Maduro invoca a Chávez para felicitar victoria de Daniel Ortega
Maduro invoca a Chávez para felicitar victoria de Daniel Ortega
Ivette Sosa

Los últimos sucesos políticos en Nicaragua nos traen reminiscencias de la crisis venezolana. Ambos autoritarismos (autoproclamados) socialistas se resisten a dejar el poder, a pesar de la convulsión social. Esta coincidencia intriga respecto a la existencia de un modelo o modus operandi que favorece la resiliencia de sendos sistemas. Los regímenes autoritarios suelen caer por división en las élites, pérdida del respaldo tutelar de las Fuerzas Armadas, intensas protestas sociales y presiones de la comunidad internacional. El chavismo y el orteguismo, empero, han sabido neutralizar dichos factores. Veamos algunos detalles.

Los gobiernos en Venezuela y Nicaragua han sido hábiles en generar un hermetismo significativo en torno a su cohesión. Es difícil conocer y hacer seguimientos de fracturas al interior de sus élites políticas. No obstante, los procesos de depuración que ocurren con regularidad en las cúpulas, así como ciertos niveles de deserción de sus miembros, nos alumbran que tal unidad no es tan monolítica como la proyectan.

Sucede también con las Fuerzas Armadas. Estos cuerpos castrenses han sido fundamentales en el establecimiento y consolidación del chavismo y el orteguismo. Han sido, además, beneficiarios de políticas clientelares que han terminado cooptando el rol y los intereses de los mismos. En estas instituciones militares, los procesos de depuración son mucho más violentos y la deserción es fuertemente penalizada. Sublevaciones, alzamientos e intentos de golpes provenientes de sus filas son quirúrgicamente extirpados. Han pasado de la tutela a la subordinación.

Al ceder la función tutelar, el rol de las Fuerzas Armadas queda constreñido a la violencia y la coerción, subordinadas a la supervivencia de sus sátrapas gobiernos. Ello explica que paramilitares actúen de la mano y con la venia de los cuerpos castrenses. Esta combinación –pérdida del rol tutelar y expansión del paramilitarismo– conduce, inevitablemente, a la represión sanguinaria. En tres meses, las víctimas mortales en Nicaragua sobrepasan las 300. Las protestas son acalladas con ejecuciones extrajudiciales (no podría llamarse de otra forma a la eliminación de opositores y manifestantes mediante disparos a la cabeza). La desfachatez alcanza niveles de estupidez patológica, como la “sospecha de suicidio” declarada en la autopsia del bebe nicaragüense que fue ultimado por una bala en su cabecita. Esta impunidad es garantizada por las instituciones judiciales, tan cooptadas y coaccionadas como los militares y el pueblo.

La fragmentación de la oposición favorece la resiliencia de estos autoritarismos socialistas. Tanto el chavismo como el orteguismo se han dedicado a atomizar la dinámica de la sociedad civil, dinamitando liderazgos alternativos y con legitimidad social mediante la detención y la prohibición de sus candidaturas. Los dirigentes más prominentes son acusados de crímenes de lesa humanidad (Venezuela) y responsabilizados de los asesinatos de policías y civiles (Venezuela y Nicaragua). Se pretende que la protesta social permanezca descabezada para potenciar sus aspectos caóticos y deslegitimizarla con facilidad. Las divisiones que lastran las valientes oposiciones al chavismo y al orteguismo son, también, consecuencias de los manejos arbitrarios de las leyes. Tanto como han transformado las cartas magnas de sus países para momificarse en el poder.

La astucia de estos regímenes es tal que aprovechan el debilitamiento que presentan actualmente los organismos internacionales que velan por la democracia y los derechos humanos en el orbe y en el continente. La atención que ha recibido la crisis en Nicaragua no es la misma que la del caso venezolano. Los pronunciamientos de la OEA, Amnistía Internacional y otros son muy tibios. Instan a cesar los ataques a la población o condenan los abusos en el papel, pero no producen medidas efectivas de presión.

Lo llamativo de la constatación de similitudes en el ejercicio del poder del chavismo y el orteguismo es que pareciera un guion bien estructurado. Pues, durante estos últimos años, el socialismo del siglo XXI se ha preocupado menos por la redistribución de la riqueza (aunque sí de la pobreza) y más de la resiliencia de su poder autócrata.