“Me siento mal por tener que hablar negativamente sobre mi país, pero no hay más remedio si buscamos sobrepasar tales circunstancias y queremos retomar el camino del bien”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
“Me siento mal por tener que hablar negativamente sobre mi país, pero no hay más remedio si buscamos sobrepasar tales circunstancias y queremos retomar el camino del bien”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Fernando de Trazegnies

Debo confesar que he estado a punto de renunciar a mi columna mensual en este importante Diario porque me siento avergonzado con lo que está pasando en el Perú. Me siento mal por tener que hablar negativamente sobre mi país, pero no hay más remedio si buscamos sobrepasar tales circunstancias y queremos retomar el camino del bien.

En el norte todavía siguen vigentes los desastres ocasionados por ese fenómeno físico mal llamado . En la sierra, la gente se ve acosada por el frío intenso de un invierno que ha convertido sus casas en bloques de hielo y los niños –carentes de ropas adecuadas– soportan a duras penas vivir en un mundo helado. Muchas veces enferman gravemente pero… ¡no hay médicos para atenderlos!

Mientras todo eso sucede, Lima y otras ciudades parecen antros de tramposos y maleantes donde no se está seguro de nada ni de nadie, donde las tiendas son frecuentemente robadas y las son abusadas de la manera más cruel y degradante. No podemos olvidarnos de esa mujer en el suelo, jalada por los pelos a lo largo de la vereda. Ni de aquella otra que sufrió en forma parecida y a quien le hicieron además subir a un cuarto de hotel del cual había huido. Y como esos ejemplos hay muchos. Incluso los hay más radicales, como aquella chica que fue bañada con combustible y luego quemada viva dentro de un bus.

Y todo ello no es algo accidental sino la expresión de una violencia desbocada del hombre peruano, que viene ampliándose cada vez más y que requiere que se haga algo muy severo para poder detenerla.

La falta de respeto por la ley y de reconocimiento del derecho son tan escandalosas que la semana pasada hemos visto vehículos salir de la Vía Expresa contra el tráfico por la bajada de los automóviles que entran a la vía. Esto solo porque los conductores consideran que la ruta está muy congestionada y que ellos no pueden aguantar esa condición. ¿Dónde estamos?

Además de este desorden agresivo, no podía faltar el aprovechamiento rastrero en lo que se refiere al sector público. Muchas de las personas dedicadas a la política y a la administración pública van sacando provecho y obteniendo ventajas ilegales que recogen por debajo de las sábanas.

Me pregunto: ¿Cómo puede funcionar un país en el que muchos de los políticos y de los miembros del asumen sus cargos como medio para infiltrarse por sutilezas (muchas veces no tan sutiles) en situaciones que les interesan? Esto para conseguir la “prestancia” necesaria para aprovecharse de sus puestos y dedicarse a vender “favores” para las personas que pudieran ser ajusticiadas. O viceversa, para lograr que no sean ajusticiadas si todavía ello no ha sucedido a pesar de que era el caso.

Todo esto dentro de un ambiente agresivo caracterizado por la , que es un encarcelamiento que puede durar muchos años para una persona cuyo delito se presume. Notemos que el “preso preventivo” no ha sido juzgado ni se tienen todavía los elementos suficientes para ello. Con lo cual, si después de un año y medio se descubre que no era culpable, esa persona ha perdido escandalosamente parte importante de su vida. Si se quiere impedir que se escape, es razonable que se tomen medidas. Pero lo lógico sería no considerarlo culpable “de entrada” y meterlo de frente en la cárcel, sino prohibirle salir del país y obligarlo a usar grilletes electrónicos para saber en todo momento dónde se encuentra.

Francamente, como peruano tengo vergüenza por la falta de eficiencia en la detención de los delincuentes y por el hecho de que el sistema judicial abuse de aquellos que todavía no han sido probados culpables.

En vísperas de la conmemoración de la independencia, da pena que sucedan estas cosas. Don José de San Martín, entrando a la Plaza Mayor de Lima a caballo, acompañado por sus generales, promovió la creación de un Estado nuevo, de alto contenido patriótico. Pero esa ilusión amenaza perderse con el tiempo si no sabemos cuidarla.

Lamentablemente, parece que en vez del entusiasmo, la buena fe y el bienestar de todos los peruanos que buscaba San Martín, encontramos que todo ello se viene diluyendo. ¿Serán capaces nuestros presuntos políticos de hoy de enderezar el barco y llevarlo por aguas tranquilas hasta instalar un Estado que sea ejemplar y satisfactorio? Me temo –con gran pesar– que eso será muy difícil para ellos.