José Ruiz Rosas es autor de aclamados libros como "Elogio de la danza", "Arakné" y "Diálogo a solas" (Foto: El Comercio)
José Ruiz Rosas es autor de aclamados libros como "Elogio de la danza", "Arakné" y "Diálogo a solas" (Foto: El Comercio)
Czar Gutiérrez

Sentado frente a un tablero de ajedrez, perfectamente lúcido y amable, el poeta recibió a El Comercio rodeado de su esposa, sus hijos y sus 15 libros. Los últimos rayos del sol de mayo acarician su tupida barba, que se ondula en la gravedad de cada palabra. El asma como único achaque perceptible en un hombre que, desde Melgar, corporeizó a la poesía arequipeña. Con la memoria asombrosamente intacta para seguir hablando en verso.

—Lo encuentro rodeado de su propia poesía, don Pepe.
Sí, hay libros de los que ya ni me acordaba. Por ejemplo este "Sonetaje", un libro regular que empieza con “Horizontes me van coronando”. Tenía 18 años y escogí debutar experimentando con el soneto. Se publicó porque me hice amigo de un tipógrafo en Arequipa.

—¿Cuándo supo usted que era poeta?
A los 12 años, en el colegio. Mi mamá leía mucho, tenía poemas escritos en un cuaderno. Recuerdo "Con letras ya borradas por los años / en un papel que el tiempo ha carcomido/ símbolo de pasados desengaños / guardo una carta que selló el olvido". Es del mexicano Juan de Dios Peza. El poema termina así: "Leí estas líneas y en eterna ausencia / esa cita fatal vivo esperando / y sintiendo la noche en mi conciencia / guardé la carta y me quedé llorando". Siento declamar así, pero el asma no me deja [carraspea].

—No se agite, por favor.
Publicaba libritos chicos que yo mismo imprimía porque era mimeografista. Entre folletos, tesis y textos escolares. De eso vivía. Leía a Chocano y a Vallejo prologado por César Miró. Era un lector voraz, lo sigo siendo. Ojalá pueda publicar este año que voy a cumplir 90.

—¿Sigue escribiendo todos los días?
No, sigo pensando todos los días, que es diferente. No puedo escribir porque ya no es cómodo, no tengo dictáfono. Pero la poesía siempre está, todos pensamos en poesía. La poesía casi no inventa palabras ni ideas. No es filosofía, no es filología, es 'poiesis', pura imaginación.

(Foto: El Comercio)
(Foto: El Comercio)

—Y usted la representa.
Tal vez, pero de manera rústica. Porque en un verso la voz no existe, tal vez solo el tiempo encerrado en perfiles infinitos.

—¿Cuán arequipeño se siente?
Uf, completamente. Hermosa tierra al pie de tres volcanes. Cinco sextas partes de mi familia es arequipeña, mi esposa y nuestros cuatro hijos: María Teresa, Alonso José, Rolando Javier y Ximena Mónica. Tenemos seis nietos y, hasta donde sé, un bisnieto. Todos felizmente vivos. Yo soy limeño pero es igual, todos somos peruanos y en el fondo todos somos seres humanos.

—¿Qué recuerda de Trilce, su librería?
Que vendíamos muy buenos libros importados a precio sin usura. Se lo puse en homenaje a Vallejo. Se hizo muy famosa porque no tenía mostrador, los libros estaban en los estantes al alcance de los pericotes, que no faltaban. Estaba ubicada en el 102 de Palacio Viejo, a cuadra y media de la Plaza de Armas. Era la casa de Judith do Carmo, tía y madrina de mi esposa. Como no pagábamos arriendo y vivíamos al fondo, no recargábamos por crédito.

—La leyenda dice que quebró porque usted regalaba los libros.
Bueno, a veces vendía [risas]. Al final quebramos. Pero no por los pericotes, que se los comen literalmente. Pero más robos hay en las bibliotecas. Yo fui director de la biblioteca municipal sucediendo al señor Calienes.

—¿A qué escritores recuerda?
Ribeyro nos alojó en su casa en París. A Arturo Corcuera Osores, cuya esposa era madrileña. Tuve amigos poetas como Alejandro Romualdo Valle, Carlos Germán Belli, Gustavo Valcárcel, César Rodríguez, que siempre venía a conversar a la librería y Percy Gibson le dijo: "Tienes nombre de emperador italiano, ponte de emperador peruano Atahualpa". A Mario Vargas Llosa lo conocí muy jovencito en el Hotel de Turistas, ya era famoso y viajaba duro. Blanca Varela era una señora muy bajita y simpática, esposa del gran pintor Szyszlo. Traté muy poco a Westphalen, uno de los mejores poetas del Perú. A Rafael de la Fuente Benavides lo recuerdo publicando unos sonetos perfectos en "Las moradas". Conocí también a Winston Orrillo. En Tacna vivía el ancashino Livio Gómez, un poeta regular y muy buen amigo. Toño Cisneros, que era menor que yo. A Antonio Cornejo Polar. Estoy muy resfriado, disculpe usted. El asma no es una enfermedad, hace toser mucho porque me llena de flema y la gente cree que uno es tuberculoso [ríe]. Es una alergia a este clima de Lima húmedo, terroso y con humo. En Arequipa hay tan buen clima que hasta podía fumar en pipa. Pienso en Mariano Melgar Valdivieso, fusilado en Umachiri y que se adelantó al romanticismo. "La cristalina corriente / de este caudaloso río / lleva ya el llanto mío / más aguas que de su fuente / llega el mar y es evidente / que el mar con ser tan salado / lo recibe alborozado/ y aun rechazarlo procura por no probar la amargura / que mis lágrimas le han dado". Ese es el río Chili, pues.

—Su memoria es una máquina intacta.
Es mediana, pero para esas cosas sirve. Si tengo tiempo, pienso escribir un libro que se va a llamar posiblemente "Recuerdos". No memorias, porque es muy trillado. Recuerdos de lo que recuerdo, aunque no me considero tan memorable.

(Foto: El Comercio)
(Foto: El Comercio)

—Ese sería su único libro en prosa.
¿En prosa presa de prisa? En Arequipa publicaba unos folletitos en verso y en prosa. Cuando era estudiante del colegio La Merced de Huacho escribía de todo lo que había vivido. Pero eso se perdió en las mudanzas. Luego me decanté por la poesía. Los diarios "El Pueblo", "El Deber" y "Noticias" me publicaban. A veces también El Comercio y "La Prensa". Tenía recortes de esos poemas de muchacho. Como ese que le escribí a mi esposa antes de ser novios: "Seremos esa nube en el azul purísimo / esa blancura pura de la nube lejana / seremos el destello de los albos picachos / fríos besos que deja la silenciosa luna / en su peregrinaje de madrina sonámbula". Ya llevamos 64 años de matrimonio y yo estoy cumpliendo no tan canosos 90 años. Ese azul purísimo es de Arequipa, una vista excepcional. Dicen que el clima allá está malo, que parece Lima. Pero podría vivir en Paucarpata, hay tantos lugares...

—¿Y cuáles son sus escritores de toda la vida?
Debo haber leído tres veces "El Quijote". Amado Nervo, Chocano, Alberto Ureta. María Nieves y Bustamante. Ese César de Santiago de Chuco es un alto poeta. Guillermo Mercado era mi jefe en el INC. Alberto Hidalgo Lobato cuando regresó de Buenos Aires. A los Gibson no los conocí. Los poetas son seres muy orgullosos…

—¿Y asume cierta culpabilidad en sus hijos escritores?
Un poco en María Teresa, que es una gran novelista, y Alonso José, poeta. Pero por la rama de los Cateriano, ellos tienen grandes ancestros literarios.

—¿Cómo será su libro "Recuerdos"?
Tengo mucha confianza en ello, además de lo ya publicado. No he perdido las maneras de seguir pensando en poesía, que puede llegar en versos bien construidos como un soneto o en versos libres. Esa es la forma, el reto es lo que contiene.

—¿Y qué significa cumplir 90 años?
Nueve décadas. Significan una larga experiencia de amor, de reflexión y de sorpresas. Significan 64 años de matrimonio con Teresita Cateriano do Carmo. Nuestra descendencia, amistades y nuestra biblioteca de Arequipa. Significa haber asumido la dirección de la biblioteca municipal. Significa el recuerdo de mi familia en Lima, de mi querido hermano. Es haber vivido herido por el asma y haberlo combatido en las aguas termales de Churín.

—¿Y luego de los 90?
Seguro que la muerte se aproxima. No sé si a los 91 o a lo mejor después. Solo espero publicar algún libro más. Pero acá es difícil. Donde me ve, ando sentado todo el día, como Marcel Proust y Ezra Pound que también tenían asma. Por eso necesito estar en Arequipa, allí está toda mi tranquilidad.

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