gases contaminantes
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Enzo Defilippi

Hace dos semanas, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) publicó un estudio trascendental, el cual concluye que para evitar que entre el 2030 y el 2052 la temperatura global se incremente 1,5 ˚C por encima de los niveles de la era preindustrial (un evento que tendría consecuencias catastróficas para la humanidad), se requerirán cambios en la a una escala y velocidad sin precedentes.

Esta publicación ha causado un shock en la comunidad científica mundial debido a que los principales esfuerzos internacionales orientados a prevenir los efectos del (los acuerdos de París, por ejemplo) estuvieron enfocados en evitar que el alcance los 2 ˚C por encima de los niveles de la era preindustrial (un punto crítico que según los científicos causaría cambios irreversibles en la naturaleza pero que no se alcanzaría hasta fines del presente siglo). Ahora sabemos que un aumento de temperatura de 1,5 ˚C es casi tan malo como uno de 2 ˚C en términos de eventos climáticos extremos, extinción de especies, pérdida de cosechas y afectación a millones de personas (pobres, en su mayoría) y que se alcanzaría durante la vida de gran parte de la actual población del mundo.

Una de las conclusiones más importantes del estudio es que tenemos muy poco tiempo para implementar los cambios necesarios para prevenir estas consecuencias (la temperatura global ya se calentó 1˚C con respecto a 1850). Para hacerlo, en el 2030 las emisiones humanas netas de dióxido de carbono (CO2) deberían haberse reducido en 45% con respecto a los niveles del 2010, y llegar a un nivel de cero en el 2050 (también en términos netos con respecto al mismo año). Alcanzar estos umbrales requerirá avances tecnológicos sin precedentes en casi todos los aspectos de la vida moderna (transporte, energía, agricultura, diseño urbano, construcción, etc.).

La política más inteligente para incentivarlos son los impuestos a las emisiones de carbono (una de las ideas por las cuales se le otorgó el Premio Nobel de Economía a William Nordhaus el mismo día que salió publicado el informe del IPCC). Lamentablemente, para que esta política funcione, su adopción debe ser global, algo imposible de alcanzar sin la participación de Estados Unidos, el segundo emisor mundial de gases de efecto invernadero. Pero allí, la cantidad de intereses creados hacen que sea imposible implementarla. De hecho, uno de los primeros anuncios de la administración Trump fue que Estados Unidos se retiraría de los acuerdos de París. Y no es el único. Jair Bolsonaro, muy probablemente el próximo presidente de Brasil (el séptimo emisor de gases de efecto invernadero), ha declarado que él también tiene planes para retirar a su país de estos acuerdos.

¿Podrá la humanidad evitar las catastróficas consecuencias que implica alcanzar el umbral de 1,5 ˚C? Me apena decirlo, pero creo que no. Hay algo en la forma en la que estamos hechos los humanos que hace que nos sea muy difícil cambiar de hábitos, más aun rápidamente. Somos como la rana de la fábula, que salta si intentamos meterla en una olla de agua caliente pero que se queda quietecita cuando la vamos calentando gradualmente. Precisamente, lo que estamos haciendo con nuestro planeta.