron en los barcos de los piratas y corsarios, y fueron perseguidos por la Inquisición que trataba de frenar todo tipo de herejías. Según la especialista Dorothea Ortmann recién a finales del siglo XIX se puede identificar a los primeros protestantes metodistas en la sierra peruana. Eran italianos, ingleses y norteamericanos que habían llegado como mano de obra calificada para la construcción del ferrocarril central y como ingenieros en las minas. Sin embargo, en esa época no se les permitía realizar ningún tipo de proselitismo. “Después de la Constitución de 1920 que reconoció, por primera vez, la libertad religiosa, se les permitió a estos protestantes celebrar actos públicos”, dice Ortmann. Luego, en los años treinta, llegarían los primeros misioneros presbiterianos, y después los pentecostales.

A propósito de este tema acaba de aparecer el libro Entre Dios y el César: el impacto político de los evangélicos en el Perú y América Latina, de José Pérez Guadalupe, en el que se dibuja el complejo panorama de las diversas iglesias cristianas en esta parte del mundo que vienen a ser las “nietas” —como las llama el autor— del protestantismo surgido en el siglo XVI. “En síntesis, los protestantes en América Latina son los evangélicos, a menos que se hable de iglesias que provienen de alguna línea del protestantismo histórico luterano”, explica el exministro del Interior Pérez Guadalupe.

Si algo ha sido común en el protestantismo en Europa y Estados Unidos, ha sido su continua reforma, lo que ha derivado en la creación de múltiples iglesias, algunas más conservadoras que otras. ¿Tienen algo en común? Según Pérez Guadalupe, todas siguen grosso modo las “cuatro solas” creadas por el protestantismo: Sola scriptura (solo por medio de la Escritura), Sola fide (solo por la fe Dios salva), Sola gratia (solo por la Gracia), Sola Christus (solo Cristo o solo a través de Cristo).

Alrededor de 1530, Martín Lutero clavando sus tesis en la puerta de la iglesia del Castillo, Wittenburg, Alemania. [Foto: Getty Images]
Alrededor de 1530, Martín Lutero clavando sus tesis en la puerta de la iglesia del Castillo, Wittenburg, Alemania. [Foto: Getty Images]

Sin embargo, en los últimos tiempos ha surgido en el continente y el Perú un nuevo movimiento que ha sido llamado neopentecostal, que “de protestantes tienen muy poco” en opinión de Pérez Guadalupe. Son iglesias independientes que giran alrededor de un pastor —que muchas veces ha logrado amasar una fortuna— y que busca convertirse en líder o dirigente político. “No sabemos si se trata de una manipulación religiosa con fines políticos o de una manipulación política con fines religiosos”, agrega con suspicacia.

El caso más conocido fue el del pastor Humberto Lay, quien postuló a la presidencia guiado por un movimiento reconstruccionista que como se lee en Entre Dios y el César trató de ser “una propuesta de gobierno divino bajo la óptica del sistema neoliberal”.

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