Julia Kristeva. (Foto: Baby Lee/ Flickr)
Julia Kristeva. (Foto: Baby Lee/ Flickr)
Dante Trujillo

" cambia las cosas de sitio: siempre está destruyendo el último prejuicio, aquel que podía tranquilizarnos y del que nos enorgullecíamos; lo que ella desplaza es lo ya dicho, es decir, la insistencia de significado, es decir, la estupidez […] Su trabajo es enteramente nuevo, exacto, y no por puritanismo científico, sino porque llena por completo el lugar que ocupa, obligando a todo lo que de él se excluye a descubrirse en posición de resistencia o de censura".

Esto lo escribió en 1970, a propósito de la publicación de "Séméiôtiké", primer libro de Kristeva. Era la bendición en palabras impresas que le daba la superestrella de la semiótica a la "pequeña intrusa búlgara", entonces de solo 28 años. Barthes tenía 55, y moriría exactamente diez después. Un día de marzo de 1980 lo atropelló una camioneta tras almorzar con François Mitterrand. Un suceso tan confuso como sospechoso. Su convalecencia duró semanas.

En el hospital, Barthes "entre estertores, mientras le dan la vuelta, extravía su enloquecida mirada hasta posarla en el comisario Jacques Bayard, que ha llegado a la vez que los médicos; se dirige a él haciendo un esfuerzo sobrehumano, lo agarra de la chaqueta para que se acuclille y pronuncia clara pero débilmente […]:

—¡Sophia! Ella sabe…

En el marco de la puerta ve a Kristeva, al lado de la enfermera rubia, y sus ojos se clavan en ella durante prolongados segundos; en la habitación todo el mundo se queda helado, doctores, enfermeras, amigos, policías, paralizados por la intensidad de su mirada de loco, y a continuación pierde el conocimiento. […] Bayard le pregunta a Kristeva: '¿Es usted Sophia?'. Kristeva responde que no. […] Tiene el semblante duro, no le gusta la mirada penetrante que le lanza, percibe que esos pequeños ojos negros quieren indicarle que es una mujer inteligente, más inteligente que él, y que lo desprecia por ser un poli. De manera automática, él le pregunta: '¿Profesión?'. Cuando ella adopta un gesto desdeñoso para contestar 'psicoanalista', a él, instintivamente, le dan ganas de abofetearla".

Esto lo escribió en el 2015. Se trata de un pasaje de su novela "La séptima función del lenguaje", donde convierte el accidente del estructuralista en una delirante intriga policial que incluye a todo el parnaso intelectual de la época. Poca gracia le causó a Kristeva; y no tanto porque a lo largo de la ficción la presentaran como una esnob antipática y ladina, sino también como una espía que trabajaba para los servicios secretos de su país, aparejados con la KGB para eliminar y robar un importante documento de quien fuera su mentor. Querelló a Binet, sin éxito: ficción es ficción.

Parte del ingente "Dossier Sabina", una confusa suma de acusaciones.
Parte del ingente "Dossier Sabina", una confusa suma de acusaciones.

Sin embargo, durante las últimas semanas la trama ha dado un nuevo giro, tras el anuncio, por parte de una comisión parlamentaria, de que Julia Kristeva habría servido realmente desde 1969 como "colaboradora secreta", y dos años después ya como "agente”" a la seguridad estatal búlgara –en efecto, aparejada con la KGB– durante el régimen comunista (1946-1990). Su función habría sido la de informar sobre las actividades de pensadores, políticos y medios de comunicación críticos durante la Guerra Fría. Su alias de espía sería Sabina.

                                                                 ***

La noticia es desconcertante, sobre todo porque estamos hablando de una de las intelectuales más poderosas e influyentes del planeta. Kristeva, miembro de la Legión de Honor francesa, es filósofa, psicoanalista, lingüista, teórica de la literatura, la semiótica y el feminismo, escritora. Ha publicado una treintena de libros y el radio de sus intereses va desde el lenguaje poético hasta la extranjeridad, la depresión y Colette, el amor y la perversión, el arte y la crítica cultural. Siempre aguda e incómoda, usualmente revolucionaria. De hecho, la misma transgresión es su gran recurrencia.

Kristeva llegó a París a mediados de los sesenta, veinteañera, huyendo de la aplastante maquinaria soviética instalada en su país, y se puso pronto a trabajar al lado de los grandes, Levi-Strauss, Lacan, el mismo Barthes. Se casó con el escritor Philippe Sollers –otro que no sale bien parado en la novela de Binet– y juntos integraron el núcleo de la revista "Tel Quel", órgano principalísimo de lo que podríamos llamar el canon intelectual de izquierda. Fue en esa misma época cuando habrían comenzado sus tratos bajo la mesa.

El dossier de 77 páginas publicado da cuenta de los reportes de Sabina, e incluye información sobre la postura de su entorno respecto al conflicto árabe-israelí, el reconocimiento de "los centros ideológicos que conducen en Francia a un trabajo de debilitamiento de Bulgaria y el campo socialista", según Ivan Bojikov, el teniente de la policía secreta que la habría contratado; y chismes como el comportamiento del poeta y la revista "Les Lettres Françaises", afín hasta 1972 al Partido Comunista. Nada serio ni grave, la verdad. Nada que se pueda comparar ni vincular, por ejemplo, con el sonado caso del escritor y periodista búlgaro , que como en un thriller conspirativo fue asesinado en una calle de Londres en 1978 –dos años antes de la muerte de Barthes– cuando le inyectaron ricino con la punta de un paraguas.

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(El affaire Kristeva provoca recordar a otros intelectuales –si consideramos a los escritores como tales– acusados en su momento de espionaje: Quevedo, Marlowe, Defoe, Tolkien, Maugham, Greene, Fleming, Forsyth, Le Carré. Pero no todos fueron hombres.

Siempre se supo, pero luego se demostró que la mexicana colaboró con la dictadura de Díaz Ordaz facilitándole nombres y actividades de la intelligentsia que respaldaba los movimientos estudiantiles en 1968, y que llegaron a su clímax negro con la masacre de Tlatelolco. Se ha comprobado, por otro lado, que tuvo un misterioso encuentro con Lee Harvey Oswald poco antes de la muerte a balazos de John F. Kennedy, aunque esa es otra historia. Garro fue repudiada por formar parte de la guerra sucia, y terminó sus días sola y pobre. De más está decir que eso no quita un gramo de valor a su fantástica obra: quien diga que para ser un buen escritor hay que ser una buena persona va confundido por la vida.

Otro caso reciente pero más feliz es el de Karen Cleveland, quien trabajó ocho años como analista de la CIA hasta que escribió una novela durante su último permiso de maternidad; una trama, claro, de espías, llamada "Toda la verdad", y que viene siendo un best seller arrollador en todo el mundo).

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Hasta ahora no se ha presentado ningún documento manuscrito ni prueba fehaciente de la colaboración de Kristeva. Se incluyen en el dossier de Sabina, más bien, cartas a sus familiares, preocupada sobre todo por su seguridad. Es cierto que existe mucha información de y sobre ella, pero se puede suponer también que en lugar de ser una delatora habría sido, más bien, una personalidad investigada. Algunos ven sospechosa su partida de Bulgaria cuando las migraciones eran sumamente complicadas; otros recuerdan que hasta 1989 fue considera "renegada de la patria". Ese mismo año acusó al gobierno de su país de haber "asesinado" a su padre en un hospital y de negarle una sepultura digna por no ser miembro del partido.

Julia Kristeva tiene 76 años, y ha pasado dos terceras partes de su vida en Francia. Ha declarado que la acusación le parece "una difamación grotesca y falsa", mientras la intelectualidad francesa sigue el caso como si se tratase de una –otra– novela de filósofos-conspiradores. A todo esto, Laurent Binet ha dicho: "Sé que la realidad supera a menudo la ficción, pero preferiría que no supere mis ficciones. Encuentro que sería un poco vejatorio para mi imaginación".

​Tinta Invisible

La siguiente entrega, a cargo de Jaime Bedoya, será el sábado 21 de abril.

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