Ilustración: Víctor Aguilar
Ilustración: Víctor Aguilar
Fernando Vivas

Detesto el término posverdad. La palabra de marras no designa nada nuevo ni disruptivo que justifique el prefijo pos. Reto a cualquiera a que me demuestre que en este momento de la historia se construyen mitos y se instrumentaliza la verdad y la mentira; en una forma y cantidad tan radicalmente distintas a cualquier otra época, que sea necesario inventar un concepto o distorsionar gratuitamente otro como se está haciendo, ¡con la verdad¡

Más allá de discurrir por nuevos soportes técnicos, la bronca en la que se trenzan la verdad y la mentira sigue gozando de buena salud porque no ha cambiado su esencia en absoluto. No mentimos más que nunca y buscamos la verdad como siempre. No hay razones nuevas y ajenas a la política o a la religión, esas dos grandes fuerzas constructoras de mitos colectivos en la humanidad, que trastoquen la dualidad vital de verdadero o falso. Cualquier calculado retorcimiento de la verdad, no entraña la idea de que esta no existe; sino todo lo contrario. Es lo que se quiere ocultar a los demás y por lo tanto, no desaparece, brilla en su esencia para el que la tapa y para quien quiera o la pueda ver. Y este principio de que la verdad es lo que importa y es lo que se quiere atrapar en última instancia, se cumple para el académico diletante, para el caserito de Laura Bozzo y para el activista obcecado de uno u otro bando.

¿El márketing? Sí, claro, he ahí otra gran fuerza mitificadora que profesionaliza a sus creativos en la manipulación de hechos y mensajes inyectados a la vena de la sensibilidad; pero, vamos, ya lo viene haciendo hace décadas. Es más, muchos de los subterfugios desinformativos y engañamuchachos que fluyen en los grandes medios, tienen más de un siglo de vigencia. Procter & Gamble y Goebbels, por solo citar dos viejas fuentes mitificadoras de las más diversas, ya perfeccionaron mucho de lo que ahora se suma al inventario impreciso de la ‘posverdad’. Insisto: no veo razón para que ahora alguien venga a sostener que los partidarios de Trump o los fujitrolls están inventando algo nuevo. De pos no hay nada; de pose, mucha.

Solo se me ocurre una justificación piadosa al invento y abuso del término: la legión de inocentes que creían que la pluralidad y la democratización de la información gracias a las redes, iban a imponer rápidamente la verdad; y los acalorados debates darían paso a la iluminación encontrada en los buscadores y portadas. Jaja, como si una mano invisible fuera a ordenar la sobreinformación e inhibir a la emocionalidad del que quiere creer a partir o a pesar de los datos. Como si los grandes peleas universales se fueran a dilucidar de la misma forma en que lo hace un grupo de contertulios que se entrampa discutiendo una nimiedad y hace una pausa para un fact checking en Google.

Bah, nunca creí que tal cosa fuera a suceder en las discusiones que más cuentan. Más información no es mejor ni más veraz información; es tan solo eso, más información para la gigantesca molienda de la credulidad o de la desconfianza o de los intereses encontrados.
Que el Google nos lleve rápidamente a desbrozar dudas puntuales es un avance civilizatorio. Esa accesibilidad acelera procesos, pues, para quienes las respetan, nos permite acceder rápidamente a fuentes de datos. Pero, como queda claro en el ejemplo de arriba, el fact checking solo corrige provisionalmente simples errores factuales y deja abierta la polémica sobre las grandes interpretaciones y pronósticos de la historia. El debate sigue tan apasionado como siempre y recurre a muchos de los mismos viejos trucos y subterfugios que algunos identifican hoy como posverdad. ¿Acaso siglos atrás no se mentía, mentía y mentía para que algo quedara; no se ocultaba información; no se tapaba el sol con un dedo; no se troleaba con soportes menos sofisticados, no se capturaba a medios y líderes para que difundan una versión y no otra?

Además, el prefijo pos oculta una operación ideológica y una actitud tramposa. Quien alega posverdad en el otro podría estarse jactando de verdad en sí mismo. Por eso es frecuente que ambos bandos se acusen de posverdad. Hace poco reí oyendo a un líder empresarial quejarse de que su gremio era víctima de la posverdad caviar. Y, por supuesto, he oído y leído mucha más opinión de izquierda denunciando, con bibliografía, líneas de tiempo y decenas de citas académicas, posverdad en el campo opuesto. 

Mi amiga Jacqueline Fowks ha publicado “Mecanismos de la posverdad” (Fondo de Cultura Económica, Lima, 2017), con teorías y ejemplos peruanos y regionales, de mentiras y desinformaciones difundidas en medios. Aunque no oculta que las redes pecan de lo mismo y hasta empeoran el mal; se concentra en lo difundido por los medios. No le discuto el diagnóstico de la desigualdad entre élites ligadas a estos y mayorías poco representadas; ni los desequilibrios e injusticias que de ello derivan.

Lo que objeto es su idea de que los grandes medios han evolucionado en esencia como fábricas de realidad distorsionada al servicio de las élites. Yo creo, más bien, que los actores políticos son los que llevan sus verdades y mentiras a la escena pública y los medios las registran. Puede ser mi defecto de profesión, pero no suelo comulgar con las teorías que sobredeterminan el papel de los medios en poner la agenda, subvalorando el papel de los actores políticos. Menos voy a comulgar con la idea de que es el medio el que fabrica los relatos más importantes de una sociedad, con autonomía respecto de los sujetos. Por los medios pasa todo, pero no se ‘hace’ todo. Es más, los profesionales de la mitificación contemporánea, que en esencia no cumplen un papel distinto al de los orejones del imperio inca o los cortesanos favoritos del rey; tienen sus propias agencias donde trabajan la información de parte que los medios difunden y que cuyo sentido es recibido, negociado y contrastado de diversas maneras.

Por supuesto, arriba, en el poder, en las élites, se produce mucha verdad distorsionada y hay medios de mucho alcance que la difunden. Pues abajo también se produce y no faltan medios y redes que lo difundan. No existen sociedades con una clase que tenga hegemonía total de las ideas y control absoluto de los medios y, del otro lado, una gran mayoría no se/no opino/no pienso y por lo tanto no apelo tramposamente a emociones que me son ajenas, o sea, 'soy puro y no miento'. Llevamos mucho tiempo de relativa democratización del acceso a los medios, y un tanto menos de acceso a las redes. Bueno pues, ese acceso hace que todos digan la verdad y todos a la vez mientan según el otro cuando su relato es opuesto. Y el relato que hoy parece con ventaja pues es el de los grupo de poder económico que anuncian en los grandes medios y canales de TV; bien puede acabar apabullado por el de cientos de miles de consumidores, con aval de ONG, academia, políticos y líderes de opinión. Los recientes ejemplos de la leche que no es leche pura según ley, pero en el fondo y en la garganta popular es leche; podrían verse, de acuerdo al libro de Jackie, como casos en que se pusieron de manifiesto los mecanismos acerados y actualizados de la 'posverdad' profesionalizada en los medios conservadores. Más bien, yo veo simples recursos a la verdad y a la mentira, expuestos por una democrática variedad de actores, incluidos algunos modestos,  que resultaron tan o más potentes que los primeros.
Jackie consigna la definición del Diccionario de Oxford de ‘posverdad’ (“circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y la creencia personal”) y la anunciada por la RAE como anticipo a su incorporación al diccionario el próximo diciembre (“aquella información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”). Ambas son insuficientes para su teorización, pues tenemos que aceptar que también se apela a las emociones basándose en hechos objetivos -¡el valor de la verdad no ha cambiado, pues!-; y sus varios ejemplos muestran una compleja trama donde la objetividad de un registro convive con la mentira monda y lironda.

Coincido en el análisis razonable de ejemplos de trato prejuiciado de medios limeños contra terroristas, contra antimineros, o contra Marco Arana. Lamento que no haya incluido ejemplos donde la víctima de la posverdad sea de derecha o conservadora. Hubiera sido un analítico fair play. Discrepo, eso sí, con los extremos de esta conclusión: “El fenómeno de la posverdad no es privativo de un partido político ni de un país, sus síntomas existen hace décadas pero en años recientes se ha desbordado, y sus expresiones son burdas” (pág. 146).

Eso de que los síntomas tienen décadas y por lo tanto la enfermedad es nueva y desbordada, no resiste nuestra memoria de una historia llena de tantos retruécanos y argucias emotivas como los que encontramos hoy. Lo que unos llaman gratuitamente posverdad y yo llamo simple discurso con verdad y con mentiras, no solo no es privativo de un partido o de un país como bien dice Jackie: no es privativo de clases, de gremios, de ONG y de nadie. Hasta en la academia se miente, con metodología y citas, pero también se miente y con la frescura de la autoridad. El desborde, entendido como un flujo descomunal e inmanejable para la sociedad, francamente no lo encuentro. No creo que hayamos llegado a un pico de saturación que haga imprescindible tomar medidas de emergencia o de racionamiento como las que se toman frente al tráfico o los cauces colmatados de los ríos. La solución a la abundancia sigue siendo cuestión de autorregulación, de hábitos personales, de libre albedrío. No resucitemos viejas teorías hipodérmicas de la comunicación que subestiman al receptor pues asumen que se nos inyecta todo, en este caso una sobredosis, y la recibimos sin procesar.

Sino acuso un desborde tampoco comulgo con adjetivar genéricamente a las expresiones de posverdad contemporánea como ‘burdas’. Es tan prejuicioso como generalizar a la TV bajo el término ‘telebasura’. La calificación de lo burdo suele venir del establishment académico que no le da rango de hecho objetivo a los que no está visado por sus estudios y, por lo tanto, es posverdad. Mmmmm. A Trump y sus partidarios, de quienes puedo estar en las antípodas, les he oído muchos argumentos y propuestas que me aterran, pero son basadas en cifras y en referentes académicos y apelan a la vez a las emociones y a la consideración de los hechos objetivos, revelando la inutilidad teórica de las definiciones de 'posverdad’. No creo, de ninguna manera, que los nuevos populismos y nacionalismos, estén difundiendo algo distinto a la verdad y la mentira y tan pero tan burdo que haya que taparse la nariz, aj que asco, y ponerle un pos antes de mentarlo. Como he sostenido en otro artículo, esa .

Nada de desborde: Junto a la abundancia de mentira, está la abundancia de alternativas para el que quiera su antídoto y su verificación. Y el que encuentre en el maremágnum de la pantalla de su celular o su laptop o su periódico de papel, la mentira que buscaba para redoblar su fe en ‘con mis hijos no te metas’ o en ‘agua sí oro no’; pues no será víctima de ningún desborde y se dará por bien servido.
Quiten el pos y no pasa nada. Si creyeron que la abundancia de información y la velocidad para acceder a ella nos acercarían más a la verdad, fueron cándidos, y el candor no es razón para pensar algo tan temerario como que la verdad ya no es lo que era y por lo tanto vale cambiarle de nombre. Peor aún, muchos promotores de la palabreja compuesta, la venden junto a teorías conspirativas que asocian la perversión y trastocamiento de la verdad a un solo bando. ¡Cómo si la historia no fuera pródiga en ejemplos dónde todos los actores mienten a su manera¡ No importa quién tiene más recursos o lleva la sartén por el mango, para mentir basta tener motivos y gente con quien compartir esos motivos. La fe, irracionalidad, pasión y sentimiento son tan ancestrales como la verdad. Y así como no hay razones para hablar de algo tan inútil e idiota como la ‘pos fe’, la ‘pos irracionalidad’ o el ‘pos sentimiento’, tampoco lo hay para estar enrostrándole ‘pos verdad’ a todo el que discrepa contigo, como no sean el candor conspirativo o la interesada necedad de las que les estoy hablando.

Hay verdad y mentira, y si quieren insistir en llamarle posverdad, ¡qué puedo hacer!; en los dueños de la paralizada Conga como en la familia de Máxima Chaupe; en las esterilizaciones voluntarias y en las forzadas; en los mociones de censura como en los votos de confianza; en la revolución social de PPK y en ‘el gobierno que ha perdido el norte’ que acusa Keiko; en la leche que no es leche y en las nuevas regulaciones sobre la leche; en el populismo que es una máquina trituradora de argumentos difundidos por el establishment académico, y en la academia cuando pretende dictar una sentencia o poner una etiqueta y dispone de todo un artilugio de teorías para forzarle un sentido. Y esto no es nada nuevo. Era igual en tiempos de tu abuelita y de tu tatarabuela.

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