(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).

En el 2009, cuando era director de este periódico, invité a un joven periodista a almorzar a mi casa. Tengo por costumbre llevar a mis invitados a la biblioteca, que no es un ‘bibliotecón’, pero sí un lugar bien armado con libros de ciencias sociales, derecho, filosofía, literatura e historia, y hasta uno que otro de astronomía. Por lo dicho, el lector ya habrá advertido cuáles son mis preferencias.

Luego de enseñarle algunos libros, este periodista –que es además un economista culto y leído– me sorprendió diciéndome: “Yo no tengo una biblioteca”. Le respondí, “entonces, ¿cómo lees?”. “Todo es virtual”, me explicó. Sus libros están en una computadora y si le faltara alguno seguramente lo encontraría en Amazon.

Hace unos años, me compré una tablet para poder leer en el avión. Pensé que sería mejor que llevar un par de libros que pesan dentro de la maleta de mano. Hice el intento, pero no pude. No me acostumbré; necesitaba agarrar el libro, palparlo con suavidad, pasar una página tras otra, subrayarlo y tenerlo aunque pesara.

Por supuesto que no soy un ‘millennial’. No abarco toda la destreza tecnológica que ha producido la cibernética, aunque sí uso la tecnología de acuerdo con mis intereses y de forma restringida.
No estoy alienado con lo virtual; por el momento puedo limitarlo, manipularlo e ignorarlo.

Pero la nueva tecnología está allí y se ha vuelto dominante porque es un gran medio de comunicación, y a los seres humanos, que somos comunicadores por naturaleza, lo que nos une es la capacidad de comunicarnos.

Etimológicamente, el término ‘gobierno’ viene de las voces griegas ‘kibernitiké’ (el arte de gobernar), ‘kibernesis’ (entendido como la acción de gobernar) y ‘kibernetes’ (que expresa la idea de piloto). Este término, que fue por muchos años solo político, cambió en 1948 cuando el vocablo ‘cibernética’, creado por Norbert Wiener, adquirió un significado científico y técnico. En su libro “The Human use of Human Beings”, Wiener sostiene que la cibernética es una ciencia de múltiples contenidos y amplias aplicaciones. Según el autor, es la ciencia del control de los hombres, los animales y las máquinas. Una ciencia que nace del estudio comparado de las máquinas electrónicas automáticas, y sobre todo de los ordenadores y del sistema nervioso humano.

La cibernética es un genial invento, una creación maravillosa que dio primero paso al Arpanet y luego al Internet. Así, el ser humano quedó totalmente comunicado a nivel mundial, de un rincón al otro, y dominado por la nueva tecnología.

De allí que algunos sostengan que todo lo impreso en papel ya no será necesario porque “ese todo” está en la red –y dentro de él están, por supuesto, los periódicos y los libros–. La prensa escrita en el impreso podría desaparecer, así como ocurrió con los libros redactados a mano que solo leían un grupo reducido de eruditos (y que, además, de ser inmensos, estaban amarrados para que las páginas no se soltaran) con la aparición de la imprenta de Gutenberg, que contribuyó a democratizar la lectura.

Sin embargo, también existen inventos con muchos siglos de antigüedad que no han desaparecido, que no han podido ser reemplazados, porque siguen siendo útiles, tal y como lo recuerda el escritor italiano Umberto Eco en su artículo “¿Realmente hemos inventado muchas cosas?”. Entre estos, la cuchara, el tenedor, el martillo, el vaso y, el más antiguo de todos, el cuchillo. La lista de inventos del siglo XIX y del XX que nombra Eco es inmensa: el cine, la radio, la televisión, el tren, el avión, el automóvil, la penicilina y, desde luego, la electrónica.

Hay, pues, inventos que perduran por siglos. Que pueden ser enriquecidos, adornados o volverse más sofisticados, como el calzón que inventó Catalina de Médici.

¿Podría suceder esto con los periódicos impresos? El mismo Eco propone aquí una salida: que los periódicos, que son víctimas de la red en donde se publican las noticias, dediquen por lo menos dos páginas de su edición diaria al análisis de los sitios web, tal y como se hace con las reseñas de libros y películas (y podríamos agregar también críticas de TV), para indicar qué sitios son virtuosos y cuáles transmiten bulos o imprecisiones.

Creo que otra forma es que los periódicos se vuelvan más analíticos que informativos, porque la información ya la tenemos en la red, la radio o la TV. Y al Internet, que es como un poderoso heliogábalo que se come todo, hay que darle de vez en cuando un trago amargo, para que quienes navegan por la red y que ya han abandonado los periódicos regresen nuevamente a ellos.

La crítica a la red y el análisis de la noticia podrían contribuir a la continuidad de los diarios impresos en el futuro y, de refilón, también a la de los libros. Es solo una propuesta. ¿Se cumplirá?