(Foto: El Comercio)
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Editorial El Comercio

Hace poco se hicieron conocidas dos resoluciones de la Sala Especializada en Protección al Consumidor del Indecopi que, a grandes rasgos y por tres votos contra uno, establecen que las cadenas de Cineplex (Cineplanet) y Cinemark ya no podrán evitar que los usuarios ingresen con sus propios alimentos a las salas de cine. Y si bien la decisión alcanza únicamente a las empresas denunciadas por la Asociación Peruana de Consumidores y Usuarios (Aspec), es previsible que eventualmente este criterio se pueda trasladar a todas las empresas del rubro. Es precisamente por el alcance masivo de este servicio que se explica la gran difusión y polémica que ha provocado esta decisión.

Por un lado, las resoluciones del Indecopi han generado bastante expectativa en muchas personas y despertado el beneplácito de quienes anticipan que en el corto plazo podrán consumir dentro de las salas de cine alimentos a un menor costo. Sin embargo, hay también voces que cuestionan el fallo de la entidad administrativa. No porque no sea popular (o populista, según la óptica), sino porque al intervenir en las reglas fijadas por las empresas de cine y libremente aceptadas por los consumidores, se afectará el esquema de negocio de las primeras.

Como bien advierte un voto en discordia de la sala del Indecopi, es innegable que una importante fuente de ingreso de las empresas de exhibición cinematográfica está compuesta por la venta de alimentos y bebidas (en Cineplanet, por ejemplo, esta representa el 40%), y que la decisión estatal impactará negativamente en esa parte del negocio. Esto último podría a su vez devenir en una reducción de costos (incluyendo personal), la eliminación de promociones y ofertas, o el incremento de los precios del servicio, afectando a las personas que acuden a las proyecciones de películas.

No queda claro, por otro lado, cómo se resolverán los previsibles conflictos que surgirán entre consumidores y proveedores de cine para determinar qué productos de “similares características” estarán permitidos, si se sigue el criterio dibujado por los vocales del tribunal del Indecopi.

Más allá de cuál sea el impacto en este mercado, hay, además, un principio fundamental que se ha visto trastocado con el pronunciamiento del Indecopi: la autonomía. Es en virtud de ese principio que las empresas estructuran libremente su oferta comercial y los clientes libremente deciden aceptar o rechazar las propuestas de consumo a su disposición.

En una economía de mercado, efectivamente, ninguna empresa ni consumidor le impone su voluntad al resto. Le corresponde, por ello, a cada una de las empresas de cine decidir libremente si vende o no alimentos y si permite o no el ingreso de todo tipo de productos externos, solo algunos o ninguno. Y deben ser los consumidores los que libremente escogen si premian o castigan a las empresas por tales decisiones.

El fallo del Indecopi, en contraposición a estos principios, ha creado una suerte de derecho a comer canchita propia dentro del cine (los clientes siempre tuvieron la libertad de no comprar lo que vendían las salas de cine y de comer lo que quisieran antes o después de la función), y se lo ha impuesto al resto de consumidores y empresas que podrían o no estar de acuerdo con ello.

El Indecopi ha abierto también una puerta para que, ante un eventual reclamo, otros entusiastas burócratas intenten ahora imponer a empresarios y consumidores su propia visión de cómo deberían funcionar los negocios que tienen políticas comerciales similares, como estadios, coliseos y auditorios para espectáculos deportivos, o musicales, por mencionar solo algunos.

El mensaje que se ha enviado a los mercados en general es, pues, nefasto. La sala del Indecopi les ha dicho a los proveedores que no importa cuán transparentes sean en sus prácticas comerciales con sus clientes, la entidad estatal siempre podrá intervenir arbitrariamente en sus negocios y cambiarlos.

Contrariamente a lo que se puede creer, con esta resolución la sala del Indecopi no está protegiendo a los consumidores, sino vulnerando principios fundamentales de una economía de mercado que podría perjudicarlos en el largo plazo. Y en su intento por que algunos coman la canchita de su preferencia, podría quemarles la función a muchos más que a los espectadores.