El 21 de junio de 1978 es un baldón imposible de olvidar. Fue un partido extraño. (Foto: Agencias).
El 21 de junio de 1978 es un baldón imposible de olvidar. Fue un partido extraño. (Foto: Agencias).
Pedro Ortiz Bisso

“Yo pienso que Manzo..., o sea, yo pienso que hay un Dios, y Dios castiga. Creo que todos los que agarraron guita... estoy seguro que alguno ha agarrado, aunque no te puedo asegurar nada... de los que habrán agarrado guita, varios murieron, y otros murieron para el fútbol, ¿te das cuenta? En ese partido jugó (Roberto) Rojas, un tipo que nunca había jugado. Él se murió en un accidente. Y a mí me explotó una bomba en un estadio y no me he muerto, ¿te das cuenta? Marcos Calderón (el técnico) se cayó en un avión y se murió. Y nosotros le dijimos muchas cosas en el entretiempo”.

El párrafo anterior no es una extensión de la explosiva entrevista que diera José Velásquez hace unos días a “Trome”. Pertenece a una que brindara Ramón Quiroga al diario “La Nación” de Argentina, publicada en 1998. Se cumplían 20 años del Mundial celebrado en ese país y de una de las páginas más ominosas de la historia del fútbol: el sospechoso 6-0 que le propinó el equipo de Menotti a Perú.

Las redes sociales no habían nacido. Era un mundo en el que aún reinaban las agencias de noticias, así que la entrevista –si bien con cierta tardanza– llegó al país y se armó un escandalete. Quiroga se apuró en negar lo publicado, mientras que desde Buenos Aires, José Ignacio Lladós, el entrevistador, reafirmaba su versión.

En la entrevista, el ‘Loco’ hablaba con un tono racista de un equipo dividido (“los jugadores de Cristal éramos los lindos y los de Alianza los negros”), un mundial hecho “como argentinos”, de “cosas raras” y que él no fue sobornado.

En estos 40 años se ha escrito mucho sobre el tema. En “¿Cómo se robaron la copa?”, el inglés David Yallop habla de un arreglo entre gobiernos, que incluía el descongelamiento de una línea de crédito, un cargamento de granos y sobornos a tres jugadores de US$20 mil cada uno. No obstante, incurre en inexactitudes como que un defensor peruano jugó en el ataque y que Marcos Calderón pidió jugar con camisetas blancas.


El argentino Ricardo Gotta en “Fuimos campeones” reconstruye lo que supuestamente ocurrió con variados testimonios, incluyendo uno de Quiroga en el que hay referencias a la entrevista que antes negara. Pero falta la pieza final para completar el rompecabezas.

El 21 de junio de 1978 es un baldón imposible de olvidar. Fue un partido extraño (y no solo por la presencia de Videla y Kissinger en el camarín peruano), lo más parecido a una puesta en escena con actores que aún permanecen en las sombras.

Sin embargo, las declaraciones de Velásquez son irresponsables porque no aportan una sola prueba para sustentar sus acusaciones contra Quiroga, Muñante, Manzo, Gorriti y Calderón. Y raya en el absurdo cuando indica que no puede mencionar a otros dos involucrados “porque son famosos y les puedo dañar sus carreras”.

Más allá de todo, apena descubrir que un grupo que fue protagonista de tantos momentos maravillosos a lo largo de cuatro procesos mundialistas no haya estado unido. Que tantos abrazos no hayan sido sinceros. Que la mejor generación de futbolistas nacida en estas tierras haya estado unida por una camiseta, pero no por el corazón.

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