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ArtBo 2018. (Foto: EFE)
Juan Carlos Fangacio

Afuera del recinto de Corferias, un colorido desfile de paraguas adorna las calles de Bogotá. Adentro, el chubasco lo provocan las personas que trotan como roedores para hacer girar la rueda gigante bautizada como "Rainmakers" (creadores de lluvia), instalación del artista Miler Lagos y a la vez la obra más lúdica y vistosa del ArtBo 2018, la feria de arte de la capital colombiana que cumple su decimocuarta edición.

Un monstruo conformado por 70 galerías de 20 países que demanda caminata firme y concentración a partes iguales. Durante su inauguración del último jueves, se hacía difícil el recorrido por las salas transformadas también en una pasarela de modas. Galas y extravagancias que se cruzaban en inusual combinación con las ilusiones ópticas del alemán Wolfram Ullrich, una cromática instalación de Carlos Cruz-Diez o los bellísimos tapices de la sueca Miriam Bäckström. No faltó el visitante que miraba con profunda atención el extintor de incendios. Como en cualquier feria de arte, en los 20.000 m² de ArtBo se agolpa de todo, incluidas las revelaciones y los fiascos. Pero en la aventura está el gusto.

PRESENCIA PERUANA
En la sección Referentes –una de las mejores, junto al indispensable espacio de Libros de Artista–, una vociferante Victoria Santa Cruz atrae a los curiosos con su "Me gritaron negra". Es una sección importante no solo por su afán de recuperación de artistas consagrados durante el siglo XX, sino porque se ocupa de temáticas históricamente ignoradas: lo étnico, lo feminista, lo 'queer'.

Fuera de ella, pero generacionalmente afines, Jorge Eduardo Eielson y Emilio Rodríguez Larraín forman un tándem que cualquiera pasaría por contemporáneo. Los expone en su rincón de paredes grises la galería Revolver. Giancarlo Scaglia, cerebro de ese espacio con sedes en Lima y Buenos Aires, reconoce el reto de llevar a Bogotá a dos artistas históricos pero sumamente arriesgados. "Es una apuesta grande y distinta para lo que solemos hacer, pero ha sido revitalizante para nosotros", afirma.

En el corredor opuesto del centro de convenciones, la también peruana Ginsberg Galería ocupa una transitada esquina. Su directora, Claudia Pareja, destaca la buena recepción que ha tenido su stand entre los coleccionistas extranjeros y locales. Ella ha llevado los trabajos de Claudia Martínez Garay, Pablo Ravina y Andrea Ferrero. "Nuestra plataforma exhibe principalmente a artistas emergentes, lo cual es siempre más arriesgado", afirma. Aunque el trabajo es duro, Pareja se anima a dar algunas recomendaciones como espectadora: los trabajos del venezolano Juan Pablo Garza y de la argentina Mariela Scafati, ambos de la sección Proyectos, curada por Emiliano Valdés. Otro punto fuerte de la feria.

TAREA INCLUSIVA
Como cualquier evento donde coleccionistas acuden resueltos a desembolsar miles de dólares, a ArtBo la han calificado de elitista. Pero más allá de las transacciones cerradas, la feria ofrece un programa mucho más amplio y de mayor acceso al gran público. Durante todo el año, se realizan actividades de ingreso gratuito, programas educativos, secciones para artistas emergentes y, desde este 2018, se ha creado el Catálogo de Nuevos Coleccionistas, selección de obras con un precio máximo de US$2.000.

Si se mira fuera de Corferias, ArtBo también se despliega por las verdes calles de la sabana de Bogotá con una serie de rutas galerísticas de libre tránsito, así como de espacios adaptados en el marco de la feria. "Tenemos que reconocer que ArtBo es un espacio de mercado que responde al crecimiento económico de la ciudad y que les ha permitido a muchos artistas vivir de su trabajo. Pero la feria es también una apuesta muy sólida de nuestra escena artística para ir más allá del mercado", señala a El Comercio María Paz Gaviria, directora del evento.

Es la Cámara de Comercio de Bogotá la que asume el rol de organizar cada edición de ArtBo, un hecho inédito en la región. Pero responde también al trabajo articulado del Ministerio de Cultura colombiano, Procolombia, y un consejo en el que intervienen hasta siete carteras del Gabinete. David Melo, viceministro de Cultura de Colombia, lo describe como parte de un plan que ellos convienen en llamar "economía naranja", en el que se hace hincapié en las actividades creativas, culturales y de diseño. Y aunque la industria de las galerías de arte aún no es altamente competitiva, esperan que igual se sumen otros rubros destacados dentro del ámbito cultural como son el literario, el musical o el cinematográfico.

ArtBo comenzó hace 14 años con apenas una veintena de galerías de siete países. Su edición actual, que culmina mañana, es al mismo tiempo la más internacional y la que más galerías colombianas ha presentado. Un equilibrio entre lo global y lo local que convendría imitar. No está muy lejos el ejemplo.

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