(Foto: Andina)
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Editorial El Comercio

Antes del pleno parlamentario del último jueves, que la interpelación que se llevaría a cabo al ministro de Transportes y Comunicaciones, Martín Vizcarra, constituía el ejercicio de una potestad de la representación nacional y también una manifestación habitual de los contrapesos que suelen haber entre los poderes Legislativo y Ejecutivo.

Advertíamos, asimismo, que más allá de los intercambios políticos esperables en un lance de esta naturaleza, sería el contenido de las preguntas, observaciones y críticas que realizaran los congresistas lo que permitiría a la ciudadanía sacar conclusiones relevantes sobre la materia de interpelación: el contrato para la construcción del aeropuerto de Chinchero, su adenda, y la gestión del ministro Vizcarra en general… y también sobre la responsabilidad con la que los legisladores estaban asumiendo su rol de control político.

Pues bien, lo acontecido en el Congreso reveló más sobre los parlamentarios que sobre el ministro interpelado.

En un lapso aproximado de tres horas, el también vicepresidente de la República expuso las respuestas a las 83 interrogantes que constaban en el pliego interpelatorio. Pero una de las cosas que más llamó la atención fue el nulo o poco interés de los interpeladores. Un gran número de curules vacías –principalmente en la bancada mayoritaria de Fuerza Popular– describía el escenario en el que se desenvolvía Vizcarra, y la distracción de los congresistas presentes tuvo que motivar el llamado de atención del parlamentario Richard Acuña, quien presidía la sesión en ese momento.

Cuando tocó el turno de los congresistas, quedó ratificado que las respuestas previas de Vizcarra no importaban. La mayoría de las intervenciones de los congresistas consistieron en generalidades, acusaciones de corrupción sin sustento, y grandilocuencias como “queremos Chinchero, sí, pero sin choreo […] Y acá ha habido choreo, es evidente” (Víctor Andrés García Belaunde de Acción Popular) y “no le llame errores de diseño a los lobbies que manejan este gobierno y a las corruptelas del gobierno anterior y de Pro Inversión” (Marco Arana del Frente Amplio), entre otras.

Otros legisladores como César Vásquez (Alianza por el Progreso), Américo Ochoa, Manuel Dammert (Frente Amplio) y el propio García Belaunde “aprovecharon” la oportunidad para intercambiar acusaciones sobre supuestos intereses ocultos detrás del respaldo y la oposición a la construcción del aeropuerto de Chinchero. Las tesis conspirativas (y contraconspirativas) llegaron a incluir a una aerolínea, al ex presidente chileno Sebastián Piñera y hasta un matrimonio, para estupor de quienes inocentemente sintonizaron el canal del Congreso pensando encontrar una evaluación de la gestión de un ministro.

La bancada fujimorista, por su parte, se entretuvo acusando nuevamente al gobierno de tener troles contratados que se dedicaban a insultarlos en las redes (Lourdes Alcorta y Luis Galarreta), y en pedir renuncias al Consejo de Ministros. “Antes de que se someta a la censura, creo que lo mejor que puede hacer [el ministro Vizcarra], para bien suyo y de su familia, es que presente su renuncia”, sentenció Daniel Salaverry; mientras que Héctor Becerril fustigó: “Y mientras los caviares y los troles insultan y distraen al país, el premier [Zavala] sigue haciendo sus lobbies económicos […] Yo le quiero decir al premier que si quiere seguir haciendo lobbies que renuncie al premierato”.

Quizás nada ejemplifique mejor lo ocurrido en el pleno que el comunicado de prensa de la Oficina del Congreso, cuyo título rezaba: “Vizcarra no convence a bancadas en interpelación”. Un comunicado que, más allá de su escasa preocupación por la neutralidad informativa, no llamaría tanto la atención si no fuera porque se envió antes siquiera de que terminara la sesión de interpelación.

Según han anunciado varias bancadas, se esperará al informe de la contraloría del próximo lunes para tomar una decisión sobre una eventual censura al ministro Vizcarra. Lo cual lleva a preguntarnos si no hubiera sido apropiado esperar dicho dictamen antes de llevar a cabo la interpelación.

Pero a la luz de lo visto el último jueves, parece que el fondo del asunto es lo de menos y, entonces, quizás sea mejor ahorrarle a la ciudadanía pliegos interpelatorios y sesiones que ni a los propios congresistas les interesa.