"Ña Catita": El chisme nuestro de cada día
"Ña Catita": El chisme nuestro de cada día
Enrique Planas

Vargas Llosa ya lo dijo: los limeños somos chismosos. El chisme es nuestra pasión, una obsesión ligada a nuestro pasado colonial, a nuestra herencia cortesana. Fue don Ricardo Palma con sus "Tradiciones peruanas" quien inventó un género literario ligado a la chismografía, al narrar pequeñas anécdotas que transgreden la intimidad de las familias, de los conventos, de los cuarteles. La suya era una burla amable para satisfacer un morbo secreto, hipócritamente limeño.

Palma aprendió de Manuel A. Segura (1805-1871), el fundador del teatro peruano, quien lo reclutara como joven discípulo. Escritor festivo y satírico, Segura es el responsable de "Ña Catita", comedia en cuatro actos estrenada en 1856, y en la cual destaca el personaje de una trotaconventos limeña que se entromete en la vida de todo vecino, enredando asuntos amorosos y propagando los chismes por la ciudad.

Si bien la obra estuvo cubierta durante mucho tiempo por una densa hojarasca, fue en los últimos años, luego de que Alberto Ísola la desempolvara el 2004 para su reestreno, cuando "Ña Catita" reveló toda su dureza e intensidad. Ahora esta pieza clásica de nuestro teatro se presenta en una corta temporada en la Asociación de Artistas Aficionados, dirigida por Neskhen Madueño.

Quien lea hoy el texto de Segura encontrará diálogos sorprendentemente duros, escritos por un amargado testigo de una sociedad arrasada por guerras civiles y la corrupción de sus gobernantes. La obra, a 160 años de su estreno, resulta una reflexión sobre nuestra incapacidad de llegar a ser una nación.

"Ña Catita" nos enfrenta a vicios típicamente limeños de los que no hemos sabido liberarnos: nuestra tendencia al engaño, la estafa, la pose, el arribismo. Comparaciones con nuestra actual coyuntura político-congresal resultan obvias.

Todo ello es encarnado por un personaje tan extraño como Ña Catita, cuyo papel, curiosamente, no posee una relevancia central en la estructura dramática de la obra, más bien enfocada en los conflictos de doña Rufina, quien aborrece a su marido y se esperanza en don Alejo como esposo para su hija y amante para sus servicios.

Todos los manuales de historia literaria señalan que Ña Catita es una vieja chismosa, intrigante y oportunista. Sin embargo, Segura no la presenta como una anciana, y aunque suelta una infinidad de chismes, lo importante es entender por qué este personaje despliega tantas intrigas: es una mujer analfabeta, viuda, con todos sus hijos enterrados. Por ello, para sobrevivir en la Lima de mitad de siglo XIX, deberá meter las narices en las casas de los demás para traficar información y dedicarse al chantaje. Lo suyo es puro chisme, rumor, eco de pendencias.

"Ña Catita": El chisme nuestro de cada día
"Ña Catita": El chisme nuestro de cada día

Ña Catita representa la peor acepción del criollismo o viveza criolla, de la que tanto denostó Sebastián Salazar Bondy en su "Lima la horrible": “Hay una palabra proscrita que expresa mejor, más gráficamente, este 'valor' inscrito en la singular tabla axiológica del criollo. ¿Qué es esa viveza? Una mixtión, en principio, de inescrupulosidad y cinismo. Por eso es en la política donde se aprecia mejor el atributo. En síntesis, consiste en la flexibilidad amoral con que un hombre deja su bandería y se alinea en la contraria, y en el provecho material que saca, aunque defraude a los suyos, con el cambio”, escribió en 1964.

Con "Ña Catita", Segura quiso escribir una comedia de costumbres. Sin embargo, el dramaturgo limeño se topó con una realidad tan compleja que desbordó su obra, convirtiéndola en un corrupto reflejo de los limeños, un espejo que, hasta hoy, nos persigue.

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