Donald Trump presionó a los miembros de la OTAN para que dupliquen su gasto en defensa. (Reuters).
Donald Trump presionó a los miembros de la OTAN para que dupliquen su gasto en defensa. (Reuters).
Elda Cantú

viajó a Europa esta semana con un número en la cabeza: conseguir que los miembros de la gastaran al menos el 2% de su PBI en defensa. El miércoles 11, Trump tuiteaba: “Estados Unidos está pagando la protección de Europa y luego pierde miles de millones en comercio. Deben pagar 2% del PBI INMEDIATAMENTE, no en el 2025”. Se refería al compromiso autoimpuesto por los miembros de la OTAN para alcanzar dicho porcentaje en la próxima década.

El año pasado la revista “Time” reportaba que, además de Estados Unidos, en la OTAN solo cumplían con esa cifra Estonia, Gran Bretaña, Grecia y Polonia. Para el presidente de Estados Unidos –y para una gran cantidad de estadounidenses–, el número representa una falta de compromiso de los aliados europeos. Un malentendido común es que ese gasto debe pagarse directamente a la OTAN cuando en realidad se refiere al dinero que cada país destina para su propio presupuesto militar.

En el mundo, el país más gastador en armamento es Arabia Saudí, que destina más del 10% de su economía a este rubro. Le siguen Israel, Rusia, Estados Unidos, India, Francia, Turquía. Países que, de un modo u otro, estimulan la economía de la guerra al mismo tiempo que alimentan una mentalidad de sitio: es un gasto que se justifica porque existe la percepción de peligro inminente. Pero, como bien saben los legisladores alemanes, es un costo que los votantes y contribuyentes de una democracia a menudo no están dispuestos a asumir. Países como Arabia Saudí, Rusia, China o Turquía, por su parte, no tienen que rendir cuentas a sus ciudadanos sobre estas decisiones.

Un informe del 2017 sobre las tendencias mundiales de gasto militar arroja interesantes datos sobre nuestra región. En Sudamérica se gastaron US$57 mil millones en defensa, un crecimiento de 4,1% respecto al año anterior, empujado sobre todo por Brasil y Argentina. Y a primera vista llama la atención que Venezuela en el 2017 incrementó su gasto militar en 19%, pero esto se explica por la crisis económica: la cifra resulta 75% menor que la de hace una década. Por otro lado, preocupa que el gasto militar de México cayera en 8,1% en el 2017, sobre todo dado que la guerra contra el narcotráfico emprendida por el gobierno federal está a cargo de las fuerzas armadas.

Pero en la realidad latinoamericana el gasto en defensa no representa una discusión más amplia sobre la seguridad colectiva, la buena vecindad o la solidaridad regional. En Europa, la muy soberana decisión del gasto militar se ha vuelto una forma de medir la solidaridad con los vecinos y aliados tradicionales. Para Donald Trump es un modo de contabilizar pérdidas y ganancias en sus interacciones con sus aliados: si la cifra es menor al 2%, los europeos están subiéndose gratis al tren de nuestra amistad.

En su magnífico boletín “The Interpreter”, publicado por “The New York Times”, los periodistas Amanda Taub y Max Fisher explican que, aunque tenga sentido reducir a una cifra el compromiso europeo con la alianza, “ese pequeño número deja fuera más de lo que incluye, distorsionando incentivos de forma que podría decirse que hace más daño de lo que ayuda”.

En su texto, Taub y Fisher explican de forma clara, con un ejemplo, dónde radica esa distorsión: los 250 soldados que Canadá está enviando a hacer labores de entrenamiento a Iraq no importan bajo este esquema del 2%. Pero si Canadá hubiese, por ejemplo, decidido gastar mil millones de dólares en mejorar el equipamiento de su Guardia Costera, eso sí ayudaría a cumplir con los parámetros de ese 2%.

La mañana del 11 de julio, en conferencia de prensa en Bruselas, el recién estrenado presidente de España, Pedro Sánchez, expresó su “comprensión y empatía” con las demandas del gobierno norteamericano, para terminar diciendo que asume “la hoja de ruta marcada en anteriores cumbres por el gobierno anterior, en nuestro ánimo estará llegar a esos objetivos en el 2024”. Tiene usted razón, señor Trump, pero haremos lo que estaba ya previsto. Sánchez, otro político fogueado en las artes de las redes sociales como el líder republicano, ha entendido antes que muchos de sus colegas europeos que para Trump aun más importante que los números son los gestos, sobre todo cuando estos van acompañados de un Sí.