Rómulo Assereto y Sergio Gjurinovic en "Mucho ruido por nada". (Foto: Jessica Vicente/ El Comercio)
Rómulo Assereto y Sergio Gjurinovic en "Mucho ruido por nada". (Foto: Jessica Vicente/ El Comercio)
Juan Diego Rodríguez

La ciudad de Loja cambia de color durante diez días. Las calles se cierran para que vecinos y turistas dibujen y pinten sus pistas con tizas. Las comparsas toman todas las calles. Conciertos y clowns arman la fiesta. Danzantes y actores dan vida a los teatros.

En noviembre, la ciudad ecuatoriana que limita con el norte del Perú se paraliza. La causa: desde hace dos años se realiza el Festival Internacional de Artes Vivas, cuya tercera edición irá desde el 15 al 25 del próximo mes. Veinte elencos ecuatorianos y 13 internacionales (entre los que figura uno peruano) colmarán las nueve sedes el evento.

El viceministro de Cultura y Patrimonio de Ecuador, Gabriel Cisneros Abedraboo (Latacunga, 1972), estuvo de paso por Lima para anunciar que la obra "Mucho ruido por nada" de La Plaza será parte de la cartelera.

—En la primera edición invitaron a Yuyachkani, conocidos por salir de los cánones del teatro occidental. Ahora es el turno de "Mucho ruido por nada", una propuesta más tradicional. ¿Cómo definiría su línea curatorial?
América Latina ha ido construyendo su propio teatro, su propia dimensión actoral y escénica. En ese camino no podemos negar que somos hijos de padre y madre, que tenemos dos vertientes culturales que alimentan nuestra idiosincrasia y futuro. Al tener estas dos visiones escénicas demostramos que el arte genera diálogo, que del doloroso y multiplicador encuentro que fue el choque de dos mundos, estamos sublimando nuestro futuro desde el arte, que es lo que marca los imaginarios de los pueblos. En efecto, en el 2016 tuvimos a este grupo nada convencional porque creemos que hacer arte consiste en generar una arquitectura propia: hablar del amor y del desamor son constantes en toda obra y dimensión humana, pero la forma en la que abordamos esos temas marcan una voz, una estética propia. Pero también damos espacio a propuestas más tradicionales, aquellas que vienen de la escuela formal porque creemos que ambas manifestaciones pueden convivir sin problemas. En el momento en que uno marca una línea curatorial única, es decir que se plantea trabajar solo con arte ancestral, solo con teatro clásico o experimental, se vuelve excluyente, y lo que aquí buscamos es todo lo contrario.

—¿Cuál es el porcentaje del presupuesto público que Ecuador destinó a cultura en el 2017? Aquí fue el 0,35%.
Hemos asignado varias fuentes de financiamiento. La primera está en el presupuesto general del Estado, que alimenta a todo el sistema nacional de cultura, las sinfónicas, los elencos nacionales. Y hay otra que deviene de la Ley Orgánica de Cultura, que busca fomentar las artes y la innovación a través de fondos concursables para las propuestas ciudadanas. [Luego de la entrevista nos indican la cifra: 0,22%].

—¿Cuán importante es esa ley para Ecuador?
Es maravillosa. Primero, porque se garantizan los derechos culturales, que si bien ya se mencionaban en la Constitución, se pusieron en ejercicio. Uno no solamente tiene derecho a salud y vivienda, sino también al goce y disfrute de las artes, al espacio público, al consumo cultural adecuado que alimente el espíritu. No es lo mismo un ser humano que ha visto a los danzantes de tijeras, que ha leído a César Vallejo o a Arturo Corcuera, que quien no. Segundo, porque nos permitió acceder a fondos de fomentos que son fundamentales. Este año invertiremos más de US$4,5 millones a la convocatoria de proyectos audiovisuales, artes plásticas y escénicas.

—¿Cómo lograron interesar al Gobierno Central para que invirtiera en este festival?
El gobierno del presidente Lenín Moreno está resignificando su gestión desde la cultura y no del festival aisladamente. Por ejemplo, hemos inaugurado el Museo Nacional y, en todo el país, hemos reabierto otros museos que no se encontraban en buenas condiciones. Si hablamos solamente del Festival de Loja, sería correcto decir que estamos invirtiendo más de US$2,6 millones y que esto ha logrado que la economía lojana se dinamice. Todo esto es parte de nuestra política de Estado: no tuvimos que convencer al presidente para invertir fuerte en el sector cultura. Tal es así que para el 2019 vamos a lanzar un nuevo proyecto que se llama Arte al Barrio, en el que invertiremos más de US$15 millones y generaremos más de 4 mil activaciones en los barrios de Ecuador.

—Le hice la pregunta porque su predecesora, Andrea Nina, declaró tras la primera edición del festival que no existían estudios técnicos que avalaran la continuidad del evento ni tampoco la creación de El Camino a Loja.
En el Ministerio de Cultura vimos la importancia del festival para el desarrollo de la ciudad y el diálogo con el país, y le planteamos al presidente que este debía continuar. Pero no fuimos los únicos: la provincia de Loja juntó sus voces para pedir que esto continuara. Tuvimos razón: en la segunda edición triplicamos las audiencias y generamos un nuevo diálogo con las estéticas. El proyecto de El Camino a Loja hizo que se creara un tránsito en el que otras ciudades del país estuvieran involucradas.

—¿Por qué elegir a Loja como la sede y no a Quito, su capital? Teniendo en cuenta que el Festival Iberoamericano de Teatro se realiza en Bogotá, una ciudad de más de 8 millones de personas, Loja es una ciudad pequeña.
¿Por qué no soñar con otro modelo de gestión? Yo soy de provincia y siempre ha sido una lucha desde allí para lograr la democratización de las epistemologías y del acceso a los bienes y servicios culturales. Una de las razones por las cuales se realiza allí es porque tradicionalmente ha sido epicentro de artistas y pensadores ecuatorianos: la Casa de la Cultura de Ecuador se llama Benjamín Carrión, en honor a ese pensador lojano. Como gobierno queremos darle atención a este territorio de acuerdo a su tradición histórica. Con estas dos ediciones hemos demostrado que situar el evento allí fue una buena decisión porque la ciudad gira en torno a él. Tal vez en Quito o Guayaquil no hubiera sido igual.

—A inicios de este año, en Guayaquil, una obra de teatro fue censurada y el teatro se clausuró. ¿Cómo se explica esto en un país que busca convertirse en centro de la cultura en la región?
Eso respondió a una decisión de una autoridad local. Nosotros creemos que no se debe censurar el arte, exceptuando, y no es el caso de esta obra, aquellas expresiones homofóbicas, misóginas o que vulneran los derechos humanos. Pero los mensajes que cuestionan a lo político, a lo moral o a lo religioso, no. Creo que este 'impasse' originó un debate en Guayaquil, aunque de todas formas estamos generando políticas públicas para garantizar la libertad de creación.

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