(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

El crítico de cine y amigo Isaac León (Chacho) acaba de publicar un excelente libro titulado “Más allá de las lágrimas”, que examina la industria cinematográfica de México y Argentina en su época de auge (más o menos entre 1930 y 1950). Confieso que aún estoy en plena lectura, pero es fascinante ver cómo ambas tuvieron una marcada influencia en nuestra cultura a través del lenguaje, la estética, los referentes musicales y los géneros, especialmente la comedia y el melodrama. El estudio de Chacho nos muestra, una y otra vez, que a pesar de ser un cine que tenía una fortísima influencia de Hollywood, este logra forjar un carácter, unas temáticas y unos impulsos propios.

El melodrama fue una de las líneas temáticas que tuvieron mayor desarrollo en aquella época. El gusto latinoamericano por este género es muy anterior a su etapa cinematográfica. Primero surgió en la forma literaria, luego encontró su lugar en el teatro, para pasar a la radionovela, al cine y –ahora– a reinar en la telenovela.

Es evidente que no es un género inventado por nosotros y que también tuvo gran desarrollo y acogida literaria, teatral y cinematográfica en Francia, Estados Unidos e, inclusive, Inglaterra. Sin embargo, Isaac León nos señala que en nuestra región el melodrama adquiere un carácter más histriónico y exagerado, en el que las pasiones y los sentimientos son expresados con desbordante demasía.

Sin duda, parte de nuestra fascinación con el melodrama se debe a que la fuerza del destino es una de sus características básicas, principalmente en lo que algunos especialistas han llamado “el infortunio inmerecido”. Los personajes principales casi siempre son víctimas; es decir, no han causado los males que sufren. Y para cada víctima debe existir un verdugo, normalmente alguien encumbrado que injustamente quiere atormentar al débil, aumentando su infortunio. Aunque “los ricos también lloran”, nuestros melodramáticos protagonistas habitualmente son de origen popular o han sido arrojados a propósito a la miseria.

Otra característica del melodrama es la centralidad del personaje femenino y la unión familiar. En los melodramas mexicanos con mucha frecuencia la madre es el eje de la historia. También están las mujeres ingenuas e inocentes (normalmente inmigrantes a la gran ciudad) que quieren triunfar, pero caen en el pecado como cabareteras, rumberas o prostitutas. Al final son redimidas o pagan por su vida disipada. En muchos desenlaces se salva la familia: todos juntos y más unidos que nunca.

En nuestra política nacional se ha querido montar un melodrama y algunos de los ingredientes clásicos del género están supuestamente presentes. El cuento va así. El personaje principal es una mujer y madre que carga una pesada mochila como legado de su padre, otrora hombre poderoso y ahora criminal convicto y de frágil salud. De joven, su progenitor la introdujo subrepticiamente a la política, actividad que solo le ha traído envidia, odio e incomprensión. Como resultado, ha sido perseguida injustamente y privada de su familia al ser detenida preventivamente. Todo esto sucede, además, en momentos en los que había redescubierto la unidad familiar, la pasión conyugal y había recibido el mandato divino de reconciliar a su país.

No obstante, para la desgracia del montaje, falta el ingrediente principal: el infortunio inmerecido. La mayoría de los peruanos considera que nuestra protagonista es culpable. Y esto es importante. Hay que entender que todos los días, en los países democráticos, la justicia separa a hijos de sus padres cuando estos son detenidos como sospechosos de haber cometido un delito y, luego, si son sentenciados. Son dramas familiares, casi siempre privados y silenciosos pero que tienen como causante a los propios progenitores. Casi nunca llegan a ser titulares o noticias en los medios.

Las veces que la separación forzosa adquiere notoriedad y simpatía mundial es cuando es un fenómeno masivo, como la inmigración de miles de familias por un conflicto armado, la represión política o la debacle económica. En estos casos son padres que quieren forjar un futuro mejor en un nuevo país, pero su estatus ilegal lleva a que sean separados de sus hijos. Más que melodrama, es una de las grandes tragedias del mundo actual.