Ernesto Vargas Maldonado y su único hijo, el Nobel peruano Mario Vargas Llosa. Una relación difícil que el novelista reflejó en novelas y memorias.
Ernesto Vargas Maldonado y su único hijo, el Nobel peruano Mario Vargas Llosa. Una relación difícil que el novelista reflejó en novelas y memorias.
Enrique Planas

A veces, la escritura sirve para poner en orden el duelo por un padre ausente. Otras, resulta necesaria para resolver conflictos con un progenitor muy presente. Un medio para ajustar cuentas, para perdonar, para buscar la reconciliación. De niños solemos tener una imagen paterna cerrada, más o menos feliz. Sin embargo, poco a poco nos vamos dando cuenta de los agujeros de la trama, los vacíos en aquel cuento necesario para crecer en armonía e inocencia. 

Desde antaño, los escritores han convertido a sus padres en tópico literario. Así, desde los mitos de Edipo y Electra, lo griegos ya hablaban en sus mitos de la relación paterna. Por otro lado, el peso trágico del fantasmal padre de Hamlet y su mandato para ser vengado determina el destino del príncipe de Dinamarca. En “Padres e hijos” (1862), joya decimonónica de Iván Turgueniev, se adivinan las diferencias ideológicas de una generación y la siguiente. El escritor ruso pone atención especial en el desfase de opiniones y posiciones políticas entre los protagonistas y sus padres. 

“Hace poco tiempo me preguntaste por qué te tengo tanto miedo. Como siempre, no supe qué contestar, en parte por ese miedo que me provocas”, decía Kafka en su “Carta al padre”, libro escrito en 1919 y editado póstumamente en 1952. La misiva rezuma sentimientos de inferioridad y acusa rechazo paterno. Nunca la envió. Más bien la corregía con tanto celo como sus relatos de ficción. 

—La invención del padre— 

Mucho más que recopilar anécdotas de cada espécimen paterno, desde los distraídamente reflexivos hasta los más distantes y hostiles, la verdadera necesidad del novelista es comprender quién ha sido su padre para poder convertirse en uno. Sumemos buenos ejemplos de fines de siglo pasado: En “Patrimonio” (1981), Philip Roth narra los meses en los que un tumor cerebral consume al padre protector y lo transforma en un ser dependiente. “Su padre se había quedado paralítico, a consecuencia de un ataque, a principios de los años 40, y él, una vez alcanzada la vejez, me había dicho en repetidas ocasiones: ‘No quiero morirme igual que él. No quiero quedarme ahí tirado. Es lo que más temo en este mundo’”, escribe. 

Fotografía de papá Herman, el hermano Sandy y el futuro escritor Philip Roth en Bradley Beach, Nueva Jersey, en 1937. Con esta fotografía el autor ilustró la primera portada de su novela “Patrimonio”, publicada en 1991/Con “La invención de la soledad” ( 1982 ), el estadounidense Paul Auster escribió su primera novela. Un libro sobre su iniciación en la orfandad y la escritura.
Fotografía de papá Herman, el hermano Sandy y el futuro escritor Philip Roth en Bradley Beach, Nueva Jersey, en 1937. Con esta fotografía el autor ilustró la primera portada de su novela “Patrimonio”, publicada en 1991/Con “La invención de la soledad” ( 1982 ), el estadounidense Paul Auster escribió su primera novela. Un libro sobre su iniciación en la orfandad y la escritura.

Por su parte, “La invención de la soledad”, primera novela de Paul Auster (1982), empieza con lo más urgente: “Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, sin ninguna enfermedad previa”. Su padre era alguien que pasaba un día y otro ocupándose solo de sus asuntos y soñando con la vida que le quedaba por delante. Y entonces, de repente, nos dice Auster, aparece la muerte. El hombre deja escapar un pequeño suspiro, se desploma en un sillón y muere. La suya es una novela sobre la iniciación tanto en la orfandad como en el oficio de la escritura. 

“La carretera” (2006), de Cormac McCarthy, nos habla de la compañía de un padre y un hijo en medio del apocalipsis. Caminan bajo un cielo de ceniza hacia un mar muerto en una tierra sin vida. El relato nos comparte la desesperanza sobre el comportamiento del hombre en situaciones extremas y, al mismo tiempo, reafirma la relación paternofilial como esperanza única.

En “La muerte del padre” (2009), Karl Ove Knausgård apela, al igual que Auster, a la vitalidad recordada para luego llegar a la muerte. “La vida es sencilla para el corazón: late mientras puede”, escribe, para abrir luego el grifo de recuerdos sobre su dolorosa relación con un progenitor alcohólico y la posterior administración de su fallecimiento y funeral.  

—Papás en casa— 

Inolvidable resulta el viaje de Ernesto, un muchacho de 14 años, con su padre Gabriel, un abogado itinerante, en la primera parte de “Los ríos profundos” (1958). El relato de José María Arguedas empieza en el Cusco, a donde llegan en busca de un pariente rico que les negará trabajo y ayuda. Sus andanzas continúan a lo largo de los pueblos del sur andino, hasta que se despiden en Abancay, donde el joven es matriculado como interno en un colegio religioso mientras su padre continúa el viaje. Otra poderosa presencia paterna, aquí descrita sin amor, es la que desarrolla Mario Vargas Llosa en “La tía Julia y el escribidor” y especialmente en “El pez en el agua”, donde el Nobel peruano deja correr la tinta al recordar a ese padre distante y violento que lo había arrancado de su familia materna en Piura. Si bien nunca apareció en un papel protagónico, la sombra de don Ernesto Vargas Maldonado se extiende en detalles y episodios a lo largo de la novelística de nuestro mayor escritor. 

Actualmente, la presencia paterna es determinante en gran parte de la producción novelística local. Mucho se ha escrito de “La distancia que nos separa”, de Renato Cisneros, o de “Contarlo todo”, de Jeremías Gamboa. También despiertan entusiasmo lector “Nuevos juguetes de la Guerra Fría”, de Juan Manuel Robles; “Un olvidado asombro”, de Marco García Falcón; “Austin, Texas, 1979”, de Francisco Ángeles; “Pequeña novela con cenizas” y “Orgullosamente solos”, de José Carlos Yrigoyen; “Patrimonio”, de Johann Page; o “Sustitución”, de Jack Martínez Arias. Escribir sobre el padre (o el abuelo) es pasar la película interna de la vida, escena por escena, como el recuerdo lo reescribe. Todo escritor lo sabe.

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