Rainey Bethea fue ejecutado en una plaza pública de Owensboro, Kentucky, ante unos 20.000 espectadores. (AP).
Rainey Bethea fue ejecutado en una plaza pública de Owensboro, Kentucky, ante unos 20.000 espectadores. (AP).
Redacción EC

El 14 de agosto de 1936, Rainey Bethea, que entonces tenía 27 años, fue ejecutado en la horca ante una multitud que copó una plaza del condado de Owensboro, en Kentucky. Fue la última persona en ser ajusticiada públicamente en .

Bethea, un campesino afroamericano convertido en criminal, había confesado la violación y el asesinato de una mujer de 70 años llamada Lischia Edwards.

El día de su ajusticiamiento, en la plaza de Owensboro se congregaron unos 20.000 hombres, mujeres y niños, además de periodistas de todo Estados Unidos que en sus despachos reseñaban el macabro espectáculo, que incluía a vendedores de palomitas de maíz, perros calientes y bebidas que saciaban el hambre del público que esperaba impaciente la hora de la muerte de Bethea.

Los espectadores, muchos apostados en los tejados de las edificaciones del perímetro de la plaza, vieron cómo el equipo de ejecución ponía una capucha negra sobre la cabeza de Bethea, luego lo vieron caer a través de la trampa en el piso, y colgar con la soga presionando su cuello. Los médicos certificaron su muerte unos 10 minutos más tarde.

Rainey Bethea
Rainey Bethea

El circo mediático en el que se convirtió su ejecución obligó posteriormente a las autoridades a prohibir que el ajusticiamiento de los condenados a muerte en la horca sea público.

En el momento en que Bethea murió, la mayoría de estados ya había abolido las ejecuciones públicas y usaban la silla eléctrica porque consideraban que la horca era "un método macabro".

¿Por qué el caso de Bethea había llamado la atención? Hubo varios elementos que coincidieron en un mismo caso: La víctima era una viuda blanca, de 70 años de edad, que fue violada y estrangulada en su cama por un negro. Además, después de solo cinco minutos de deliberación, el jurado condenó a Bethea solo por violación. Y ese es un dato clave que contribuyó al morbo.

Bethea había confesado a las autoridades, además de la violación y el asesinato de la anciana, que robó joyas. Incluso llevó a la policía hasta donde las había escondido. Pero el fiscal lo acusó solo por violación.

Y existía una razón para ello. Bajo la ley de Kentucky, la pena de muerte por asesinato y robo se castigaba con la muerte en la silla eléctrica. Mientras que la violación conllevaba un castigo en la horca en un lugar público, en este caso el condado donde ocurrió el crimen. 

Antes de morir, Bethea envió una nota a su hermana con una petición final: le pidió tomar posesión de sus restos y enterrarlos con otros miembros de su familia. Ello nunca se cumplió. Las autoridades decidieron enterrarlo en la tumba de un mendigo en el cementerio de Owensboro.

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