"La apatía y el cinismo nos han llevado a una peligrosa disminución en el interés y la participación ciudadana en la política formal".(Ilustración: Giovanni Tazza)
"La apatía y el cinismo nos han llevado a una peligrosa disminución en el interés y la participación ciudadana en la política formal".(Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

Cada nueva interpelación pone sobre el tapete la calidad política de muchos de nuestros congresistas. Los comentarios infelices, las declaraciones falaces, la ignorancia supina, la ausencia de maneras y prácticas del debate democrático son pruebas de que la calidad no ha sido el principal criterio de selección de muchos representantes.

Una forma común de explicar esta situación es decir que tenemos las autoridades políticas que merecemos. Es decir, nos echamos la culpa. No acepto este agravio a nuestra ya alicaída ciudadanía. Más bien, resulta importante analizar bajo qué condiciones la calidad deja de ser importante al momento de elegir. Para ello, voy a extrapolar algunas conclusiones de estudios realizados en Estados Unidos sobre los criterios utilizados en las elecciones para la Cámara de Representantes.

Para comenzar, es esencial definir calidad política. En democracias funcionales y de larga tradición, la calidad de un candidato se mide por su integridad, habilidad y desempeño en la gobernanza y el liderazgo en su relación con sus representados. En términos de una carrera política congresal, la calidad se refiere a la experiencia, credenciales educativas y trayectoria (iniciativas legislativas, capacidad fiscalizadora, habilidades de consenso y conciliación).

Es evidente que la gran mayoría de electores preferirá un candidato de mayor calidad. De ser esto cierto, a la larga llevaría a que el nivel del quehacer político aumentara. Pero este mundo ideal no se concreta porque hay condiciones bajo las cuales la calidad pasa a un segundo o tercer plano. Veamos tres de ellas.

En primer lugar, a mayor ideologización de la contienda electoral, menor importancia se da a la calidad política. Cuando la pugna entre posiciones políticas domina el escenario, los electores priorizan a los candidatos que tienen una postura firme en el enfrentamiento. Inclusive, muchos prefieren a los más extremistas y menos dialogantes. Esto es una lástima porque algunos estudios muestran que los candidatos con mayor calidad tienden a ser los que tienen más capacidad de conciliación política. En nuestro caso, el antivoto ha caracterizado a las principales contiendas de las últimas dos décadas y, como resultado, la calidad ha sido sacrificada.

En segundo lugar está la forma de financiamiento de la campaña. Como el dinero se ha convertido en un factor primordial en el éxito electoral, los que tienen acceso a financiamiento tienen mayores posibilidades de participar y ganar. Este no es un problema mayor en democracias consolidadas, ya que tiende a existir una relación positiva entre la calidad del candidato y su capacidad de recaudar fondos. Sin embargo, en un medio caracterizado por la debilidad de partidos políticos, la selección de candidatos con frecuencia depende de su capacidad económica personal y cuánto puede aportar a la campaña. En nuestro medio, entonces, no hay una relación positiva entre tener fondos y calidad política.

En tercer lugar, cuando existe una oferta electoral mediocre, hay pocas posibilidades de blandir la calidad política como factor central en la decisión al votar. Cuando una sociedad ha descuidado la formación de capital humano en la política, tendrá muy pocos candidatos que se distingan por su experticia y liderazgo. Desde hace años, optamos por el ‘outsider’ porque consideramos que tener experiencia política es negativo. Buscamos personas no “contaminadas” pero sin trayectoria.

Sin embargo, en todas las democracias consolidadas del mundo, la mayoría de políticos tiene una larga experiencia. En EE.UU., los congresistas tienen un promedio de diez años de servicio, solo el 11% no busca la reelección y de los que la buscan, cerca del 95% son reelegidos. En cambio, en nuestras últimas elecciones congresales, solo el 23% estaba afiliado al partido que representaba y un poco menos del 30% tenía experiencia congresal.

No tenemos las autoridades que merecemos, pero como ciudadanos hemos permitido que la política se degrade a tal punto que la oferta electoral sea pobre y de baja calidad. La apatía y el cinismo nos han llevado a una peligrosa disminución en el interés y la participación ciudadana en la política formal. Esto abre el camino a un pragmatismo que –en una reciente encuesta en Lima– se evidencia cuando un tercio de la población afirma que prefiere a un alcalde que roba, pero que hace obras.