(Foto: AFP)
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Rolando Arellano C.

A pesar de que hoy parece inevitable escribir sobre política peruana, me resisto a ello. Eso porque si bien la buena política hace crecer a los países, los peruanos hemos demostrado que podemos crecer a pesar de lo mal que nos ha ido en ese aspecto. Prefiero entonces contar lo que aprendí en París, donde estaba por razones profesionales hace tres días, cuando le otorgaron a esa ciudad la sede de las Olimpiadas del 2024.

Para empezar, desde las épocas del terrorismo el nombre de Lima no se mencionaba tanto en Francia como hoy, pero esta vez por una muy buena razón: que fue en su reunión aquí donde el Comité Olímpico Internacional entregó la sede a su capital. Siendo eso muy positivo para París, también fue bueno para Lima, pues corrobora que hoy nuestro país es uno de los lugares más prósperos y seguros de la región, y que por ello recibimos con mucho más frecuencia actividades internacionales importantes. Ganó París y también ganamos nosotros.

Pero el aspecto que más me sorprendió fue la manera en que los diversos actores tomaron la nominación de París 2024. A pesar de que algunas autoridades habían puesto reparos a la solicitud de los Juegos, frente al anuncio de Lima todos se alinearon. Así, la alcaldesa de París, la socialista Anne Hidalgo, fue recibida con aplausos por (casi) todos los miembros del consejo parisino. Y las diferencias políticas no importaron tampoco para la presidenta regional Valérie Pecrésse, ni para el presidente de la República, Emmanuel Macron, que felicitó a la delegación que regresaba de la capital del Perú, acompañado, parece increíble, por los ex presidentes Nicolás Sarkozy y François Hollande. Y en su mensaje comprometió todo el apoyo del Gobierno a ese proyecto, proyecto que de paso probablemente ni él ni Hidalgo inauguren.

¿Pero y los parisinos? Como lo dice el título de la columna –el mismo del libro de Hemingway– París era realmente una fiesta. En casi toda la ciudad había afiches señalando que el “24”, cien años después de la última vez que ocurrió allí mismo, París será la villa huésped. Y confieso que escribí esta columna cerca de medianoche, regresando de un concierto en la plaza del Hotel de Ville (municipio de París), donde miles de parisinos celebraban cantando en francés e inglés temas como “we are the champions and no time for losers”. Jóvenes y mayores, hombres y mujeres de todas las religiones y culturas festejaban la noticia, y se comprometían así a apoyarla.

Dicen que no existe la envidia sana, pero creo que es lo que sentí allá, esperando que logremos –estoy seguro de que se puede– algo así en el Perú pronto. En cualquier caso, todo lo que vi simplemente augura unas grandes Olimpiadas dentro de siete años en París.