(Foto referencial: El Comercial)
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Angus Laurie

En el 2015, el promedio de preadolescentes de entre 8 y 12 años de edad pasó 9 horas diarias mirando pantallas de computadoras, televisores, tablets o de smartphones. Esto es más tiempo del que pasaron durmiendo, según un informe de Common Sense Media.

En Inglaterra, un estudio del National Trust encontró que los jóvenes y niños, entre 4 y 14 años, pasan solamente la mitad del tiempo jugando al aire libre del que pasaron sus padres. Mucho del cambio puede ser atribuido al desarrollo de nuevos dispositivos que no existían hasta hace pocos años. Más allá de ser un cambio cultural, el cambio de los niños de jugar en un mundo real a uno virtual tiene repercusiones reales en su estado físico y mental.

Según una investigación de Jean Twenge, profesora de psicología de la Universidad Estatal de San Diego, publicada en la revista “The Atlantic” este mes, hoy en día los jóvenes en colegios secundarios en los Estados Unidos toman menos alcohol, es menos probable que tengan un accidente manejando un auto y son sexualmente menos activos que las generaciones anteriores. Por otro lado, los jóvenes de 17 años salieron de sus casas sin sus padres en menor frecuencia en el 2015, que niños de 13 años en el 2009.

Según Twenge, luego de observar los datos que van desde la década de 1930 hasta hoy en día, pudo concluir que los jóvenes de hoy son mucho menos felices que las generaciones anteriores, y que los dispositivos que hemos colocado en sus manos están ocasionando profundos efectos en sus vidas, haciéndolos seriamente infelices. “No hay una sola excepción. Todas las actividades mirando una pantalla están vinculadas a menos felicidad y todas las actividades sin pantalla están vinculadas a más felicidad”, dice Twenge.

Estos resultados provienen de una investigación en los Estados Unidos. Sin embargo, creo que reflejan una tendencia global, que podría ser hasta más exagerada en una ciudad como Lima debido al enorme déficit de espacio público y áreas verdes. De hecho, somos una ciudad que da poca consideración para el rol lúdico de las calles y espacio público, y menos en facilitar el juego de los niños.

Dentro de todos los gastos en megaproyectos, para nuevas líneas de metro o también para las sedes de los próximos Juegos Panamericanos, no hay que perder de vista que Lima tiene cada vez más personas, pero también pierde cada vez más espacio público debido a la conversión de terrenos públicos en proyectos privados o al ensanchamiento de vías para autos.

Por esta razón, es importante crear nuevos espacios públicos que sean atractivos y que ofrezcan un mundo real que pueda competir contra uno virtual, buscando una mejor balanza entre el tiempo frente a una pantalla y el tiempo al aire libre. Deberíamos ver el juego como un derecho en nuestras calles y parques. De la misma manera, debemos adaptar nuestra ciudad para que sea accesible a los niños e incorporarlos, incluso involucrándolos de manera participativa en el proceso de diseño y en la producción de la ciudad.

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