García-Belaunde (Lima, 1977) es un fervoroso impulsor del transhumanismo, movimiento que respalda el uso de la ciencia y la tecnología para mejorar las capacidades humanas. (Foto: Eduardo Cavero)
García-Belaunde (Lima, 1977) es un fervoroso impulsor del transhumanismo, movimiento que respalda el uso de la ciencia y la tecnología para mejorar las capacidades humanas. (Foto: Eduardo Cavero)
Juan Carlos Fangacio

Hace solo ocho meses fue sometido a un trasplante de médula espinal debido a una leucemia, de la que felizmente ya se está recuperando. Esa ciencia a la que hoy Víctor García-Belaunde le debe la vida es la misma que lo fascina desde hace años. Y con la publicación de "La genética de Dios" busca responder una pregunta: ¿realmente el ser humano debe renunciar a la idea de emular a una suerte de creador todopoderoso? Él afirma: "El libro no busca criticar a Dios o a la religión, sino refutar esa famosa objeción a 'jugar a ser Dios' en la ingeniería genética, que es un temor secular a que el hombre quiera dominarlo todo, como si estuviera mal aspirar a la perfección".

— Uno de los puntos que refutas es que la ciencia genética no "deshumaniza", como dicen algunos. Y que, más bien, una de las principales características del hombre es alterar su propia naturaleza.
Se suele ver lo artificial como malo y lo natural como bueno. Pero esa división entre lo natural y lo artificial no es válida. Los hombres siempre hemos estado mejorando artificialmente nuestros entornos para mejorarlos y mejorarnos a nosotros mismos. Lo hacen los animales también: una araña mejora su tela y se adapta para manipularla; y los castores construyen represas que incluso modifican el entorno de las personas. Eso es lo que yo llamo nicho ecológico, y el más complejo de todos es el del hombre. Porque el hombre se mueve básicamente en entornos artificiales. Y también somos ingenieros de nuestra propia genética. Un ejemplo es la evolución de nuestras manos. Nuestra naturaleza es producto de nuestra artificialidad.

—Pero en nuestros tiempos las manipulaciones genéticas también acarrean una legislación.
Ese es el problema actualmente. En cuestiones de alteración del ADN, hay que ver caso por caso. Si nos negamos a pensar en esos temas del futuro, no podremos legislarlos cuando lleguen. ¿Quién en el Congreso sabe de estas cosas? Por ejemplo, ¿debería permitirse una modificación genética para eliminar un gen que produce cáncer? Yo creo que lo inmoral sería no permitirlo. ¿Y modificar el color de los ojos o de la piel de un niño? Eso se podría discutir más, el por qué prohibirlo…

—¿Qué sí sería inmoral?
Algo que disminuya la capacidad de éxito del hijo. Por ejemplo si, por una locura, alguien pidiera que su hijo mida tres metros, en un mundo que no está hecho para personas de esa estatura. Ahí el Estado podría intervenir para regular si los padres no tienen el criterio bien puesto, al igual que lo hace cuando un padre quiere inscribir a su hijo con un nombre ofensivo.

—Hay otra idea más o menos extendida: que el ser humano ya no está evolucionando, como si este fuera nuestro estado final.
Lo que ocurre es que la evolución es un proceso muy lento, que requiere de varias generaciones. A las bacterias las puedes ver evolucionar bajo un microscopio, porque sus generaciones cambian en unas pocas horas. Pero los seres humanos viven muchas décadas, es difícil ver el proceso. Igual pasa con la evolución: como nadie ve a los grandes organismos evolucionar, tendemos a pensar que no hay ningún cambio. Hay períodos tan lentos que se hacen insignificantes. El cambio en la fisonomía del hombre, por ejemplo, es prácticamente igual hace 200.000 años, desde que apareció el 'Homo sapiens'. Lo que sí ha cambiado bastante es su arquitectura cerebral, porque ese entramado depende del ambiente, no de la genética. Y si el ambiente es rico en estímulos como las computadoras o los smartphones, vas a ver cambios en apenas dos generaciones. Hay personas mayores que no pueden manejar un teléfono y niños que cogen una tablet y automáticamente la dominan.

—¿Y realmente somos más inteligentes?
Lo somos. La gente cada vez lee más, al contrario de lo que se diga. Y la pobreza se está reduciendo, la clase media sigue creciendo, tenemos una mejor alimentación, y la violencia también ha bajado: el siglo XX fue el menos violento de la historia de la humanidad, pese a las dos guerras mundiales. En la Edad Media, un tercio de las personas moría por violencia. Ahora ese porcentaje es mínimo.

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