Luis Loz arropado por la nocturnidad y la gracia felina. Su banda está compuesta por Nicolás Ojeda (batería), Rafo de la Cuba (bajo), Alfonso Silva Santisteban (trompeta) e Iván Tello (guitarra). (Foto: Santiago Barco)
Luis Loz arropado por la nocturnidad y la gracia felina. Su banda está compuesta por Nicolás Ojeda (batería), Rafo de la Cuba (bajo), Alfonso Silva Santisteban (trompeta) e Iván Tello (guitarra). (Foto: Santiago Barco)
Czar Gutiérrez

Es un niño que junta las palmas de sus manos, las apoya contra la nariz y aspira un poco de aire. Luego sus diez dedos se desploman sobre el teclado. Las cuerdas de acero con macillos forrados de fieltro sienten la presión, largas falanges vibrantes de sensibilidad. Entonces el arpa cromática empieza a sonar. Luis Loz recuerda: “Mi relación temprana con el piano ocurre gracias a mi madre, la escuchaba tocar música clásica y cuando ella terminaba, me subía e intentaba imitarla. Con el tiempo fui sacando mis propias melodías. Nunca tuve formación académica, cogí el piano de manera natural”.

Algunos hablan de sinestesia, acto nutricio que captura las diferentes sensaciones de un mismo evento perceptible. La sensibilidad, ese caldo esencial. Tal vez por eso el pianista de ayer y debutante discográfico de hoy no pone los dedos sobre el piano como dicta la academia. Todo en perfecta (a)simetría con el desorden que gobernó sus años de formación, esa remezcla de los clásicos que escuchaba en vivo junto al chirrido de los caset. De Roberto Carlos a Frank Sinatra, de Nino Bravo a José José. Tanguistas y criollos a la par. El programa "Disco Club", donde “el rock es cultura”. Billy Joel, The Cars, Lennon, Bowie y Queen. Cuando pudo comprarse un caset por primera vez, escogió a los Beatles. Cuando llegaron los CD, a Led Zeppelin y AC/DC.

Y así, full pulsión primaria, llegarían sus primeras mezclas jugando con dos caseteras. Grababa el piano en una de ellas y, al darle play, acompañaba el tema con la guitarra para que todo se grabara en la segunda casetera. Así anduvo mucho tiempo, hasta que vio brillar una PC Pentium en la Av. Wilson. Entonces se abrió un nuevo universo en el que aterrizaron los amigos de siempre para sumarse a la diversión. Desprovisto de una banda oficial, cuando quería tocar en vivo solo tenía que solicitar la amable compañía de los patas. Luego, también como jugando, una noche apareció en lo alto abriendo el concierto de Christina Rosenvinge.

—Segundo debut—
Loz está en Madrid. Un asunto de extrema emergencia lo ha hecho volar: acaba de nacer su primer hijo, negro y redondo y estriado por 11 surcos. “Se llama ‘Mi muerte social’ y es lo más parecido a la felicidad”, dice. “Las 11 canciones abarcan épocas distintas de mis composiciones. En cuanto a la música, inicialmente compuse todos los temas y escribí de manera muy artesanal y solitaria, tocando los instrumentos y mezclándolos en la computadora. Ya en el estudio hemos trabajado con músicos profesionales”.

¿Cómo es el primogénito de este cuarentón? El SoundCloud en audición privada emite un compacto de sonidos lo-fi, deliberadamente neofolk, probablemente retro, de neohippismo contenido. Lo interesante del asunto es que Loz no ha fabricado ningún compuesto edulcorado, no pretende empatar con ningún indie de piano y voz con cierta autoctonía amerindia y disfuerzos troveros, tan cara a determinados folcloristas ‘indiependientes’. Loz tampoco se ha embarcado en ese tipo de narraciones imbricadas, insustancialmente crípticas, de sustancia naif y corte naturalista que terminan resolviéndose en algún engranaje pastoril.

“Lo que trato a veces es de enfrentarlas para crear atmósferas divergentes”, dice. ¿Algo así como insultar sonriendo? Afirmativo, dice. Y lo prueba: “Solo te puedo ofrecer un romance primitivo / un preservativo de papel” (“Preservativo de papel”); “Comenzamos con flores anheladas / terminamos entre muros y espadas (“Camas separadas”); “Suspendido algo que está aquí en el aire se puede ver / dime si no es verdad que yo a ti siempre te di puros diamantes” (“No me des carbón”); “Soñaba que volaba siempre / ahora en mis sueños se me caen los dientes” (“Ratas gigantes”); “Cúrame si puedes pero sin dormirme la conciencia / yo estaré esperando los avances que tenga la ciencia” (“Mi conciencia”).

El amor y la muerte, el fuego sin fondo de la traición, los grandes temas del universo en letras de seca poesía y sonoridades rastreables en Lambchop, Señor Chinarro, Serge Gainsbourg y un astro deslumbrante: Federico Moura. Así, la ópera prima del arquitecto Luis Loz hace bien al encumbrar el ruidismo primario en la rítmica de un letrista que escribe con dignidad: “Tapó mis dos agujeros con baba / limpió la sangre con trapos de seda”.

MÁS INFORMACIÓN
Presentación de "Mi muerte social"
Fecha: 7 de julio, 9 p.m. Lugar: Socorro Polivalente (Jr. Santa Rosa 348, Barranco). Ingreso: libre.

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